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¿Desactivar la crítica?

Los recientes cambios políticos en la Generalitat de Cataluña y en el Gobierno español abren una nueva etapa, insólita y llena de esperanzas en muchos sentidos. En los nuevos gobiernos han entrado y van a entrar hombres y mujeres competentes, muchas veces los que han demostrado ser los más preparados y los más capaces de pensar y gestionar diversas cuestiones -vivienda, medio ambiente, educación, universidad, territorio, etcétera-. Y de la misma manera que se abre una nueva etapa política, se abre un nuevo periodo para una crítica social que tiene generalmente sus raíces en la izquierda. Unas corrientes de pensamiento próximas, las de la izquierda plural, están ahora en el poder político -que no económico- y, al mismo tiempo, son hegemónicas en el pensamiento crítico. Ante esta situación, ¿cuál tiene que ser el nuevo papel de la crítica?

A pesar de los cambios no es el momento de desactivar la opinión crítica, sino de replantearla y reactivarla

En estos tiempos de discurso único y de dominio del espectáculo del consumo, algunos podrán pensar que a la crítica le ha llegado la hora de aletargarse y desactivarse ella misma para no caer en resentimientos, traiciones o ataques precipitados hacia el pretendido Estado de bienestar y sus propios representantes políticos. Esta ha sido también la tendencia de algunos de quienes han ocupado el poder. Si la derecha está acostumbrada a ser impune en sus imposiciones y desmanes y, por tanto, desprecia y desoye a la crítica, existe una izquierda que prefiere sacrificar la crítica para que no le creen mala conciencia. Ello ha sucedido ya en el urbanismo barcelonés de la democracia, gestionado por partidos de izquierda, con técnicos que han hecho todo lo posible por neutralizar cualquier crítica, viniera desde la cultura o desde los movimientos urbanos. José Antonio Acebillo ha anatematizado cualquier crítica tachándola de proceder de la "izquierda trasnochada" y Oriol Bohigas, el que desde la década de 1960 hasta la de 1980 había sido el crítico más culto y el líder indiscutido de la cultura arquitectónica catalana, al tener poder en el Ayuntamiento y desde que se autoencargó la Villa Olímpica, decidió dedicar todo el esfuerzo a desactivar cualquier crítica que pudiera surgir en su terreno.

Desactivar la crítica porque es la izquierda la que tiene ahora el poder no es ni lo más acertado, ni lo más democrático, ni lo más eficaz. Puede existir una crítica que tenga objetivos similares a los del Gobierno tripartito y del PSOE, una crítica leal, que otorgue tiempo y que reconozca los logros, pero que al mismo tiempo recuerde lo que aún no se ha conseguido y que exija, que aporte ideas y que esté dispuesta a colaborar. Es en estas circunstancias cuando a la crítica se le plantean dos valiosas posibilidades.

Por una parte, ahora es el momento de pensar y teorizar, de conceptualizar y poner en común nuevos pensamientos para la izquierda: alternativos, ecológicos, solidarios. Tal como ya han adelantado algunos autores, por ejemplo Jacques Derrida o Mike Davis, ahora que la izquierda está en el poder es el momento de revisar la herencia del marxismo en diversos posmarxismos para el siglo XXI; un pensamiento que resitúe lo humano, que no descanse en hacer propuestas para acabar con la pobreza y la guerra, que potencie una nueva relación con la naturaleza y que interprete los nuevos modos de vida, estructuras familiares y diferencias culturales. Es precisamente ahora cuando hacen falta nuevas teorías para la izquierda plural, que surjan de las nuevas mentalidades de los jóvenes y de las cuestiones de sexo, con unos planteamientos que avancen en nuevas culturas del habitar, del enseñar y del aprender, de la participación, de un ocio creativo y un consumo sostenible, del compartir equipamientos colectivos y de socializar el conocimiento y el uso de las tecnologías de información y comunicación, de inventar nuevos espacios de dominio público. Además de tener unos gobiernos progresistas, es necesario poner en práctica una ética y una manera de vivir solidaria y sostenible, promover unas sociedades más éticas y libres. Que la propuesta de valores es tan crucial como el cambio político es algo que ya se aprendió en la etapa final del anterior Gobierno del PSOE: consiguió modernizar aspectos de la sociedad, como el Ejército o la Universidad, pero se demostró incapaz de crear una nueva cultura social, unas estructuras policiales saneadas o una educación laica.

Por otra parte, para la mayoría de nuestros representantes de la izquierda plural en el Gobierno de la Generalitat y en el Ejecutivo central, el desarrollo de acciones y pensamientos críticos que sean exigentes, que insistan en políticas de izquierda, progresistas y sociales de verdad, tiene que ser totalmente positivo. Es el argumento básico para que puedan defender, legislar y aplicar nuevos criterios: que sea manifiesta la exigencia de un mundo más justo y seguro, más ético y solidario, más sostenible y humano, más pacífico y creativo, y la crítica puede colaborar a reclamar y a no olvidar.

No parece, pues, que, a pesar de cambios políticos tan positivos, sea el momento de desactivar la opinión crítica, sino al contrario, de replantearla y reactivarla, de saber que ahora tenemos unos mejores interlocutores, más honrados, mejor formados y más asequibles, a los que nuestra obligación es exigir, insistir y recordar, desde los movimientos sociales, las asociaciones, las instituciones profesionales, las universidades y escuelas, cuáles son sus compromisos y cuáles son las exigencias de la sociedad.

Josep Maria Montaner es arquitecto y catedrático de la ETSAB-UPC.

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