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Columna
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Hola, soy Caperucita

Los vecinos valencianos están tomando precauciones para evitarse los sustos y sobresaltos a que pueden dar lugar esa campaña de proximidad de los socialistas: el puerta a puerta, algo que debería hacerse frecuentemente. Un ama de casa que necesitó asistencia psicológica explicó al cronista cómo fue víctima de la astucia y del canguis que sufrió el pasado viernes: Verá usted, sería entre las doce y media y la una, y estaba en la cocina preparando el estofado, cuando sonó el timbre, salí y, como hago siempre, pregunté antes de quitar el cerrojo, ¿quien es? y una voz, femenina y dulce, dijo: Hola, buenos días, soy Carmen Alborch. Oiga, me entró de pronto una alegría, así que toda confiada y muy campante, abrí la puerta de par en par, y mire usted lo que le digo, me entró un sudor frío y me dio un vahído que casi me voy de cabeza al suelo: allí estaba Eduardo Zaplana, con la sonrisa muy afilada, pidiéndome el voto a cambio de un vale de diez puntos para no sé qué del internet ese. Los vecinos me tuvieron que llevar a urgencias de cómo me quedé, en un pasmo mismamente, créame.

Ahora, cuando hacen el puerta a puerta, la gente abre apenas una rendija, con la cadena de seguridad, y pide que les enseñe la manita, antes de franquear la entrada, por si acaso: no quiere que le den tanto lobo por caperucita. En estas elecciones, los peperos han perdido muchas cosas, entre ellas la iniciativa, así que van a remolque de los sociatas, y ni aun regalando submarinos y chucherías les llega la camisa al cuerpo, aunque, eso sí, todas las encuestas les dan ganadores. Pero son muchas las encuestas que naufragan en las urnas. Desde la mayoría absoluta que han disfrutado y de la que han hecho alarde en el Congreso y en sus gloriosas declaraciones, para achantar a la ciudadanía, se han ido hinchando y ya tratan al personal, que no son si no meros votantes, como los conquistadores a lo aborígenes, es decir, a base de ganárselos y someterlos con abalorios. El PP echa humo y huele a fogata, lo que no supone necesariamente que deje de crepitar durante otros cuatro años. Pero el diseño de campaña ha sido de desperdicios y restos, de rastro y feria de ropavejería. Apenas tienen nada que decir, y de lo poco que dicen casi todo es repe.

Como es repe la última hazaña de Eduardo Zaplana: la de la colaboradora que estaba en el paro y que disponía en el Ministerio de mesa, ordenata y teléfono. Ese espécimen de colaboradores ya los había usado, en otras ocasiones tan impunemente como ahora, el por entonces presidente de la Generalitat. Pero hay que ver qué paradójicamente desinformado que está el ministro de Trabajo: tiene, en apariencia, empleada a una señora que cobra el subsidio de desempleo. Por supuesto, no pasa nada. Se subsana el error, se pone a la colabora en la calle, y aquí paz y allí gloria. Pero ¿qué le hubiera pasado a un pequeño empresario si hubiera cometido un desliz así? Seguro de que no lo hubiera tenido tan fácil y expedito. Pero aquí impera de nuevo la vieja ley del embudo, que ha vuelto por sus fueros y la aquiescencia del poder, como vuelve la censura encarroñada, la velada amenaza, la descalificación del adversario, la patriotería, el ordeno y mando. Cosas, en fin, incompatibles con una democracia de veras. Al tiempo.

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