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Tribuna:
Tribuna
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Si Alemania agoniza

Si Alemania agoniza, si Francia sigue el mismo camino, adiós a Europa y tal vez para siempre. Condenados ellos y todos los demás -los ya dentro de la UE y los aspirantes- a arrastrar una vida pobre y lánguida. Excepto, acaso, Gran Bretaña, que sin más vacilaciones se convertiría de facto en un estado más de Estados Unidos. A muchos británicos, la idea no les desagrada.

Es lamentable que países periféricos cogieran la perra que cogieron con el Pacto de Estabilidad. Alemania y Francia rebasaron el 3% de endeudamiento permitido por ese contrato chapuza y fue nuestro paisano alicantino, Pedro Solbes, nuestro admirado Pedro Solbes (mentor de Rato en materia económica), quien más vehemente y farruco se puso con el incumplimiento del pacto. Tal vez a Solbes y a los gobiernos menores les traicionó un subsconsciente más o menos ancestral. Ellos, alemanes y franceses, siempre tan fuertes, tan sólidos, tan serios y tan conscientes de su autoridad y fortaleza moral. Nosotros, los ibéricos, pintorescos, carentes de toda seriedad, vagos; consecuentemente, subdesarrollados. Pues ahora verán lo que vale un peine. Les acusamos de despilfarradores, de malos gestores, ineficientes. Aprendan, aprendan de nosotros, con nuestro superávit.

Bien quisiera yo ofrecer las causas profundas de la crisis alemana, que puede no ser meramente coyuntural, sino estructural. El gran país, locomotora de Europa hasta ayer, puede resurgir durante un tiempo, para hundirse de nuevo y volverse a levantar y eso, durante una, dos décadas, hasta hundirse definitivamente en la mediocridad. Puede que no, pero los datos que hemos recogido -sobre todo los aparecidos en EL PAÍS- apuntan a lo peor: un cambio negativo en la mentalidad del pueblo alemán. Lo que no he leído en este diario ni en parte alguna es un análisis del pecado original. Conocemos los efectos y elegiremos algunos; luego arriesgaré brevemente -brevísimamente- algunas sugerencias sobre la etiología de una enfermedad que tiene mala pinta, para desgracia de todos.

El coste de una hora de trabajo en Alemania es de 26 euros (unos 18 la media europea). Son casi cinco millones de funcionarios y al jubilarse reciben su pensión sin haber contribuido. Las transferencias a la antigua RDA suponen entre el 3% y el 4% del PIB. Y terriblemente alarmante: "Prestaciones como instalar una línea telefónica pueden llevar hasta dos meses". Todavía peor: "... En la clasificación mundial de las repúblicas bananeras Alemania ocupa ya el número 18. En la policía, en la Administración, en las empresas municipales, en los medios o las clínicas, por donde quiera que se lance la mirada: la corrupción se extiende como una metástasis. Se soborna a empleados y funcionarios, los empresarios se meten en los bolsillos sumas gigantescas y a los políticos se les da aire, como se llama a los untos en la jerga de los iniciados". Vamos, que ni la Rusia de Putin. El informe concluye apuntando a una causa estructural que, sin embargo, no desarrolla. Una causa antropológica, "la destrucción y desaparición de las virtudes tradicionales que llevaron un día al país a la cumbre de Europa y le situaron entre los primeros del mundo". En el mismo informe se dice que hace ya tiempo que los servicios alemanes están en la picota, carentes de todo prestigio social. Consecuencia de ello es la malísima calidad de los mismos, desde la hostelería al comercio. Uno se pregunta si los servicios son malos porque no gozan de prestigio social o no gozan de prestigio social porque son malos. Si el enfermo ha de entrar en vías de curación, necesitamos llegar al origen del mal. Crisis económicas hay muchas; y últimamente, la más grave y prolongada ha sido la de Japón, todavía en fase de convalecencia después de una época de estancamiento y retroceso. Parece que el país asiático ha pensado sobre sí mismo durante estos años y de ser así la crisis habrá sido una bendición. Mucho de lo que han creído durante siglos los japoneses puede haberse tambaleado.

En el caso alemán es fácil incurrir en interpretaciones apresuradas, fáciles y superficiales. Alemania rica, Alemania con complejo de culpa por el holocausto, Alemania que para hacerse perdonar contribuye más que ningún otro país a la construcción europea y soporta la enorme carga de reabsorber a la que fuera Alemania comunista... Alemania que, habiendo accedido a la sociedad de consumo, ha abandonado su proverbial dedicación al trabajo en general y al trabajo bien hecho en particular, Alemania que, tradicionalmente austera, se lanza al hedonismo, dando así rienda suelta al deseo recóndito de imitar a los franceses, esos "malfantes", buenos vividores "esclavos de los siete pecados capitales", como diría Machado. Viví unos años en Alemania, entre la gente del pueblo, y es cierto que no conocí a un alemán que no fuera muy consciente de la comparación entre ambas formas de entender la vida. Algo de verdad puede haber en estos tópicos, sobre todo, si sumamos la porción del uno y del otro. Pero suponiendo que la haya, eso no explicaría el derrumbe estructural que hemos visto se le atribuye a Alemania.

¿Tal vez el recurso a la historia? Acaso en la historia se halle el pecado original. En Alemania, la nación es posterior al sentimiento pangermanista. Hasta muy avanzado el siglo XIX, el país, políticamente, no pasó del estadio de la confederación. Pero no voy a seguir por ahí, porque me metería en otro artículo y porque no sería el mío, sino una impertinente intrusión en una materia que tiene sus expertos.

Por supuesto, si los alemanes del sector público y privado trabajan poco y mal, sin más motivación que la desgana, la chapuza y la corruptela, eso es más preocupante que cualquier crisis provocada por un mal gobierno; pues lo primero sería más indicativo de un cambio de mentalidad, que dicho sea de paso, nos parecería sorprendente. Quisiéramos creer que el país se encuentra abrumado ante tanta responsabilidad: locomotora europea, que hincha el ego y vacía el bolsillo; absorción de millones de inmigrantes, subvenciones enormes a la Alemania del Este, un gasto social admirable, pero que se fue de las manos. (Balnearios para trabajadores estresados, todo un lujo). Todo eso tendría remedio y más nos vale a todos. Lo malo es que el tiempo apremia.

Finalmente, para cambiar su imagen, el gobierno alemán hace propaganda ¡esgrimiendo a Claudia Schiffer y a Boris Becker! Reconozcámoslo con pesar: el dato es devastador.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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