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FÚTBOL | Liga de Campeones: vuelta de los octavos de final

La cojera mágica de Raúl

Raúl tiene magia. Por ejemplo: ayer se lesionó (se golpeó contra Kuffour en el salto, cayó, se levantó y comenzó a cojear ante la multitud inquieta, solo en el medio del campo) y el partido echó a rodar, como un ingenio que espera el momento justo para ponerse en funcionamiento. Hasta que Raúl cojeó el partido fue un tanteo. A partir de la cojera, el Bayern y el Madrid se lanzaron uno contra el otro para hacerse daño. Todo lo que no había ocurrido en media hora pasó en diez minutos. Dos tiros del Bayern y el gol del Madrid, el del triunfo. Tal que Raúl se sirviese de un dolor para alcanzar sus fines.

"Hemos dominado el partido desde el principio", dijo Raúl, vestido con una reluciente gabardina de cuero marrón; "el Bayern no nos ha creado demasiados problemas y mi tobillo ha resistido bien, aunque me he llevado un golpe en el otro".

El tobillo es un lugar sensible. Los esguinces son dolorosos. A Raúl le dolía y el público tomó nota. Tenía que asumir el puesto que había ocupado Ronaldo, de una influencia aplastante en la delantera. Su decisión de jugar medio lesionado siempre ha conmovido a la gente del Bernabéu, que sabe apreciar los sacrificios más que los caños. Con este bagaje dramático saltaron los equipos al campo. Pero el partido transcurrió sin nada memorable hasta que Raúl caminó cojo. ¡Alarma! Se sobrepuso. Corrió, se vació y siguió exigiendo a la defensa en medio de ovaciones. El público estaba emocionado. Tal vez incluso en el palco, con el rey Juan Carlos a la cabeza.

Ajenos a la grada, como si los alemanes hubiesen olido que la flaqueza del capitán madridista era una señal auspiciosa, mientras Raúl se dolía, Zé Roberto contraatacó con el primer tiro del Bayern, desde fuera del área. Despejó Casillas.

Y fue a pocos minutos de acusar el golpe cuando Raúl se revolvió al borde del área de Kahn, intentando entrar con el balón entre dos defensas. Fue derribado y la jugada llegó a Figo, que centró para que Salgado cabeceara al segundo palo y para que Zidane rematara. El francés apareció como si fuera un nueve, con todo el oportunismo de Ronaldo, y empujó la pelota a gol. Justamente Zidane, que había llegado al partido de puntillas y sin hacer ruido.

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