El rey se tambalea
Aunque todavía intenta aferrarse a la excusa de "la mala suerte", Kaspárov vislumbra su declive tras 19 años como 'número uno'
Aún infunde miedo, pero ya no es aquella fiera indómita que aterrorizaba a sus rivales. Tras 19 años de esplendor y a punto de cumplir los 41, el ruso Gari Kaspárov ha flojeado por segunda vez consecutiva en el torneo de Linares, ganado por su compatriota Vladímir Krámnik y en el que él ha quedado el tercero, con once empates y una sola victoria. Lo atribuye a "la mala suerte", pero ésta es algo casi inexistente en el ajedrez. Lo cierto es que El Ogro de Bakú y su inseparable madre vislumbran algo tan inevitable como duro para ellos: vivir sin ser el número uno.
"Aunque noto cómo gano en sabiduría a través del tiempo, los errores graves en el tablero, las derrotas, me siguen comiendo vivo", reconoce Kaspárov. No hace falta que lo jure: cuando yerra, sale echando fuego por los ojos; desprecia a los cazadores de autógrafos, baja muy tarde a cenar y, alicaído, apenas prueba bocado.
Incluso se ha comportado de forma muy sospechosa: en las dos últimas rondas de la competición jienense se ausentó de la sala de juego sin permiso, algo tajantemente prohibido. Los árbitros no se enteraron el jueves y sólo le amonestaron el viernes. Él pidió disculpas y alegó que necesitaba darse una crema en un herpes facial. La sospecha es que fue a estudiar la posición con el ordenador en su habitación, lo que sería una falta muy grave.
"Cuando Kaspárov llega con su paso militar, el escenario tiembla. Eso y su ambición no han cambiado", asegura Juan Vargas, el árbitro que ya forma parte de la tradición linense. Otro aspecto es su eficacia deportiva: "Sus miradas y su actitud apenas han disminuido, pero Kaspárov ya no calcula tantas jugadas ni tan profundas y ya no se arriesga como antes", comenta el búlgaro Véselin Topálov, el sexto del mundo.
Eso de la falta de riesgo quizá no tenga que ver sólo con la edad: "Kaspárov se ha entrenado tantas horas con computadoras que ya juega como ellas. Ha perdido la chispa de los humanos en beneficio de la precisión", apunta el gran maestro yugoslavo Ljubomir Ljubójevic, residente en Linares.
Kaspárov logró muchas de sus victorias de antaño gracias a una preparación enciclopédica de las aperturas (los primeros movimientos), elaborada por un grupo de analistas que trabajaba para él todo el año. Sus rivales no podían pagarlos. Ahora toda la élite se entrena con programas informáticos que calculan cientos de miles de jugadas por segundo.
Tras ocho triunfos en once actuaciones en Linares, el Wimbledon del ajedrez, Kaspárov fue superado en 2003 por el húngaro Peter Leko y el propio Krámnik, pero había dudas sobre su declive: su club de ajedrez en Internet acababa de quebrar, lo que le costó mucho dinero, tiempo y energía. Ahora parece que su falta de contundencia tan sólo puede ser debida a cierta pérdida de potencia cerebral.
Quien más sufre ante la perspectiva del declive deportivo de Kaspárov es su madre, Clara Shagenovna, que en 1972 abandonó la profesión de ingeniera especializada en armas automáticas para convertir a su hijo, de nueve años, en campeón del mundo, lo que logró en 1985.
Kaspárov se ha casado dos veces y tiene dos hijos, pero quien manda es ella. Los árbitros tuvieron que amonestarla la semana pasada porque se metía entre los bastidores, por donde Kaspárov pasea como un león enjaulado mientras espera la jugada de su adversario, para avisarle de que le tocaba mover.
Ella tendrá que enseñarle pronto que la vida también tiene sentido sin ser el número uno. Pero, a juzgar por una frase que dijo a este periódico en diciembre de 1985, cabe preguntarse si lo cree: "Ser el primero es muy difícil. Vivir por el placer de vivir es algo que ni mi hijo ni yo comprendemos".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.