_
_
_
_
SOMBRAS NADA MÁS | Ronaldinho Gaúcho, futbolista
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El hombre que aprende a hablar turco

Juan Cruz

Cuando Ronaldinho marca goles su campo ruge de satisfacción, porque ese futbolista escurridizo y más hábil que nadie es su mascota, el hombre que ha salvado de la tristeza al Fútbol Club Barcelona. Hay entre todos esos que se levantan entusiasmados un hombre habitualmente triste que abandona el banquillo, salta al césped riendo y se abraza a sí mismo como si el gol lo hubiera metido él, aunque su oficio sea el de portero.

Ese hombre es Rustü, el portero suplente del Barça, turco de nacionalidad y de lengua, que vino al equipo azulgrana con la intención de ser el titular absoluto... Las desgracias del fútbol se cebaron sobre él, y algunas actuaciones desafortunadas lo recluyeron en la situación en la que está ahora... Pero aunque no juega, le brillan los ojos especialmente cuando acierta Ronaldinho y hace diana en la puerta contraria. Cuando Rustü expresa así su alegría, que enfocan las cámaras para demostrar que es un hombre que también ríe, lo que hace el turco es agradecer, entre otras cosas, un gesto que define la manera de ser del mejor jugador que ha tenido el Barça desde Cruyff.

Y es que Ronaldinho, que aún no habla catalán, ya dice algunas palabras en turco. Las ha aprendido para convertirse en interlocutor de Rustü, cuya lengua es la más alejada de todas las lenguas que se hablan en el banquillo. El club le ha ofrecido a Ronaldinho aprender catalán, pero él no quiere ir a clase; se crió en la calle, jugando al fútbol, y fue la mascota de su equipo (Gremio, de Porto Alegre) en el que se hicieron su padre (un portero frustrado) y su hermano Roberto Asís; y en la calle es donde él quiere seguir aprendiendo, catalán o cualquier cosa.

Pero dice palabras en turco para que Rustü no esté solo. Esa no es una anécdota. Algunos futbolistas tienen una imagen en el campo (alegres, e incluso simpáticos), pero en privado luego son hoscos, engreídos, firman los autógrafos como si estuvieran rascando la piel de los fans... Pero Ronaldinho es ese que ustedes ven, no tiene doblez. Cuando salta al campo -o cuando se va de los aviones, o de los autobuses, o cuando va al cine- es siempre el último en salir; no es divismo, es manía: quiere saber que no falta nadie, y que, por tanto, él puede andar tranquilo. Una vez en el campo, si se trata de eso, se dirige uno a uno a todos sus compañeros, los besa en la frente, los abraza, les habla (a uno en turco) y los anima en lo que él considera la situación más grave de un hombre: un partido de fútbol. Y después reza o se persigna todo el tiempo. Y habla sin parar, como hacían Cruyff o Guardiola. Invoca a Dios, mira a lo alto antes de abrazar después de un gol.

El último domingo marcó un tanto extraordinario, ante la Real Sociedad, en el antepenúltimo minuto. Y antes había fallado desde la misma posición una falta igual. En esta ocasión se le pudo ver en la posición en la que no había tenido éxito, hablando para sí mismo y haciendo gestos de agrimensor con sus manos nerviosísimas: estaba calculando en qué había consistido su fallo. Lo corrigió luego; como Juan Rulfo, Ronaldinho escribe corrigiendo. Una semana antes, en Murcia, su compañero Overmars (marginado muchas veces por los entrenadores) le facilitó un gol perfecto: él se dirigió a Overmars (otro hombre triste del banquillo), lo levantó en peso y le dedicó su alegría. Poco antes, Pedro Javier Saviola marcó su gol: fue hacia él como una flecha, y debió decirle: "Hoy no se celebra". Era el fin de semana del dolor por las víctimas de los atentados de Madrid. Y se cabrea, claro: cuando el entrenador Rijkaard le quitó de un partido contra el Zaragoza, cuando además se disponía a lanzar un córner, rodeó el campo para marcharse y miró al banquillo taladrándolo de rabia...; a diferencia de otros astros, éste luego no tomó venganza alguna. Y es que Ronaldinho siempre quiso creer que todos los hombres (incluso los entrenadores) son sus hermanos, y está dispuesto, para llevar alegría a los que están a su lado, incluso a aprender turco. Su número es el 21 (nació un 21 de marzo), y los guiñoles dicen que su palabra, siempre, es fiesta.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_