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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El matrimonio como infierno

El infierno es el matrimonio. La pareja, diríamos ahora. Strindberg lo había probado, estaba seguro, y escribía para que los demás lo comprendieran bien. No sé si aceptarían o no esta seguridad, pero tanto los que lo creían como los que no se atormentaron sobre el atormentado personaje, atraído por la mujer, por el sexo, y fastidiado profundamente por esa obsesión. Esta Danza macabra no es sólo la del matrimonio que la baila desde mucho atrás, sino del tercero del trío clásico. Para más infierno, todo pasa en una isla que es al mismo tiempo una fortaleza, batida por las borrascas, y el escenario irrealista de esta representación muestra las olas tan atormentadas como los personajes y las nubes amenazadoras, y añade lo que parece ser espuma en el suelo; y derrama de cuando en cuando un humo espeso que la corriente lleva hacia la sala y los espectadores lo reciben mal y hasta tosen insistentemente: una tos psicológica, porque el humo de teatro es inofensivo.

Danza macabra

De August Strindberg (1900). Intérpretes: José Sacristán, Mercedes Sampietro, Juan Gea. Directora: Mercedes Lezcano. Compañía Metrópolis Teatro. Teatro Albéniz. Madrid.

El centro del drama, Edgar, el marido que no se sabe si está totalmente loco o lo finge -como el propio autor, Strindberg-, es además militar en esa fortaleza: como para añadir virilidad y fuerza al personaje: pero no sinrazón, porque podría parecer en el original que la tortura psicológica de su mujer es la que le ha llevado a este estado. En esta versión parece más culpable que en otras, aunque el tercer personaje, que empieza como espectador neutral de la tragedia, termine enamorándose de la mujer, y ella de él -¿o lo finge?- como si realmente bailara también la danza macabra. La mujer en el original tiene 25 años: en esta versión (Mercedes Sampietro, 1947) representa más. Quizá se desequilibra también el sentido de la obra: la diferencia de edad es un factor más en el odio conyugal.

Ironías

A José Sacristán se le va el papel, y a la directora, Mercedes Lezcano, se le va Sacristán. Parece al principio aquel Don Quijote que él representó, y luego produce algunas risas su interpretación. Hay ironías y sarcasmos en toda la obra, pero no para reírse. En realidad son tres primeros actores, admirables cada uno de ellos, pero que aquí no alcanzan la verosimilitud. El clima y el relato no corresponden. "Estas paredes son tóxicas", dice el tercero, el espectador que luego participa (Juan Gea): "El odio es sofocante". No hay paredes, no hay sofoco, aunque hay odio: es un decorado abierto, hacia el aire libre; la opresión física no existe y el odio se pierde en el vacío.

Estuve en el estreno. Quiero decir, con un público teatral y ligado a los actores, a la directora; aplaudieron, y el rito de los saludos -las glorias, se dice en el argot: cada gloria es cada vez que se levanta el telón para el saludo- se cumplió.

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