El portero sin rodillas
Laínez, meta del Zaragoza, se ha roto dos veces los ligamentos y juega gracias a una dura preparación
Es portero del Zaragoza porque se le metió entre ceja y ceja. Otro hubiera tirado la toalla, pero César Laínez Sanjuán, (Zaragoza, 1977) se fijó una tarde de 1982 en Arconada [ex guardameta de la Real] y decidió que quería ser portero. "No recuerdo haber jugado nunca de otra cosa que de portero", asume. Su historia habla de mala suerte y de voluntad por superar los contratiempos, de sueños hechos realidad con tesón y esfuerzo. Mañana jugara su segunda final de Copa, pero el verdadero reto profesional empezó hace diez años.
Jugador de las divisiones inferiores del Zaragoza, a los 16 años Juan Santisteban le citó para formar parte de la selección sub-16 en un campeonato de Europa. Dos días antes de la cita, en el patio del colegio Santo Domingo de Sil, pisó mal y le crujió la rodilla derecha. Su padre, profesor de matemáticas del centro, le recogió del suelo y se lo llevó a un especialista que le diagnosticó rotura de los ligamentos internos y externos. "Nadie ha sabido darme una explicación de cómo a un chaval de mi edad le pudo pasar eso". Pero le pasó. Y un pequeño detalle le salvó para el fútbol. No es muy común pero él, a los 16 años había completado su crecimiento físico: "Ya medía 1,80, por eso me pudieron operar", reconoce. Esa lesión le generó una exigencia por recomendación facultativa: aumentar el tono muscular. Según el doctor Jesús Villanueva, jefe de los servicios médicos del Zaragoza, "compensa la falta de ligamentos con una musculatura enorme, que hace que la rodilla le aguante".
Pese al problema, mientras superaba con muy buenas notas el COU - "con un padre profesor, tu verás", bromea- y empezaba la carrera de Ingeniería en la Universidad de Zaragoza, mantuvo una gran progresión deportiva que con 20 años le abrió las puertas del Zaragoza: "En la pretemporada te incorporas al primer equipo", le dijeron. Tardó bastante más: en el último partido con el filial, contra el Aurrerá de Vitoria, la que crujió fue la rodilla izquierda: "Tanto cargar esa pierna, al final me la cargué", lamenta. Otra vez los ligamentos internos y los externos. Otra vez al quirófano y otra vez a sufrir la recuperación. "Es un ejemplo su empeño en el trabajo, otro ya lo habría dejado", reconoce el galeno zaragocista. Sus colegas de Primera consultados convienen en que un tipo con las rodillas de Laínez no pasaría el reconocimiento médico ni por casualidad. Pero se empeñó en lo contrario. Por eso, el 7 de febrero de 1999 debutó en primera división, con el Vilarreal, donde jugó cedido aquel año. Cerca del mediterráneo comprendió que la humedad no le iba muy bien a sus rodillas: "Me dolían más que en Zaragoza", reconoce. A casa volvió, y desde la campaña 2001-2002 es titular indiscutible. A base de botes extraordinarios -"con mi estatura, o salto o no la pillo", advierte- se mantiene en activo.
Kabir Nana, el masajista del Zaragoza, paga las consecuencias de su obstinación. "Nunca tiene un pero, nunca me falla, pero le tengo muy puteado", reconoce Laínez, con una sonrisa. Sabe que si sobrevive con esas rodillas destrozadas es gracias, también, a las atenciones del masajista paquistaní del Zaragoza. Aunque en el vestuario, especialmente el doctor, señale a la enorme fuerza de voluntad del arquero, que llega cada día al gimnasio dos horas antes que sus compañeros, sale a calentar al campo con 30 minutos de ventaja y se va cuando el último compañero hace rato que ha llegado a casa. Además, por las tardes, tres días a la semana, hace bicicleta en el gimnasio. "No me queda otro remedio si quiero seguir jugando".
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