ÁNGEL LUIS RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ / "Había que hacer cola para quedar con él"
Ángel Luis Rodríguez, madrileño de Vallecas, 34 años, informático en la aseguradora Caser, estudiante de Empresariales en la UNED, aficionado al deporte, a los viajes, a coleccionar objetos antiguos y cocinar para sus amigos. Tres días antes de los atentados, decidió dejar el coche en casa, por primera vez en su vida, para ir en tren al trabajo. Quería evitar los atascos y sacar tiempo de debajo de las piedras para leer y repasar apuntes.
"Lo normal era lo que menos le gustaba", cuentan Mayte y Angelines de su hermano pequeño. Las vacaciones, jamás en agosto, para viajar barato y a sus anchas. Con la mochila a la espalda había recorrido media Europa: Austria, República Checa, Hungría, Noruega, Francia, Alemania, Suiza... Le gustaba probar de todo. La comida, casi nunca tradicional: japonesa, china, árabe... La cerveza, de importación y de la rara. Cuando invitaba a sus amigos al piso que acababa de estrenar, nada de patatas fritas y cacahuetes para picar. "¡Se curraba unos canapés! Era un sibarita", afirma Mayte, "y también se pirraba por las barbacoas". Las preparaba en la casa de la familia en Valdeverdeja, 741 habitantes, Toledo, su segundo hogar.
Era inquieto. Tenía un salario seguro, casa nueva, coche nuevo, pero se complicó la vida y se matriculó en Empresariales. La universidad le ocupaba dos tardes por semana. Dos tardes más para el gimnasio; los fines de semana, rutas en bici, baloncesto (medía 1,90), terminar de arreglar su piso y quedar con sus amigos (madrileños, asturianos, vascos...). "Había que hacer cola para quedar con él. No era de ir a la disco, prefería salir a cenar; hablaba por los codos", dice Angelines. Su película favorita, la saga de Matrix. Contaba los días para que llegara el verano e irse al pueblo, explica Mayte: "Allí se tumbaba en el suelo del patio y miraba las estrellas".
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