Procesiones
El fin de semana pasado nos deparó un alud de cifras relacionadas con aglomeraciones. Hace unos años, la demógrafa Anna Cabré escribió que la movilidad humana más espectacular de este planeta estaba protagonizada por dos tendencias mayoritarias: la inmigración y el turismo. Ahora tendríamos que añadir el tedio urbano, que provoca sospechosas reacciones colectivas. A diferencia de lo que ocurre con la asistencia a manifestaciones, no existe una doble versión que enfrente a organizadores y Guardia Urbana, a manifestantes y Delegación del Gobierno. Así, si nos aseguran que 25.000 personas visitaron la Fira del Disc Ciutat de Barcelona, no hay debate posible. Ningún colectivo interviene para discrepar ni aporta una científica interpretación de los hechos que demuestra que fueron el doble o la mitad. Tampoco hay discusión acerca de si fueron o no 55.000 los aficionados que se aburrieron viendo el partido de fútbol Barça-Villarreal. En el caso del Fòrum, la duda ofende. La organización afirma que más de 224.000 participaron en la multitudinaria jornada de puertas abiertas y esa cifra va a misa.
Algo parecido ocurre con el Trambaix. Más de 110.000 personas utilizaron el nuevo tranvía hace ocho días, dijo el consejero Joaquim Nadal. Un éxito, aunque al día siguiente esas personas se escaquearon, probablemente porque ya no era gratuito. Si sumamos todas estas procesiones laicas, obtenemos un total de 414.000 individuos dando vueltas por la ciudad. No participé en esas aglomeraciones, pero sí en otras. En un céntrico restaurante de la ciudad, en la noche del domingo, no pude conseguir mesa porque, según observé, había miles de personas haciendo cola antes que yo (y otros miles comiendo). Pero es que en la misma calle había miles de conductores intentando aparcar, algunos de los cuales efectuarán los millones de desplazamientos que anuncian las distintas direcciones generales de tráfico y que hoy, 11 de abril, movilizarán los mecanismos de control de nuestra congestionada red circulatoria (se cumple un mes del atentado de Madrid, recemos para que el fanatismo no decida aplicar su macabro sentido del calendario).
La fiebre de la aglomeración se extiende. Nadie diría que los índices de natalidad están por los suelos. Leo que Barcelona se prepara para, a partir del año 2006, recibir a 300.000 turistas chinos. ¿Cogerán todos el tranvía? (recuerden el chiste, ¿cómo meter a 300.000 chinos en un Seat 600?: 150.000 delante y 150.000 detrás). En otro periódico, se informa de que 1.800 lectores han participado en un concurso de poesía. Es el 0,03% de la población de Cataluña, un porcentaje nada despreciable teniendo en cuenta que la poesía puede generar reacciones como esta, del poeta Roger Wolfe: "Si la literatura no sirve para follar más ni para ganar el dinero suficiente para sacudirnos este miserable mundo de encima, ¿para qué coño sirve?". Más síntomas de que nos va el mogollón: 6.000 transexuales exigen una ley que les asegure tratamientos gratuitos. El lunes, tras la epidemia de multitudes, las emisoras de radio dieron voz a barceloneses que habían dedicado parte de su fin de semana a subir al tranvía y a inspeccionar la maloliente zona del Fòrum. Siguiendo con esta tendencia, podríamos imaginar un cruce de datos que nos proporcionara información sobre un posible sujeto, chino y transexual, coleccionista de discos y barcelonista, usuario de tranvía tras comprobar que resulta imposible aparcar, preocupado por el cemento multicultural y capaz de escribir un poema para, más tarde, participar en un concurso de lectores de un periódico de la ciudad. Sería el alcalde perfecto.
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