"Trabajar es una terapia, pero conviene estar a bien con el geriatra"
"En el teatro hay más devoción, unción y sentido solidario que en el cine"
"Me encontraba más cómodo en el cine de antes, tenía papeles más importantes"
Ahora, a punto de cumplir 82 años (nació el 11 de marzo de 1922 en Madrid), López Vázquez ha vuelto al teatro reestrenando Cena para dos, de Santiago Moncada, once años después de haberla representado. Con él están Carmen de la Maza y Rosa Valenty, y López Vázquez ha recibido en el Muñoz Seca un homenaje del cine y el teatro por su regreso al género en el que empezó y en el que triunfó con obras como Equus o Muerte de un viajante.
Hijo único de padres separados (ella, modista; él, funcionario del Ministerio de Justicia), parecería que la vida y el carácter de este popularísimo actor que gasta fama de pícaro, de listo y de amar apasionadamente el dinero, quedaron marcados por la guerra y la posguerra: tras hacer cinco cursos de bachillerato, fue mecanógrafo en una oficina del Ministerio de la Guerra, ingresó en la OJE, fue actor amateur en el TEU, se colocó de decorador y figurinista (primero, con Pepe Caballero; luego, por libre), malcomió como actor sin frase o de reparto, fue protagonista y decorador a la vez en la compañía de Alberto Closas, trabajó como ayudante de dirección, fue sustituto de éxito en el María Guerrero bajo la dirección de Luis Escobar...
Pregunta. Así que vuelve al teatro a los 82. Se ve que tras tanto ajetreo sobrevive bastante bien...
Respuesta. Bueno, la procesión va por dentro, ¡pero qué vas a hacer! Según se mire, trabajar es una terapia, es importante estar vivo y con energía, pero hay algunos días nefastos de entrevistas, ruedas de prensa... No me importa llegar, pero quiero llegar bien, no como un despojo, que te metan en un chamizo y no conocer a nadie. Eso es patético, pero vamos a ver qué pasa.
P. Supongo que el trabajo de actor, usar la memoria, ayuda a mantenerse mejor.
R. Creo que sí, pero de todos modos es mejor estar a bien con el geriatra, dejar que te quite todo, la comida rica, el vino, todo.
P. ¿Y del cine se ha quitado usted o le han quitado ellos?
R. Me encontraba más cómodo en el cine de antes, tenía papeles más importantes, ahora me ofrecen sólo pequeñas colaboraciones y me aburre mucho, no puedes meterte en el ambiente, no hay ligazón, no puedes construir un personaje... Antes empezabas, vivías el rodaje, era como una familia. Con las colaboraciones no coges tanto apego. En teatro, con un papel mínimo, convives con todos los demás, hay más devoción, unción y sentido solidario que en el cine. Y no es que me sienta desplazado o despreciado. Todo tiene su época.
P. Y el teatro tiene otra emoción.
R. Sí, al espectador no lo ves pero lo sientes, participa y al final se descubre. Hasta el final no sabes qué les ha parecido, aunque antes intuyes cosas,
les oyes reír, les notas sonreír, porque las sonrisas también llegan... Un acto vivo siempre es más bonito que uno filmado, tiene otra emoción.
P. Con el homenaje, ¿se ha acordado más de sus inicios?
R. Sí, me acuerdo del año 39, en el TEU, cuando era un aficionado y hacíamos funciones en las universidades, las plazas públicas, trabajábamos sin cobrar, por la comida y el viaje, era encantador. Hacíamos los clásicos... Ahora veo la comedia clásica un poco decepcionado, el verso no se sabe decir, no llega, todo se queda en entredicho, no se valora como antes. Antes había un maestro que te decía: la declamación es ésta. ¡Ahora los ves y te echas las manos a la cabeza!
P. ¿Qué maestros le marcaron más?
R. Recuerdo haber visto a don Ricardo Calvo, con casi 70 años, que entonces pesaban más que ahora, hacer La vida es sueño. Llevaba unas mallas rosas, pero hablaba y ya no sabías más, te quedabas absorto; esos maestros han desaparecido.
P. ¿Usted de quién aprendió?
R. De Modesto Higueras, que era discípulo de Lorca, figúrate qué invento. ¡La Barraca! Tenía una percepción, un sentido musical, genuino, español, de entraña. Federico era maravilloso, y Modesto me enseñó mucho, llegaba por la mañana y me decía: "He soñado que Federico me reñía porque no lo dices bien". Yo tenía 18 o 19 años y la vida era color de rosa, fue una época brillantísima del teatro. Luca de Tena, Tamayo, el Español y el María Guerrero, las turnés... Había un afán y un sentido teatral asombrosos. Estábamos tres o cuatro meses seguidos en provincias, ¡y cobrábamos todos los días! Era una delicia. Ahora ya no es así, ¡y eso resiente!
P. ¿Y cómo llegó a El pisito?
R. Ferreri llegó a España como especialista en lentes ópticas, pero tenía un gran talento. Convocaron un casting, yo estaba ensayando con Eduardo de Santis y él me mandó. Fui, dije mis cosas y me dieron el papel. Fue mi primer papel importante, porque empecé en el 42 como decorador y diseñador de vestuario...
P. Una época dura...
R. Rodando El pisito en Madrid, teníamos el entierro en la plaza de la Cebada, con coche de caballos y todo. Salió el duelo y el guardia se cuadraba, las señoras se santiguaban... Cuando dijeron corten y hubo que hacer la segunda toma allí hubo un motín, querían lincharnos, "no hay derecho, no hay derecho", gritaban. Y tuvimos que salir de naja.
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