_
_
_
_
IDA y VUELTA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La idiotez

Suelen quejarse los políticos de que las campañas electorales son duras y agotadoras. También lo son para los electores. Pero, por desagradables que resulten, parecen el único camino civilizado para asignar legitimidades. Afónicos, muertos de sueño o estresados, los candidatos aprovechan días como el de ayer y hoy para estar con la familia y cargar las pilas para soportar el carrusel declarativo que se iniciará a partir de las ocho, cuando caerá sobre nosotros el huracán de interpretaciones y horquillas. Durante la campaña, los electores podemos habernos sentido insultados por la manera como nos han tratado. Desde el jueves por la mañana, en cambio, el voto ha adquirido categoría de medida de supervivencia, de gesto instintivo de reafirmación ante la amenaza del pánico.

De acuerdo que las campañas abusan de desacreditar al partido mayoritario en lugar de proponer soluciones a los problemas. Es cierto que varios partidos han coincidido en meterse con otro y que éste ha respondido con modales de legionario chusquero. Vale que no es agradable recibir en casa toda clase de propaganda en la que se nos facilita el voto regalándonos papeletas, promesas y sobres, como si estuviéramos incapacitados para acudir al colegio electoral y, en la intimidad de la cabina, proceder al ritual sin cometer errores. Y a muchos se nos ha caído el alma a los pies al leer los prospectos adosados a las papeletas. Los mensajes han oscilado entre el triunfalismo y el frontismo irresponsables pasando por fuertes abrazos o la recomendación de actuar descaradamente. Otros presumían de tener "sentido común", dando a entender que los demás no lo tienen o que, hasta ahora, no habían sentido la necesidad de ponerlo en práctica.

En los resúmenes televisivos, hay quien se ha desgañitado llamando pancarteros, comunistas y separatistas a quienes han osado discrepar y otros, rodeados de figurantes más o menos histéricos o de sonrientes cheerleaders, han presumido mesiánicamente de tradición democrática en un país donde el pedigrí democrático esconde capas de franquismo, estalinismo o justificación de un fanatismo religioso o ideológico. Antes del jueves, los síntomas de idiotez sugerían, como máximo, referencias al Breviario de idiotas de Ermanno Cavazzoni, en uno de cuyos párrafos puede leerse: "Un político de la provincia de Bérgamo se cayó del estrado en julio durante un acto electoral de su partido y murió. El estrado era mucho más alto de lo normal y muy estrecho. Se abrió una investigación para determinar si lo habían empujado o si se había tirado para suicidarse". Luego, por desgracia, la tragedia paraliza cualquier tentación irónica y activa (o debería hacerlo) todos los mecanismos de reflexión a corto, medio y largo plazo (y también los mecanismos de evasión). En cuanto a la retórica electoral, no ha sido peor que otras veces. Han vuelto a abundar las proclamas patrioteras y clichés tan manidos como ése de que "otro mundo es posible". Ojalá lo fuera. Total: que a ratos me he sentido tratado como un perfecto idiota. Y teniendo en cuenta que este sentimiento se está convirtiendo en una desagradable costumbre, no descarto que lo sea. Escuchamos interpretaciones malévolas, fanáticas y otras que insinúan oscuras conspiraciones y presagian futuras tempestades. Quizá algunos de los candidatos que se presentan a las elecciones no se hayan ganado nuestro voto durante la campaña, pero merece la pena volver a dárselo porque, a estas alturas, cualquier alternativa que no pase por las urnas nos orientaría hacia un horizonte de destrucción y locura.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_