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MATANZA EN MADRID | Las víctimas

STEFAN MODOL / Un policía rumano que tuvo que emigrar por sus hijos

Stefan Modol, Fane, como le llaman sus amigos, era un albañil rumano de 45 años. "Mira la foto de su abono del tren", dice Marin, uno de sus amigos. "Era un fortachón, pero también un tipo muy sensible, cabal, honrado. De los que van de frente; y no te lo digo porque haya muerto, sino porque era así de bueno". Desde que llegó a España hace dos años, Stefan buscó trabajo en la construcción. Vivía en un piso de Vallecas de unos 80 metros cuadrados, una casita de tres habitaciones para nueve inmigrantes en precario.

Con una cuadrilla de compatriotas se dedicaba a aislar terrazas, azoteas y fachadas. Cada día tomaba el tren en Santa Eugenia para ir a las obras que le iban saliendo aquí y allá. Liviu, su compañero en el trabajo, cuenta que era como un padre comprensivo con los otros rumanos jóvenes "de cabeza un poco loca". "Recuerda que tú también fuiste un chaval", decía Stefan a los mayores cuando reprendían a los novatos. Había sido policía en su país, pero "por sus hijos, sólo por ellos, tuvo que emigrar". Tenía tres: Alexandru, Bogdan y Magda. También se desvivía por su madre y un hermano, ambos inválidos. Un vida dura la de Fane.

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"¿Te apetece mover el mueble?". Al llegar de trabajar saludaba a su amigo Marin y le soltaba la frase en clave que sólo ellos comprendían. Y allí se iban los dos a compartir unos vasos de vino. A Fane le gustaba beber tinto con los amigos y comerse unas chuletas, su plato favorito.

Sus compañeros de piso recuerdan que "animaba a todos cuando estaba en casa". Le daba al baile, al típico de su región de nombre latino, Alba Iulia. Stefan tenía otra afición: jugaba al tenis de mesa en un parque municipal, y muy bien, según dicen los que perdieron tantos partidos contra él. Su otra familia en España le va a echar de menos.

Stefan Modol
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