La manifestación
Hoy toca tratar del terrorismo. Cualquier otro tema, ante la magnitud de la barbarie sucedida en Madrid, resulta pálido y a destiempo.
En general, ante una tragedia como la que nos ocupa, inevitable por ya sucedida, los individuos, impotentes, quieren manifestar su indignación, para lo cual se agrupan y de forma a veces silenciosa y otras vociferante hacen saber a quien deba sentirse responsable del desastre su desacuerdo con lo acaecido. A la vez que muestran, por supuesto, su tristeza, su pena, su rabia, su dolor, y tantas otras emociones que los humanos alojamos en los duros momentos en nuestro interior.
Ésta es una de las utilidades de la manifestación, la que justifica su nombre, aquella que sirve al individuo para sacar de sí los demonios que almacenaba y que le habrían impedido dormir, pasearse, estudiar o trabajar con la tranquilidad intelectual necesaria. Y cumple su función pacificadora sin importarle aspectos exteriores a la cuestión, se manifiesta contra aquello que le repele con la clara conciencia de que su manifestación se ahoga y finaliza en si misma, agota sus posibilidades en el grito lanzado o en los kilómetros recorridos al unísono con otros que piensan como él. Nada espera a cambio de lo expresado. Ejemplos claros a este respecto pueden ser los que contemplan a los ciudadanos en contra de las consecuencias de un volcán o un aerolito, o incluso indignados o cabizbajos ante alguna desgracia difícilmente previsible.
Pero existe otra intención en las manifestaciones, que es dar a conocer a los responsables de los desaguisados que la situación no puede continuar así, que pese a haber otorgado en un momento dado el poder político a una formación, su actitud para resolver los problemas no es la que se esperaba de ellos. Cuando se produce una manifestación contra el sida, se da por supuesto que los manifestantes están en contra de enfermar, pero también parece notorio que se intenta presionar para que se faciliten los medios que evitan el contagio o se realicen esfuerzos en la investigación para curar la enfermedad.
Por eso, en un caso de tan evidente signo político e ideológico como los atentados de Madrid, además, por supuesto, de los dementes que los han proyectado y llevado a la práctica, los responsables son aquellos que toman las decisiones que impelen a los paranoicos a actuar de la manera que lo hacen en defensa de sus pretendidos derechos, y estos responsables, en el poder o en la oposición en cada momento, no parece lógico que se conviertan en compañeros manifestantes, ya que no es de razón protestar por lo que uno ha engendrado.
La mejor manifestación, pues, solito y ante las urnas.
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