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Columna
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Gandhi para tiburones

El yogui cincuentón fotografiado en el diario italiano La Repubblica es un manager Armani que se sienta en posición sobre una mesa llena de ordenadores y cierra los ojos aparentando meditaciones muy trascendentales. Así ilustran la reseña de dos nuevos libros escritos en California y Dusseldorf para "ayudarnos a resolver los pequeños y grandes conflictos de todos los días aplicando las reglas del político artífice de la independencia de la India". Gandhi para directivos es un manual con decálogo incluido: confiar en el prójimo, perdonar sus errores, hacer autocrítica, no mentir, escuchar, hablar poco, practicar la diplomacia y conciliación, evitar la violencia, regenerar energías... no rendirse. Sabios consejos y buenas intenciones, si no respondieran a una más que discutible forma de acomodar la filosofía oriental a los problemas occidentales, basada en esta especie de mentalidad de supermercado y descuento. Gandhi figura en los billetes de 100 rupias, que son1,80 euros, 300 pesetas. El salario de hoy (mañana, ni se sabe) para los "afortunados": albañiles indios que sobrevivan a los andamios de caña y esparto, mujeres que acarrean kilos de ladrillos sobre sus cervicales, o niños que trituran gravilla bajo el sol golpeando la piedra con rudimentarias y pesadas mazas. Billetes inalcanzables para millones de intocables sin techo ni chabola, ejército espectral de invisibles que sólo se aparecen por la noche para mendigar mansamente entre los coches atrapados en el espeso tráfico. Han puesto al Mahatma en los dineros que gasta el Gobierno para pregonar en prensa, zaplanísticamente, las bondades de su gestión, (también allí se aproximan elecciones).Y en repintar su estatua en La Marina de Chennai, para que presidiera lustrosa los desfiles de patriotismo atómico el día de la República, 50 aniversario. Volviendo al asceta italiano, seguramente Gandhi no sería tan malpensado, pero para mí que nuestro espiritual manager sonríe beatíficamente tras decidir que despide a la plantilla de Turín y se lleva la fábrica al castigado Mumbai, donde la gente se mata a trabajar por la comida y no hace falta depurar los vertidos.

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