MICHAEL MITCHELL RODRÍGUEZ: "Tenemos una sola vida
Era cubano, trabajaba en la construcción y vivía en Vallecas. En junio cumpliría 28 años, y en julio haría tres que llegó a España. Un tiempo en el que no había vuelto a pisar su barrio de Marianao, en La Habana. "Estaba desesperado por viajar a Cuba", se lamenta Diamelis, una amiga. Quiso ir el año pasado. Quería haber ido este año. "Estaba reuniendo dinero para una nueva instalación de agua en su casa en La Habana", recuerda Evaristo, uno de esos amigos que aquí en Madrid fueron su familia y a quienes hacía reír todos los días, todo el rato. Uno de ellos, James, supo que algo andaba mal el jueves cuando Michael no llamaba como de costumbre, saludando con ese "¿Qué haces, jefe?". Aunque Michael permanecía lejos de los suyos (su hermana reside en EE UU y sus padres, en Cuba), estaban muy unidos. "Tenía una relación increíble con su padre, le llamaba a menudo", relata Diamelis. Cuatro días antes de su muerte, acompañó a otra amiga hasta un locutorio. Cuando ya estaban en la calle, él se paró y dijo: "Tenía que haber llamado yo también". Regresaron. Pero nadie contestó a los timbrazos en Marianao.
"Era alegre y muy luchador", relata Diamelis. Una de sus metas fue tener papeles. Y sólo lo logró hace casi un año. Algunas noches trabajaba de relaciones públicas en un bar latino. Y de día, en la construcción. Colgado de los andamios "hacía de todo y todo lo hacía bien", dicen sus colegas. Hablaba mucho, "contaba las películas y casi las veías". Le encantaba el cine, El señor de los anillos, las artes marciales del actor Jet Li, la playa, la PlayStation ("se entusiasmaba como un niño") y la música cubana, de Benny Moré a Orishas. Andaba siempre con sus auriculares. Dos días antes del atentado había ido a un concierto de la Charanga Habanera. Y pensaba asistir a otro el jueves. Michael decía siempre a sus amigos: "Tenemos una sola". Y a la pregunta "¿una sola qué?", él respondía: "Una sola vida, y hay que disfrutarla"
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