JULIA FRUTOS ROSIQUE / Hablar a los ancianos
Julia Frutos tenía 44 años y, tras meses en el paro, había conseguido un trabajo como cuidadora de ancianos. Fue una vocación tardía. Todo un descubrimiento. "Era muy habladora y a los mayores eso les animaba mucho. La verdad es que siempre fue muy resuelta, ya desde pequeña", cuenta su hermana Susana. "Sin embargo, también tenía un mundo propio, que no conocíamos muy bien", añade Rosa, otra de sus hermanas.
Julia, madrileña, vivía en Salamanca, pero a su marido le destinaron hace unos meses a Madrid. Buscaron piso en Torrejón de Ardoz, ciudad que quedaba cerca del trabajo de éste. Pero la familia de Julia vive en el barrio madrileño de Tetuán.
Ella no quiso quedarse en ser sólo ama de casa. Se había pasado mucho tiempo buscando trabajo sin fortuna: "Mandaba currículos aquí y allá, y nada. Estaba desesperada", recuerda Susana. Y al fin, hace cuatro meses, lo encontró a través de la Comunidad de Madrid asistiendo a ancianos en sus domicilios. Había hecho cursos de ocupación para mujeres y, llevada por el afán de mejorar, le había pedido los apuntes de la carrera a su hermana Rosa, que es enfermera. Pero no llegó a tenerlos en sus manos.
Le gustaba escuchar a los Rolling y a los Beatles. Y también comer, aunque siempre se mantuvo delgada. "Adoraba viajar. Se iba a Marbella, a Ibiza", relata con cierta envidia Susana. "Y disfrutaba pintando, pintaba paisajes. Siempre tuvo perros y gatos. Y era toda una experta en plantas. Mi padre era jardinero y la enseñó todo lo que sabía. Habían trabajado juntos en un vivero".
En un mes Julia pretendía volverse a Salamanca (concluía el traslado temporal de su marido en la capital) y dejar detrás sus trayectos somnolientos en convoy hasta Chamartín. No le gustaba coger el tren.-
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