El gusto del sake
En 1962, año en que Giacinto Scelsi (1905-1988), aristócrata italiano fascinado por el Extremo Oriente, comenzó a escribir Cantos del Capricornio, aventura que le llevaría una década, el cineasta japonés Yasujiro Ozu terminaba su última película, El gusto del sake.
A Scelsi como a Ozu se les venera ahora, después de décadas de incomprensión o, lo que es peor, de indiferencia, salvo en círculos bastante minoritarios. Entre ambos hay muchas diferencias, claro, dado su origen, y, sin embargo, late a veces cierta cercanía. Especialmente por el lado de la serenidad, de una contemplación más activa que testimonial. Cuando en escena está una artista como la soprano Michiko Hirayama, estas correspondencias se agudizan.
Conciertos al límite 3
Giacinto Scelsi: Cantos del Capricornio. Con Michiko Hirayama(soprano) y miembros del Proyecto Guerrero. Ciclo Música de hoy. Con la colaboración especial de EL PAÍS. Madrid. Auditorio Nacional. 27 de febrero.
El ritual del espectáculo tiene gusto a sake, desde el timbre hasta la inflexiones de voz y, no digamos, la gestualidad. Si la estética planteada mira al futuro o al pasado es otra cuestión. Lo que importa es la personalidad de la propuesta, su capacidad de fascinación.
Trascendencia
La ceremonia de Hirayama recuerda vagamente a las del teatro kabuki o Nô que Ozu suele recrear en sus películas. La voz corre en su dimensión más trascendente y pura. En algunos números se multiplica en los ecos o se apoya en un contrabajo, un saxofón preparado o una pareja de percusiones. La soprano, en esa edad en que el virtuosismo deja su sitio a la eternidad del arte, despliega una capacidad de fascinación irresistible. Envuelve, asombra, sorprende, seduce.
Las ovaciones finales fueron atronadoras. Y por primera vez los Cantos de Scelsi se mostraban al completo, es decir, se asistía a un estreno mundial. En fin, un acontecimiento.
Babelia
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