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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El coleccionista de caras

"Aquellos a quienes anima un audacia indomable,/ cuya carne es fuerte y pura,/ limpia de manchas./ Los que miran negligentemente en pleno rostro/ a los presidentes y a los gobernadores/ como para decirles: ¿Quiénes sois?". Es decir que se llamaba Basilio Baltasar y tenía 19 años. BB. Y en cuanto a los versos, eran los de Hojas de hierba. Los acababa de comprar en el primer quiosco de las Ramblas. Hay dos hipótesis sobre esos quioscos. O nosotros éramos imbéciles o se han vuelto ellos. No son hipótesis incompatibles. En realidad son hipótesis que van mucho más allá de los quioscos. ¿Whitman? O incluso: ni un solo momento viejo hermoso Walt Whitman, Adán de sangre, macho, no sé cuánta bisutería más.

Basilio Baltasar, hoy director de la Fundación Bartolomé March de Palma, estudiaba primero de Periodismo en Bellaterra en 1974

Lo cierto es que vendían Hojas de hierba en los quioscos de las Ramblas, una edición gruesa, verde, cara, tentadora y, creo, suramericana. BB había dejado a sus padres en Mallorca, o mejor sus padres lo habían dejado en Barcelona, y estudiaba primero de Periodismo en la Universidad Autónoma de Bellaterra. Llegó en un momento crucial, irrepetible. Los llamados PNN provocaron el AGP. Como hubo el Siglo de las Luces hubo el Siglo de las Siglas. Es indiscutible que a BB le tocó este último. En su apogeo. Los profesores no numerarios (que en las llamadas Ciencias de la Información eran todos los profesores) hicieron huelga durante todo el curso. A la hora de los exámenes siguieron en huelga. Y entonces decidieron aprobar al alumnado. Fue el aprobado general político, ya que la huelga general política no había podido ser. Lo más sorprendente de los profesores no numerarios no fue su actitud, sino el modo cómo la justificaron: "No queremos perjudicar a los alumnos", dijeron.

Así que BB dispuso durante el curso de mucho tiempo para formarse. Por eso había comprado Hojas de hierba. Para aprender y ser un hombre. Un Adán de sangre. Se sintió feliz y excitado cuando tuvo el libro entre las manos y se encaminó al Zurich para hincarle el primer diente. En Canaletas vio un mendigo recostado. Le alargó cinco duros. Estaba tan contento de su vida que le alargó cinco duros del 74. Entre la decisión y alargárselos se justificó pensando que aquel pobre hombre también tenía derecho a sus hojas de hierba. Ahí van, pues.

Desembolsada fatalmente la moneda, el mendigo se levantó y se encaró con BB. Al principio no hablaba, sólo lo miraba con ojos feroces. BB le volvió la cara. La cara ante aquella cara insoportable. Y echó a andar. El corazón le pesaba más que las Hojas. Oía voces a su espalda. Se volvió. Era increíble, pero el mendigo lo seguía. Gritándole. Todo tipo de insultos. Tan brutales algunos que no los entendía. No cruzaría la calle, claro. La cruzó. No paraba de gritarle. Aceleró. Ni se volvía. No necesitaba volverse. Llevaba la cara encendida. Por la sorpresa. Por la vergüenza. Por estar casi corriendo. De un salto se metió en el Zurich y se fundió entre la gente. El mendigo no entró. Sentado, aún creía oírle frente a la terraza del bar, gritando todavía y amenazándole. Pasó mucho rato y cuando salió las voces seguían, pero el hombre ya no estaba.

Durante los días siguientes evitó volver por las Ramblas. Aunque era difícil. Con el curso vacío, su ocupación principal consistía en dar largos paseos por la ciudad, que inevitablemente acababan allí. Ya empezaba a ser un experto coleccionista de caras. Andaba e iba capturando las que le parecían interesantes. Una vez en su poder, las descomponía en una rápida operación y buscaba a quién se parecía aquella cara. A qué persona famosa. A cuál de su círculo familiar o de sus amistades. A cuál otra, y esto era el ejercicio más difícil e inquietante, de las que había visto una tarde, en un paseo. Se le fue consolidando la certidumbre de que seres singulares había realmente muy pocos y la inmensa mayoría de los hombres no eran más que copias de otros hombres, de otros hombres, de otros. Hasta que una tarde se cruzó con él. Fue exactamente un cruzarse en una calle, un hombre y BB, pero sus ojos penetraron en lo suyos como lo harían dos brocas del 8. Es que estaba empezando con las metáforas y esa ferretería. Le temblaron las piernas y empezó a oír las voces. Pero el tipo, después de mirarle, siguió su camino. Lo había reconocido, estaba seguro, pero siguió con su vida.

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O sea que esto fue el curso del 74 para BB. Un curso cargado. De una tacada aprendió a sospechar de la lírica y de la caridad. No sólo no volvió a Whitman. Es que no volvió a probar poeta que no fuese inducido por la estricta obligación laboral. Era una asociación arriesgada e incluso injusta la del indigente y Whitman. Pero al fin y al cabo, estaba pagándole a la lírica con sus mismas piruetas. Ni caridad ni versos, nunca más. Como consecuencia del AGP, el general estado de sospecha decretado se extendió también al saber y a la responsabilidad académica. Y qué decir de las consecuencias que tuvo en su vida el haber descubierto en las calles tantos hombres copiados, y tan pronto. No hay duda de que el 74 fue un buen año, un año de mucho provecho, y que todo lo demás han sido reválidas para BB.

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