Periodismo: fascinación y odio
¿Por qué los medios de comunicación han devenido en una parte cada vez más central de nuestras democracias mediáticas? Porque se han convertido en un contrapoder o porque, como dice Kapuscinski, los mecanismos de los medios construyen un mundo virtual que reemplaza al mundo real. ¿O porque el periodismo se ha convertido en una profesión a través de la cual se puede manipular la opinión pública?
Oficio que fascina o se odia, el periodismo juega un papel determinante en la vida. Conocer lo que no puede ver con sus propios ojos proporciona al ciudadano seguridad, poder y confianza. Ese ciudadano posee el instinto de estar informado. Más ahora, cuando a partir de la revolución de las tecnologías de la información y comunicación, las noticias se han multiplicado por mil. Lo que da lugar a otro tipo de problemas relacionados con la abundancia y no con la escasez.
¿Qué ocurre cuando acontece un atentado terrorista, como por ejemplo el del 11-M en Madrid? En las primeras horas de un suceso así, cuando ser preciso es muy difícil, circunscribirse a los hechos es lo más importante. Es en esos momentos cuando los ciudadanos se forman una opinión, a veces con no poca testarudez, gracias al contexto empleado para presentar la información. ¿Supone una amenaza para mí?, ¿me beneficia?, ¿debería preocuparme? La respuesta a estas preguntas determinará con cuánta atención seguirá cada uno de nosotros esa noticia, con cuánto interés exigiremos una verificación de los hechos. Basándose en estas experiencias, un veterano periodista norteamericano ha analizado que en esta época de información rápida y abundante cualquier Gobierno puede ejercer mayor control sobre la mente de los ciudadanos que jamás anteriormente. "Si no se plantea ninguna oposición seria antes de tres días, ese Gobierno habrá fijado el contexto del suceso y podrá controlar la percepción que los ciudadanos tienen del mismo" (el entrecomillado es nuestro).
Por ello es tan importante el periodismo que tiende a la independencia y al rigor. Y el periodismo no gregario. El gregarismo es otra de las desgracias mediáticas de nuestra época. Si no se investiga, verifica y contextualiza una noticia, un sólo periódico, una radio o una televisión, las más dinámicas en ese momento, establecen la realidad de lo ocurrido. En cuanto una historia sale del cascarón (por ejemplo, la pone en circulación un Gobierno manipulador y mentiroso en serie), toda la manada reacciona igual.
A reflexionar sobre las enormes transformaciones del oficio de periodista en las dos últimas décadas (las buenas y las malas) se dedican estos dos libros tan actuales. Los elementos del periodismo nació de una reunión de 23 personas, en el año 1997, en Harvard. Directores de periódicos, figuras influyentes de los medios, académicos y las firmas más habituales se juntaron con una misma preocupación: la profesión pasa por momentos muy difíciles; en vez de servir a un interés público, el periodismo lo está socavando; crece la desconfianza del ciudadano en la profesión, y esa desconfianza a veces se transforma en odio; en el periodismo actual, muchas veces el ciudadano no desempeña ningún papel excepto el de audiencia. En las redacciones apenas se habla ya de periodismo, abrumados como están los profesionales por la presión de un gigantesco volumen de trabajo y por la cuenta de resultados del medio, que forma parte también de sus obsesiones. A partir de esa reunión de 23 periodistas, los autores del libro, Bill Kovach (presidente del muy expresivamente autotitulado Comité de Periodistas Preocupados) y Tom Rosentiel (director del no menos expresivo Proyecto para la Mejora de la Calidad del Periodismo) elaboraron este actualísimo manual sobre la realidad del periodismo. Leyéndolo, estudiándolo, uno se da cuenta de la profundidad de la globalización como marco de referencia de nuestra época: los problemas de los periodistas de Estados Unidos tienen características comunes centrales con los del periodismo europeo y español.
Distintas metodologías y geografías en ambos libros, muy parecidas reflexiones y conclusiones: sobre el papel de las nuevas tecnologías, que transforman los métodos pero no cambian el propósito de nuestra profesión: proporcionar al ciudadano la información que necesita para ser libre y capaz de gobernarse a sí mismo.
En el frontispicio de las redacciones debería figurar la reflexión del periodista americano Walter Lippman, de hace ya casi un siglo: "No puede haber libertad en una comunidad que carece de la información necesaria para detectar la mentira".
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