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Columna
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Labores de doña Letizia

Anda doña Letizia rodeada de muchos maestros que la ponen al día en asuntos muy principales. Un profesor le enseña a esquiar, otro la ilustra en el noble arte de la caza y un tercero espera al fondo y al verano para instruirla en la popular afición a la vela. Doña Letizia se va introduciendo así en los deportes felices de las monarquías europeas, y los ciudadanos de España se regocijan de sus avances, algunos muy visibles como sucede con el esquí alpino, y se admiran de la voluntad que esgrime su futura reina, muchacha de clase media que asciende el último peldaño hacia el Olimpo, y que tal vez por ello es un poco la embajadora de toda la nación invertebrada ante la Casa Real. Doña Letizia es la bella muchacha republicana que nos representa a todos en palacio con su mirada inteligente, su curiosidad portentosa, su raigambre asturiana, su infancia de escuela pública, su adolescencia de adosado, su juventud de Madrid y México, su amor a la libertad, su matrimonio previo y su piso modesto en Valdebernardo. Ella es nuestra y bien que nos gusta que el príncipe Don Felipe haya elegido a una mujer del pueblo llano antes que a una pepona rubia de Centroeuropa, de sangre real y tedio universal.

Hay, empero, un pequeño problema en este devenir de vísperas y gozos diversos, pues sucede que doña Letizia, al parecer, no ha vivido con gran emoción su fe cristiana a lo largo de los últimos lustros. Apuntan clérigos de Madrid que nuestra futura reina es "más bien fría en cuestiones religiosas", aunque inmediatamente reconocen que doña Letizia "tiene muy buena voluntad y pronto recuperará el tiempo perdido", para lo que ya disfruta de las charlas confesionales que le imparte un arzobispo. Ello hace presagiar que cuando doña Letizia se case en la Almudena, será ya una mujer de mucho y sincero fervor, aunque tal vez no sea necesaria tanta fe teniendo en cuenta que nuestro Estado es laico. ¡Sería tan bonita una boda real por lo civil! Sobre todo, después del enlace estrepitoso y cortesano de doña Ana Aznar, señora de Agag. Puro aire fresco y tricolor.

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