Diagnóstico
El 8 de febrero de 2004 acompañé a mi madre al servicio de urgencias de Sanitas en Madrid. El diagnóstico de sus dolores abdominales fue cero: nada; quizás gases, heces... (por supuesto, conservo el informe). Cinco días después, el 13 de febrero, mi madre (76 años) parecía una embarazada de nueve meses. La llevé al servicio de urgencias de la Seguridad Social (hospital La Paz, en Madrid), donde quedó ingresada. En tres días, le diagnosticaron un cáncer de ovarios y prescribieron intervención quirúrgica prioritaria. Un mes y medio más tarde, el 31 de marzo, mi madre fallecía en la planta de oncología del hospital La Paz.
Mi madre era una ardua defensora de la sanidad privada, por aquello de las habitaciones amplias e individuales con sofá- cama para el acompañante y especialistas de amable sonrisa en hermosas consultas.
Sin embargo, ella misma, desde su habitación compartida en La Paz con un incómodo sillón para el acompañante, me pidió que le diera de baja como socia y no dejó de hacer comparaciones y de agradecer la amabilidad, eficacia y humanidad con que la atendieron todos los profesionales del hospital de la Seguridad Social con los que hubo de tratar: desde el cirujano a la limpiadora, pasando por médicos, auxiliares o enfermeras.
Creo que nos conviene reflexionar sobre el sentido humano de la sanidad y ver un poco más allá de lo aparente. Atención eficaz al enfermo y beneficio económico del sistema son términos contradictorios e irreconciliables. Mi madre sólo se ahorró una cuota: lo descubrió cuando ya era tarde.
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