Un caso de mala suerte
La mala suerte fue de Matías Tejela, a quien le tocó un sexto toro encastado, noble y con recorrido al que estaba toreando primorosamente con la derecha, con elegancia, hondura y torería, y va el animal y se lesiona la mano izquierda. Ahí acabó todo.
Un caso de auténtica mala suerte que te salga un toro así en la Feria de Sevilla, en tarde de ayuno artístico, y se rompa todo en pedazos en cuestión de segundos.
Había brindado al público, consciente de las buenas condiciones de su oponente, y lo recibió con garbosos ayudados que cerró con un largo pase de pecho. Se atisbaba faena importante. La primera tanda con la derecha resultó corta, pero muy sentida, y la trincherilla final llevó la emoción a los tendidos. Después otra tanda, quizá muy rápida, pero enmendada con un cambio de manos perfecto. Se echó la muleta a la izquierda, el toro hizo un extraño y dobló las manos delanteras para sorpresa de todos. Lo levantó el torero, pero el asunto ya no tenía arreglo. Tejela puso cara de desesperación y lo mató como pudo profundamente desconsolado, como no podía ser de otra manera.
Desconsolada quedó, asimismo, la parroquia, que no ganó para tristezas en una tarde extraña. Es verdad que los toros no duraron con alegría en el tercio final, pero la mayoría se dejó torear por un lado y por el otro en faenas largas y pesadas. Extraño, por tanto, que no hubiera triunfos. ¿Por qué no habría triunfos?
Pues no los hubo porque el toreo de hoy consiste en dar pases. Y el toreo con mayúsculas es algo más; es mando, temple, ceñimiento, ligazón y voluntad de pelea. Los toreros de hoy, especialmente los más jóvenes, son frágiles y llevan la lección muy bien aprendida. Tan aprendida que, cuando sale el toro, se les olvida.
Muy desangelado se mostró el propio Tejela en su primero, que embestía con cierta claridad, pero al que no entendió nada.
Castella tiene aroma de buen torero, pero siempre que salga el toro de salón. Se lució en su primero en tres pases cambiados por la espalda y dos tantas de redondos trazados con gusto. Elegante y frío, le faltó mando y temple. Le faltó darle importancia a su labor. El quinto, que no se cansaba de embestir, lo desbordó por completo y su toreo resultó embarullado, movido y destemplado. Muchos pases y no dijo nada, lo cual es grave.
Y a Jesulín se le nota su experiencia y su dominio de la técnica. No despierta la expectación de antaño, y no se le reconoció su labor lidiadora y dominadora ante su primero, un manso, descastado, deslucido y distraído, al que enseñó a embestir y exprimió literalmente lo poco que llevaba dentro. Al cuarto lo toreó con autoridad con la mano derecha, en unas tandas ligadas a las que, quizá, le sobraron precipitación. El toro se apagó por el pitón izquierdo y todo quedó en una ovación.
Cuando las cosas van mal, pueden empeorar. Salió el sexto y se rompió una mano. No me digan que no es mala suerte...
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