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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Apuntes del natural

Semanas atrás empecé a hacer una lista de lugares para ensimismarse donde poder estar a salvo de las embestidas de una realidad que, como tantos ciudadanos, incluso en mis momentos de mayor optimismo, adivinaba cruel. La lista de espacios donde pensaba olvidar una nueva legislatura del PP iba desde el teleférico a las cloacas, pasando por el patio de la Massana, unos cuantos antros donde tratar de superar la marca de Dylan Thomas (18 whiskys) y el aeropuerto de El Prat, pues estar en un aeropuerto es lo más parecido a no estar en ninguna parte. Pero el sitio más alucinante al que me llevaron mis pesquisas es, sin duda, el Cercle Artístic de Sant Lluc (sito en el número 16 de la calle del Pi), un lugar excelente para refugiarse en esos momentos en que la realidad, como dice un amigo mío, se pone tozuda.

El Cercle Artístic de Sant Lluc es un lugar excelente para refugiarse en esos momentos en que la realidad se pone tozuda

Hay otros mundos pero están en éste, pensé, citando a Éluard, al cruzar la puerta de este lugar y dejar atrás el siglo XXI y las movilizaciones vía Internet para zambullirme de golpe en un mundo de altos techos decorados con pinturas antiguas, profusión de molduras y dorados, vidrieras modernistas y enormes arañas que cuelgan del techo.

Pero si la atmósfera decimonónica impresiona al forastero, más impactante aún resulta meterse en la sala donde los socios del Cercle toman apuntes del natural. Una mujer y tres hombres dibujaban a un chico desnudo la primera vez que entré. Tuve que librar un heroico combate para no mirar al tipo desnudo. Y no es por hacerme la chula, pero lo conseguí. No así el modelo y los dibujantes, que en medio de un silencio apabullante me fulminaron al mismo tiempo con la mirada. Capté la indirecta y me fui, pero volví otro día no sin antes asegurarme de que la mayor afluencia me haría pasar desapercibida. Efectivamente, esta vez conseguí infiltrarme con éxito en el grupo, quizá porque me había provisto de lápiz y libreta. Mientras fingía ser un genio del dibujo, pude observar a la modelo desnuda, que cambiaba de pose cuando, cada cinco minutos, sonaba un timbre, y a los que dibujaban absortos, frunciendo el ceño en una atmósfera de tal silencio y concentración que incluso podía oírse el ruido de los lápices rascando el papel. Y eso que sin cesar llegaba gente que para no perturbar a los artistas aguardaba junto a la puerta a que el timbre anunciase el cambio de pose. No sé qué prejuicios, sin duda relacionados con mi interés por el arte contemporáneo más gamberro, me hacían imaginar que los socios del Cercle tendrían una edad provecta, pero que me fulmine un rayo si entre el heterogéneo grupo de los que se afanaban con sus lápices no había algún que otro piercing, peinados rasta, pantalones caídos y barrigas al viento. Y, por supuesto, japoneses, uno de los cuales dormía una siesta en el vestíbulo apoyada en el bastidor de la tela que había traído.

No ocultaré que los orígenes del Cercle son muy puritanos. Entre sus fundadores están los muy católicos hermanos Llimona, que abandonaron el Círculo Artístico fundado años atrás por Santiago Rusiñol escandalizados por las gamberradas de sus miembros. Según cuenta Enric Jardí en su Història del Cercle Artístic de Sant Lluc (Destino), Josep Pla señalaba como detonante de la escisión una caracolada celebrada en Montjuïc por los amigos de Rusiñol, Clarasó y Casas. "Amb la abundor de libacions alcohòliques", dice Jardí, "la tabola anà degenerant en un torneig de cançons anticlericals i àdhuc blasfematòries" que ofendió a los elementos moralizadores y de la que cabe deducir que las caracoladas podrían ser, por el rechazo que suscitaban entre los bienpensantes, las antepasadas del botellón. Lo de las libaciones alcohólicas recuerda asimismo una carta que el pintor Ignacio Zuloaga escribió a Rusiñol y donde le aconsejaba que tomara menos drogas. Tampoco ocultaré que, pese a que lo de la caracolada-botellón queda fantástico como motivo de cisma, parece que el propio Joan Llimona escribió que la causa de la escisión fue una discrepancia en materia de moralidad con motivo de un baile.

En cualquier caso, los fundadores del Cercle se tirarían ahora mismo de los pelos si supieran que en él posan casi cada día mujeres desnudas, ya que los estatutos de 1893 prohibían el modelo de mujer (desnudo, claro). Y cuando en 1909 se decidió derogar la norma antidesnudo femenino se instituyó a la vez una "junta de orden" encargada de reprimir cualquier exceso. De hecho, la religiosidad de los miembros del Cercle los hizo acreedores a burlas feroces. Los caricaturistas los dibujaban arrodillados, recibiendo una bendición antes de las clases y pasando el rosario después. Digamos, por poner tan sólo un ejemplo, que el beatificable Gaudí solía frecuentar el Cercle.

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En la actualidad, las sesiones de pose son el principal servicio que ofrece el Cercle a sus 800 socios. Además de las poses rápidas para dibujo, están las poses fijas para pintura. Estas últimas duran una semana, con un mismo modelo en la misma pose y los socios se dan bofetadas para conseguir un buen sitio. Cada lunes por la tarde, un voluntario elige una pose, que el modelo tendrá que mantener hasta el viernes, a razón de tres horas diarias, con pequeñas pausas piadosas. Al mismo tiempo, Esther Xandri y Luis Utrillo, presidenta y director respectivamente, tratan desde hace un tiempo de llevar a cabo una labor de apertura y modernización que los ha llevado a multiplicar las actividades del Cercle, ampliando la oferta a cursos de vídeo y fotografía digital entre otras cosas. Ambos me explican que lamentablemente el Cercle tendrá que abandonar en breve esta espléndida sede, que ocupa desde hace 50 años, porque el Hospital de Sant Joan de Déu, al que la anterior propietaria ha donado el local, pretende multiplicar por cinco el alquiler, una costumbre, a decir verdad, tan en la onda del siglo XXI como las movilizaciones vía Internet, el videoarte y la fotografía digital.

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