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Otra vez ganará el centro

Depositar el voto es un momento de gran incertidumbre. De decisión y coherencia en quien lo deposita y de expectación para las formaciones políticas. Un día crucial para los siguientes cuatro años. Si tenemos en cuenta que estamos ante una incertidumbre que genera ilusión/desilusión, podemos concluir que el sufragio crea dinámicas irrepetibles en las que factores como eficacia y credibilidad pueden y deben tener un peso decisivo. En los comicios generales de 1993 se dilucidaba si el PSOE era desplazado del gobierno; tres años más tarde, la tensión la generaba la capacidad del PP para alcanzar el poder; en el 2000, en cambio, el interrogante recalaba en la posibilidad de que el PP obtuviera la mayoría absoluta. El 14 de marzo, la perspectiva es diferente y supera con mucho los reduccionismos al uso, por lo que el previsible resultado no debe esconder el interés de estas elecciones.

El contexto que caracteriza la próxima convocatoria electoral es terreno abonado para la sociología, e incluso para las matemáticas. La oposición plantea unos comicios a la contra cuyo común denominador es desalojar al gobierno que ha propiciado el más dilatado y estable periodo de crecimiento económico y progreso social de nuestro país. El PP, por su parte, plantea un programa serio y riguroso, un programa basado en la credibilidad y la coherencia de los hechos, de profundización en los éxitos alcanzados y en sintonía con las demandas reales de los ciudadanos. Por otro lado, se da una coyuntura nueva en nuestra democracia. Ninguno de los principales líderes en liza -Rajoy y Rodríguez- aspira al triunfo electoral desde la presidencia del Ejecutivo. Es en esta novedosa situación cuando el peso del liderazgo deja paso al programa y a la credibilidad de las formaciones en liza como instrumentos básicos que hace bascular a los indecisos hacia un lado u otro. Comparativamente, y con matices, estaríamos ante la misma situación que vivió esta Comunidad hace casi un año cuando el presidente Camps obtenía la mayoría absoluta frente al candidato Pla, gracias a un programa serio, coherente e innovador, elaborado desde una perspectiva social amplia, basado en la eficacia y la credibilidad de la excelente gestión desarrollada previamente por el ministro Zaplana, frente a un candidato que basaba la campaña en una estrategia ajena a los intereses que se debatían como la situación internacional o, en otro orden, la expulsión del PP de las instituciones.

Y si de programas hablamos, el único que tiene una visión de estado y de modernización es el del PP. Cuando los medios amplifican cualquier propuesta con inmediatez, las fisuras tienen un precio muy elevado. Y en este momento, difícilmente se percibe una compatibilización entre las propuestas de Maragall, Ibarra o Chaves como tenores que desdicen una y otra vez las propuestas emanadas de casa Rodríguez. Hasta dónde es posible conformar el tripartito de Maragall-Carod-Saura sin alterar los pilares del socialismo español. O por qué vericuetos secretos viaja la renovación de nuestra sociedad que pretende el socialismo en educación, sanidad o política fiscal cuando lo único que conocemos hasta el momento es un remake de las políticas concebidas en los últimos ocho años por el PP. Eso sí, ya conocemos a los ministrables (Bono, Seguridad; Sebastián, Economía; Moratinos, Exteriores, y "un puesto seguro" para Caldera).

Ante la ausencia de liderazgos consolidados, adquiere un gran valor el partido y su gestión, aspectos en los que el PP aventaja considerablemente al PSOE: un crecimiento económico y de empleo sin parangón con otros territorios europeos, un equilibrio territorial en renta e infraestructuras modélico, una convergencia acelerada con Europa y un protagonismo internacional que va despejando las incertidumbres de antaño. Todo ello, cuando la Unión Europea está pasando una fase de crisis de crecimiento a la que, en otros ciclos políticos (ex ministrable Sevilla, dixit), se le atribuía todas nuestras desdichas. En este punto hago mías las palabras del último premio nacional de ensayo, Daniel Innerarity, cuando dice que las "políticas, además de buenas o malas, pueden ser efectivas o inexistentes [y] las acciones acreditan a las ideas y no al revés".

¿Es ésta la razón por la que el PSOE prefiere jugar el partido en las calles, fuera del campo de juego, para así poder ampliar sus posibilidades? La incapacidad de imponer el orden en casa, a veces obliga a deambular por la calle para aligerar las ideas. Es incluso razonable esta actitud. Y ahí están sus intentos de eludir las propuestas y los programas para sumergirse, como ya lo hizo en las pasadas elecciones autonómicas y municipales, en la posguerra iraquí, o centrar sus apuestas en la mercadotecnia del Zetapé que afiance un liderazgo troceado por los continuos derrames internos.

La asunción de un liderazgo programático débil o las peticiones de auxilio a Felipe González no hacen sino posponer las tradicionales disputas entre Rómulo y Remo que vienen desangrando durante las dos últimas décadas al PSOE. Las posibilidades una vez más se reducen a dos: un gobierno coherente, fuerte y con programa de futuro encabezado por Rajoy, o el desconcierto de una sopa de letras -ZP-PSOE-PSC-ERC-IU-Chunta...- cuyos antecedentes en Baleares o en Cataluña no parecen la mejor garantía para la estabilidad.

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Situado el análisis en la confrontación de programas y en la credibilidad, que considero que van a ser la clave, la tendencia en esta campaña electoral, se desliza hacia una dinámica de asentamiento del voto popular que mantiene una fidelidad del 90% respecto al 2000 y una pérdida de fuelle en las filas socialistas, que son incapaces incluso de mantener la fidelización del voto. Los nuevos votantes, al parecer, se reparten equitativamente; y al PSOE sólo le queda recurrir al voto útil transferido desde IU, cuyo índice de fidelización se ha demostrado en todos los comicios el más bajo de los tres grandes partidos. Y si al principio incorporábamos el concepto de ilusión como premisa para ganar unas elecciones, en la línea de lo aconsejado por A. Hirschman cuando indica que es necesario "abordar las causas públicas con entusiasmo", no es menos cierto que la ilusión y la mercadotecnia son un envoltorio necesario, pero exento de contenido es papel de celofán. O simplemente, merchandising. Las estrategias en este punto no tienen retorno y los dos grandes partidos, ya en campaña, han optado: el PP por explicar, con hechos, el programa de gobierno a todos los ciudadanos, el PSOE por arañar votos allá donde las diferencias fueron mínimas en los últimos comicios, lo que le puede hacer recuperar algún escaño, pero también perder varios.

Esta situación, en la que el voto decidido se constata elevado con una mayor fidelización del voto al PP que al PSOE, y una indecisión relativamente baja, todo puede quedar en manos de la participación que se prevé superior a la del 2000 pero inferior a la de 1996. Aparece dibujado un mapa demoscópico bastante nítido (CIS, Sigma Dos, TNS-Demoscopia...) en el que el PP mantendría la mayoría absoluta en el conjunto del Estado con un 43% de los votos, lo que representaría 176-179 escaños. El PSOE dibuja unos dientes de sierra semanales que en el mejor de los casos no supera el 37% de los votos con lo que alcanzaría 133-137 escaños, cifra incluso inferior a la de 1996. El resto varía poco. CiU recuperará la estimación de voto perdida tras salir de la Generalitat, aunque sin llegar a los resultados de 2000, y lo hará a costa de la radicalización de ERC que, a su vez, movilizará gran parte del voto abstencionista del PP. IU por su parte puede recibir los votos suficientes para repuntar al alza en algunas circunscripciones en las que quedó al límite, pero perderá otros a favor del voto útil al PSOE, mientras que el PNV, Coalición Canaria, el Bloque Nacionalista Galego y el resto de partidos mantendrán su representación. Si en el campo de la fidelización el programa es vital, no lo es menos la eficacia y la credibilidad para los indecisos.

En resumen, aunque pudiese parecer que las cosas no van a cambiar, ésta es una verdad a medias. El PP mantendrá su mayoría para formar gobierno con un programa creíble y coherente, asentado en los logros alcanzados durante ocho años de gobierno y desde un nuevo liderazgo; sin embargo el PSOE deberá reflexionar sobre la compatibilidad de Bono-Ibarra-Maragall-Rodríguez, sobre cómo afrontar el nuevo orden internacional y también sobre los pactos establecidos antes en Baleares y ahora en Cataluña.

Estas elecciones tendrán su día después. Cuando suene el gong -pese al expresivo "hemos ganado, aunque todavía no sabemos quiénes" de Pío Cabanillas padre- la democracia habrá dado un paso importante, pues los programas habrán sido tan decisivos como determinantes. Y una pregunta para acabar: ¿superará el Valencia al Genclerbirligi o Bono como ministro de Seguridad de ZP detendrá a Carod?

Rafael Blasco Castany es consejero de Territorio y Vivienda.

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