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Columna
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Meteoros

Entre meteoritos, de los astronómicos, y meteorismos, de los verbales, anda la cosa nostra. Veníamos del entusiasmo intelectual que nos produjo esa foto de Marte en la que se aprecia el cauce de un antiguo río; es decir, veníamos de suponer que, si ha aparecido el río, en cuanto nos descuidemos aparece un matojo y, tras el matojo, nos aparece un marciano. Veníamos de un regocijo (algo rencoroso, hay que reconocerlo) resultante de la ilusión por ser posibles protagonistas del fin de esta era cristiana con misterios tan marcianos como el de la Santísima Trinidad, históricos partícipes del descubrimiento de un nuevo universo en el que los extraterrestres no fueran ya producto de mentes delirantes y sectarias, sino, acaso (como asegura esa otra suerte de Mesías que es el periodista Raël, según el cual, y a través de la visita y el mensaje de un Elohim, científicos de otro planeta crearon con ADN toda la vida en la Tierra), integrantes de un cosmos común, allende el Vaticano. Y en esto, por una parte, que la reciente aparición de unos meteoritos en los montes de Palencia inspira una exposición en el Museo de Ciencias Naturales y, por otra, se publica la Pastoral Familiar de la Iglesia de España. Nuestro gozo en un agujero negro.

Porque, claro, veníamos del creacionismo científico y nos topamos con el cutrerío patrio. En lo que a los meteoritos del museo respecta, resulta que uno se deja llevar por tan interesante convocatoria y se encuentra con que la supuesta exposición consiste en una vitrina con cuatro piedras; literalmente: una, de 8.600 gramos, caída en Reliegos (León) el 28 de diciembre de 1947, y tres recogidas en los montes de Palencia y relacionadas con el bólido del 4 de enero del 2004, de 42, 186 y 59 gramos, respectivamente. Comprendo que quizá no dispongamos de más meteoritos; alcanzo a admitir que una exposición, en sentido estricto, lo es desde el momento en que se exhibe una unidad; sabemos también que el Museo de Ciencias Naturales no va mucho más allá de ser un aula extraescolar de la enseñanza primaria. Pero, la verdad, después de pagar tres euros y de superar la marabunta de cuatro colegios, uno se espera algo más de eso que a los medios de comunicación y al público se ha vendido como una "exposición de meteoritos". En fin, que más que de una exposición se trata de una "menudencia", que es como Fraga define los abusos sexuales a menores de los alcaldes de su feudo. Palabra que nos comunica, como un Elohim idiomático, con el ADN de nuestro ser sociopolítico: del meteorito al meteorismo.

Pues sucede que, cansa ya recordarlo, en un país constitucionalmente aconfesional, la Iglesia católica no sólo recibe importantes beneficios fiscales, sino que su descarada infiltración en el actual Gobierno incide en las reformas educativas y hasta impregna con sus escandalosas interpretaciones de ciertos delitos las sentencias de los tribunales. Con la emisión de improperios comenzó Antonio Rouco, ese alto cargo. Como ya no resultan convincentes a la sociedad sus argumentos morales reaccionarios y homófobos, atacó falazmente al bolsillo que, por desgracia, es donde más duele aún al ciudadano, intentando, a la desesperada, asustarle con la idea de que la equiparación legal de las familias no tradicionales supondría la quiebra de la Seguridad Social. Una bajeza. Después, jaleados por su presidente y crecidos por el éxito en las urnas de los suyos, los de la Conferencia Episcopal hacen público ese panfleto llamado Directorio de Pastoral Familiar de la Iglesia de España, a través del que nos demuestran que han perdido el juicio finalmente. Su meteorismo mental (relacionar la violencia doméstica con lo que llaman "revolución sexual"; oponerse al divorcio a estas alturas; considerar el condón como una fuente de promiscuidad; su sospechosa obsesión con los "lobbies homosexuales") les ha hecho caer más bajo que a un meteorito palentino y, si no estuvieran en el poder, Rouco y sus hermanos nos parecerían una secta a cuyos miembros se les ha ido la olla.

El caso es que, además, me entero de que la piedra negra de La Meca, la piedra sagrada del islam ante la que cada año acuden cientos de fieles a morir aplastados, encierra un meteorito. Y se me ocurre pensar que quizá los meteoritos sean una suerte de pacífica Intifada extraterrestre, mediante la cual unos seres de otros planetas intenten persuadirnos para que dejemos de alimentar este terrícola meteorismo.

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