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Fòrum, el uso político de la cultura

El Fòrum Universal de les Cultures es un escaparate cultural globalizado, porque las culturas son la sustancia que se quiere mostrar y lucir y porque su escala es mundial. El discurso oficial del Fòrum es poco crítico: hace énfasis en la diferencia cultural, sin mencionar las desigualdades e injusticias existentes en el mundo ni, sobre todo, sus causas y responsables. Los problemas derivados de la globalización no pueden resolverse sólo con el diálogo entre culturas, en una especie de idilio universal, sino a partir de propuestas y actuaciones políticas. Barcelona, que ha sido una ciudad puntera en los movimientos antiglobalización y en favor de la paz, merecía un planteamiento más en sintonía con éstos.

La política no aparece en el discurso oficial del Fòrum, justamente porque está muy presente en su organización. Las tres administraciones implicadas estaban gobernadas por partidos políticos de signo muy distinto, por lo que se tuvo que buscar consensos e integrar las visiones conservadoras, lo que diluyó sus objetivos, construyó un discurso ambiguo ideológicamente y provocó la reacción en contra de diversas entidades y sectores progresistas. Hay que decir que el programa de actividades es mucho más complejo, plural y progresista que el discurso oficial. Pero lo que se difunde y percibe del Fòrum es la festivalización de las culturas, así como las operaciones urbanísticas y especulativas que lo acompañan. De hecho, el gran ausente es el debate en torno a los conflictos internacionales, justo cuando la guerra contra Irak sigue viva, el conflicto palestino-israelí crece y la tragedia de los atentados de Madrid aún nos golpea.

El Fòrum da preeminencia a las "culturas", que identifica con las formas de vida, valores y creencias de los pueblos, traducidas en diferencias religiosas, lingüísticas, étnicas e históricas. Así, cada cultura se concibe como un universo con lógica propia no siempre conciliable con otros. El choque entre culturas expresaría el conflicto entre estos universos; el diálogo entre culturas, la solución de las diferencias.

El problema de este concepto de cultura es que deja fuera la trama de relaciones que intervienen en la definición de un pueblo. Los antropólogos no nos cansamos de repetir que la cultura no hace naturalmente diferentes a los grupos humanos, sino que es la necesidad de diferenciación lo que conduce a utilizar rasgos de la cultura como marcadores de especificidad. Por ello la noción de unidad cultural (o de etnia) suele vincularse a unidades políticas, o a unidades que desean tener un papel político. La cultura no es, pues, una realidad que tenga entidad por sí misma; la identidad es un elemento que la conforma, y un pueblo se define no sólo por lo que es, sino también por lo que no es, en contraste con otros pueblos.

La diferencia cultural es, al mismo tiempo, diferencia en el terreno político, económico y social. Por mucha importancia que tengan los factores culturales (y la tienen, porque apelan a sentimientos, identidad y lealtades primordiales), resulta imposible disociarlos de la situación respecto a los recursos y al poder. Los choques entre culturas son, de hecho, pugnas para conseguir o consolidar posiciones de poder, o para defenderse ante ellas. El llamado choque de civilizaciones por Samuel Huntington, expresado en la confrontación entre el mundo occidental y el mundo islámico y en la amenaza de éste, es el nuevo lenguaje del viejo imperialismo, que ha desplazado al comunismo del eje simbólico y material de esta estrategia. Las desigualdades y el poder son factores clave para entender la naturaleza de los conflictos actuales y las condiciones para su superación.

Se está a tiempo de que el Fòrum 2004 pueda hacer aportaciones importantes, que han de surgir sobre todo de los debates y las actividades, así como de la capacidad de implicar a los sectores críticos. Después de los resultados electorales de Cataluña y, más recientemente, de España, se dan las condiciones para potenciar las actividades, los discursos y los resultados que reconcilien

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el Fòrum de les Cultures con la Barcelona de progreso y de la paz. Una posibilidad para avanzar es que la reflexión pase del terreno de los valores y las ideas, asociado al ámbito de las culturas, al terreno de los derechos, asociado al ámbito de la ciudadanía; de la abstracción de los derechos humanos a la concreción de políticas para hacerlos efectivos; del paternalismo compasivo al compromiso para erradicar los desequilibrios y las injusticias globales. No se trata de negar la conveniencia de un diálogo entre las culturas, pero sí de añadir las condiciones para que este diálogo sea posible. Como decía Aristóteles, no hay amistad sin igualdad y, por tanto, reducir las desigualdades es imprescindible para la existencia de una sociedad civil internacional en paz.

El Fòrum de les Cultures tratará aspectos como éstos, y sería bueno que pudieran conseguir protagonismo y ser recogidos en las conclusiones. La Declaración de Barcelona debería tener valor político de alcance intercultural para poder ser un referente posterior. Si así sucede, si triunfa la rebelión pacífica de quienes quieren acabar con las guerras, las desigualdades y las injusticias sociales globales, y se proclama al mundo la necesidad de erradicarlas con acciones políticas y con el reconocimiento de nuevos derechos de ciudadanía, el Fòrum 2004 habrá cumplido sus objetivos de progreso y se proyectará hacia el futuro. Si predomina el discurso plácido y autocomplaciente centrado sólo en el folclor y el diálogo de las culturas, se habrá instalado la mediocridad del conformismo. Y en tal caso, no importa que quienes den conferencias, canten, cocinen o bailen lo hagan brillantemente, porque quedarán diluidos en un acontecimiento irrelevante. Las oportunidades están ahí. Los responsables políticos deberían dejarlas aflorar.

Dolors Comas d'Argemir es catedrática de Antropología de la Universidad Rovira i Virgili y diputada de ICV-EA.

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