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MATANZA EN MADRID | Las víctimas

MIGUEL DE LUNA OCAÑA / "A mi manera", como Sinatra

Miguel, madrileño de 36 años, topógrafo, había sido siempre "de ciencias puras". Por eso se decidió por estudiar topografía. "Sensato, discreto y paciente", así lo recuerda su hermano Jaime, trabajaba para la empresa Serynco en el PAU de Sanchinarro, como controlador de simultaneidad de las tareas de urbanización y edificación.

Hace un mes y medio, un perro famélico se acercó a las obras donde trabajaba Miguel. Era una galga de raza afgana que había sido abandonada y se encontraba muy sucia y enferma. El ingeniero la subió en su coche y se la llevó a la casa de sus padres, en Parla, donde él y sus hermanos la cuidaron con cariño hasta que una veterinaria amiga encontró a una pareja dispuesta a adoptarla. Miguel lloró cuando entregó la galga a sus futuros dueños. "En casa de mis padres no podía estar porque ya tenemos dos gatos [uno de ellos también rescatado por Miguel]", explica Jaime. "Pero si le hubieran dado la casa que se había comprado, seguro que se habría quedado a la perra".

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La bicicleta de montaña, el senderismo y coleccionar relojes ocupaban el resto de las horas libres de Miguel, además de su pasión por la música de Frank Sinatra. Tenía todos sus discos -"los originales, no los del top manta", aclara Jaime-, que había conseguido en las tiendas del centro de Madrid.

Sin grandes pretensiones exonómicas ni propensión al lujo, a Miguel "le gustaban las cosas por lo que eran, no por lo que costaban", afirma su hermano.

Tal vez por este motivo se enamoró de un Fiat Panda 1.000 descapotable, con el que circulaba por un Madrid casi siempre atascado y en el que soñaba con irse a vivir a una sila, quizá Mallorca o Tenerife, donde escapar del tráfico y estar cerca del mar. A su manera, como Sinatra.

Miguel de Luna Ocaña
Miguel de Luna Ocaña

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