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Reportaje:

Dos propuestas pictóricas

Amondarain y De la Concha muestran en Pamplona y San Sebastián dos caras de una vocación

"La pintura es una huida hacia adelante. Forma parte de mí y no puedo elegir entre pintar o no", subraya José Ramón Amondarain (San Sebastián, 1964), premio Gure Artea en 2002, y autor de la pintura sólida, física, de los "mochos" que llenan la galería pamplonesa Moisés Pérez de Albeniz. Y no parece ser el único que lo siente así. Félix de la Concha (León, 1962) por ejemplo, protagonista de otra destacada propuesta expositiva en la Galería Dieciséis de San Sebastián, pasó un año de su vida mirando a la Catedral del Conocimiento de Pittsburgh (EE.UU) porque se había propuesto pintar 365 perspetivas diferentes de la iglesia.

Les mueve la misma vocación, pero estos dos artistas representan dos estilos pictóricos totalmente distintos, como puede apreciarse estos días. Amondarain presenta en Pamplona telas con grandes sobreescalas de tamaño, dibujos de luz en papel fotográfico, figuración y abstracción ("no hay diferencias", matiza), objetos modelados con óleo, tan autónomos que no necesitan soporte, e impresiones digitales que manipula, pinta o simplemente imprime sobre lienzo. "La pintura habla de la galería y la retrata", dice el artista. "Es un juego sobre el espacio, el lugar, y su imagen, sus signos. Yo me convierto en gestor". De hecho se ha adaptado tanto al medio físico que ha jugado con el nombre de la galería hasta convertirlo en el acrónimo se be por la z i se mide en z.

"Yo manejo ideas, no conceptos", afirma José Ramón Amondarain

Amondarain huye del término conceptual. "Yo manejo ideas, no conceptos", asevera. Y sus creaciones refrendan el término variable, abierto, interpretativo con que fueron ideadas. En Pamplona muestra obra muy reciente (2003-2004), creada ex profeso para Pamplona o recién llegada de Berlín. Son ejemplos de su pintura tridimensional y de procesos variables en los que una maqueta, un avión espía estadounidense, se convierte en una máscara africana cuando se cuelga de una pared y de ella se deriva una gran caja negra, vinculada a la pintura negra de Ad Reinhart, en la que, reduciendo las posibilidades cromáticas al máximo, se crean los contrastes de luz y color con la propia pincelada.

Muy distinta es la pintura de Félix de la Concha, totalmente figurativa y transparente, sin mensajes ocultos. Su proyecto One a day -los 365 cuadros de la Catedral de Pittsburgh- es uno de los ejemplos más gráficos de su obsesión por representar distintas perspectivas de las arquitecturas y paisajes que le rodean. Queda claro en la Galería Dieciséis, que expone hasta el 4 de abril una quincena de sus obras más recientes, las que ha realizado mientras ha vivido en Boone (Carolina del Norte), municipio que ahora abandona.

"Félix siempre ha sido un pintor contracorriente", explica el galerista Gonzalo Sánchez. "Desde el principio ha pintado figurativo", dice. No se ha dejado arrastrar por las modas ni por la identificación contemporánea de vanguardia con abstracción, ni por la tendencia a pintar en estudio. Ante su imposibilidad de trasladarse hasta San Sebastián y explicarlo por si mismo, lo deja claro en un texto que ha dejado al galerista. "Siempre pinto delante del lugar. Me interesa captar ciertas cualidades de la luz percibida directamente por mis ojos, buscando vivir la experiencia diaria de pintar como un hecho existencial", confiesa.

Por eso su pintura es su realidad más cercana: los edificios de la ciudad de Pittsburgh donde vivió, sus postes de luz, los paisajes naturales de las afueras de Boone transformados por la huella del hombre o las vistas de una colina desde la ventana de su casa.

Félix de la Concha explota todas esas realidades, las mira desde un sinfín de puntos posibles y las coloca, una tras otra, frente al espectador. Con este proceso ha llegado en ocasiones casi a convertir en plano un objeto o un motivo tridimensional. "Gran parte de mi obra", señala, "se realiza en grandes series de cuadros que a menudo se desarrollan en periodos largos de tiempo". ¿Por qué? Porque le gusta desafiar al paso del tiempo y alterar los espacios. En esta exposición, no exhibe ninguna serie como hizo en la última edición de ARCO: muestra obras sueltas de su última etapa creativa. Por ejemplo, la perspectiva imposible de unas canoas apiladas que un campo donde hay abandonados dos autobuses escolares.

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