_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La Real marca

Algunos españoles critican la monarquía. Argumentan que es una institución caduca e inservible, arcaica y cara. Se cuestiona su intangible rendimiento en relación a su coste. Se evalúa, pues, su utilidad con parámetros propios de cualquier producto. El problema de la monarquía era precisamente ése, que no ofrecía ninguno. La Corona, hasta ahora, era tan solo una marca. El distintivo más exclusivo del mundo, el más preciado y el de más elevado standing, pero tan sólo patrocinaba eventos ajenos, como apadrinar inauguraciones o entregar condecoraciones. Le ocurría como a Tommy Hilfiger, que es únicamente un nombre prestigioso y de garantía, pero que no fabrica la mercancía que vende con su logotipo. Pero ahora las cosas han cambiado. La monarquía lanzará el próximo 22 de mayo el producto más rentable de todos los tiempos: la boda del Príncipe con Letizia.

Según un reciente estudio de la Cámara de Comercio, el enlace real reportará a Madrid unos 1.000 millones de euros en publicidad gratuita a través de la televisión. Se calcula que 5.600 medios de comunicación de todo el mundo cubrirán el acontecimientos para unos 1.200 millones de espectadores. Estimando los gastos de la boda en unos cuatro millones de euros, el balance coste-beneficios es inigualable, sólo semejante al recaudado hace 23 años por otro matrimonio, el del príncipe Carlos de Inglaterra y Diana Spencer. Madrid no sólo se enriquecerá por el aumento de turistas, sino que la boda promocionará la ciudad en el mundo como no sería capaz de hacerlo un monumento, un actor, un cantante, una exposición universal o un gran acontecimiento deportivo. Madrid se verá unida a la marca monarquía, eso favorecerá a la capital, ya no porque la Corona sea una institución prestigiosa, pues también tiene sus detractores, sino porque el producto de estreno es el amor.

La monarquía hoy en día sólo produce auténticos eventos mediáticos en dos sentidos, el escándalo y el matrimonio. El primero sólo reporta al pueblo cotilleos, el dinero lo obtienen los medios sensacionalistas. El interés de estos casos radica en el burdo contraste entre el halo fantasioso que rodea las palabras "príncipe", "palacio" o "reinado" y la mundana realidad de las infidelidades, los vicios o las corrupciones. El otro motivo por el que la monarquía despierta un inusitado interés es porque se hace realidad la fábula, es decir, el príncipe se casa.

Letizia, lejos de contravenir el protocolo monárquico al ser una plebeya, encaja a la perfección en la trama del cuento de hadas que la gente demanda a la Corona, pues no hay excesivo glamour en el destape de placas en los museos por parte de los Reyes. Nuestra ejemplar Casa Real, exenta de escándalos, nos ofrece hoy la historia de un apuesto príncipe heredero escogiendo a una cenicienta catódica de entre todas las mujeres que ve, tanto en la vida real como en la tele.

La boda de don Felipe no sólo reportará a Madrid beneficios económicos y una popularidad que puede incluso granjearnos los Juegos Olímpicos, sino exclusividad, lujo y distinción, tres virtudes publicitarias propias de las grandes y más renombradas marcas al alcance de muy pocos. Pero lo más fascinante y mágico es que el enlace es un producto de todos y para todos. Por primera vez, ya no únicamente los madrileños, sino los españoles en general, tendrán acceso a un flamante fenómeno de superlujo. No hace falta que asistamos a la boda, basta con verla por televisión o con comprarse un dedal con el perfil de los contrayentes para contagiarse de las virtudes de la firma. Como ocurre con Coca-Cola o con Adidas, que con beber el refresco o vestirse la prenda ya sentimos la chispa de la vida o la sensación de que nada es imposible.

La boda real tiene un inconveniente, es un producto de consumo inmediato. El gran disfrute popular durará tan sólo unas horas y después, sólo quedará la vaga satisfacción que brinda la saciedad consumista. Pero como las grandes adquisiciones o los gozos más exclusivos e irrepetibles, de lo que se trata es de empezarlos a degustar antes de que sucedan. El día del enlace será el clímax de un fenómeno mediático que usted puede comenzar a paladear ya, sin colas ni invitación. Por supuesto, también tiene la opción de mantenerse al margen, de no participar del gran estreno, de negar los bienes de este nuevo economismo palaciego. El mercado Real es libre.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_