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Columna
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El sabor

De vuelta a la vida originaria, el amor a la cocina ocupa un lugar central en el bucle actual de la cultura. Prácticamente no existe ya un novelista o un director de cine que no una a sus dotes artísticas la debida ilustración gastronómica. Esos menús, difundidos como obras maestras por los medios, no son para dar de comer, sino para dar que hablar: forman parte del mundo del arte y han dejado de ser meras recetas para erigirse en "creaciones". De ahí que la buena cocina haya derivado en nombres famosos y, posiblemente, secretamente, en una guisada sublimación del sexo. El acceso al goce sexual se ha trivializado demasiado mientras el sabor sofisticado se potencia como disfrute exquisito. Incluso ya no basta, para la atracción, con poseer una buena complexión física y buen olor corporal, puesto que los gimnasios y los perfumes se han popularizado en exceso: lo nuevo es saber bien.

Hace cincuenta años se hablaba de "darse el filete con una chica" cuando "filete" significaba algo valioso y la chica costaba mucho de morder. Hoy se dice "comerse" a uno o a otra cuando se ha alcanzado un nivel de festín erótico similar. Queda, no obstante, otro paso. Porque si ya fue asumido el beneficio de la musculación y la ayuda del desodorante, faltaba lograr que en el banquete amoroso, una vez enzarzados en la liza, el botín fuera también agradable al paladar. ¿Una metáfora romántica ? Claro que no. El último número de la revista masculina Men's Health informa sobre el efecto de algunos alimentos sobre el gusto definitivo del semen. Mejoran, por ejemplo, el sabor del esperma el mango, las ciruelas, las naranjas o el melocotón, pero lo empeoran el ajo, los espárragos, la carne roja y el muslo de pollo.

La sustancia que sirve el macho, dentro de la nueva cocina, obtiene mayor aprecio en tanto remite, en suma, al reino arbolado de la fruta y no a la directa animalidad o a la basta simpleza de la tierra. En el prestigioso sistema de la gastronomía imperante, lo decisivo no radicará, por tanto, en el directo vigor y reciedumbre del bocado (como fue el caso conspicuo del "filete"), sino, por el contrario, en el sutil cariño de la preparación y su esmerado suceso en la boca.

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