La sensibilidad en el paisaje
Pocas cosas o lugares pueden atrapar de forma tan cautivadora la mirada como lo hacen algunas fotografías de Axel Hütte (Essen, Alemania, 1951). Ni siquiera lo conseguirían los lugares ante los que se situó el fotógrafo para tomar las imágenes. Sí, la imagen, ese fantasma de la cosa, supera a la realidad misma, la supera al menos en belleza y en poder de atracción, por eso algunos tipos de fotografía se elevan por encima de su condición técnica para convertirse en arte.
Este asunto de la artisticidad de la fotografía es una vieja querelle ya que se remonta a los orígenes de una actividad que ha tenido muy fácil sorprender a los incautos con el "realismo" y el "verismo" de sus resultados. Desde los fotógrafos pictorialistas de la década de 1870, llamados así por su pretensión de competir con la pintura, tomando sus temas, encuadres y composiciones, pero ofreciendo una total sensación de realidad e inmediatez, los fotógrafos no han parado de medir su trabajo con los logros de los artistas plásticos, inventando recursos y trucos, tanto químicos como lumínicos, empleando el collage y los "montajes", las veladuras y superposiciones o las hibridación con técnicas pictóricas, lo que ha conducido a una larga carrera que ha ido alejando a los fotógrafos de un principio esencial de su técnica, del valor de la mirada. La idea de que la contemplación estética no se apoya en lo que se ve, sino en cómo se ve.
En las fotografías de Axel Hütte se aprecia una precisión y limpieza que sorprende por su evidencia "naturalista"
En los años sesenta una pareja de fotógrafos alemanes, Bernd y Hilla Becher empezaron a mirar con ojos analíticos una serie de construcciones mineras e industriales de la cuenca del Ruhr y realizaron unas series fotográficas, en blanco y negro, tomadas de frente, sin filtros ni trucos, que ofrecían imágenes "objetivas" de construcciones que se mostraban sin efectismos. Pocos años después de iniciar esta tarea, tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos, algunos artistas jóvenes empezaron a salir al campo en busca de territorios poco hollados para instalar sus obras o a fijarse, como hizo Robert Smithson, en parajes degradados por la acción industrial. No es casual que en 1968 Smithson y los Becher coincidieran en Oberhausen. Esta historia viene a cuento porque los Becher, profesores en la Academia de Düsseldorf, se convertirán en los mentores de una generación de fotógrafos que se formaron con ellos, entre los que se encuentran Thomas Ruff, Andreas Gursky, Candida Höfer y Axel Hütte.
En las fotografías de Axel Hütte se aprecia esa precisión y limpieza que permite reconocer todos los detalles que sorprenden por su evidencia "naturalista", algo que se hace particularmente presente en los retratos en blanco y negro de su primera época, donde muestra rostros serenos de hombres y mujeres. Pero pronto, también, como tentado por la llamada del viaje que había animado a los artistas del land art, Axel Hütte recorre el mundo buscando la forma de hacer evidentes los paisajes y, hoy, podemos reconocerle por sus cualidades como paisajista.
En un exceso de exaltación, en la guía de visita que se ha editado para la muestra, se presentan sus obras con el calificativo de "sublimes". Hay que aclarar que no lo son. A estos paisajes les falta el heroísmo de las grandes cumbres, el vértigo de las simas, el temor de la catástrofe y la turbadora profundidad del inalcanzable infinito. Por el contrario, estas fotografías poseen las mejores cualidades de la belleza pintoresca, en el sentido en que fue definida por William Gilpin a finales del siglo XVIII. A través de la belleza pintoresca se descubren las texturas de los campos, la tersura de las nieves cuarteadas, los reflejos temblorosos de las aguas, los contrastes de luz y sombra que perfilan el verdor de las ramas, los brillos que destellan en la oscuridad, los gradientes de luz en la niebla, los matices cromáticos del brezo, en pocas palabras, la poética de lo sencillo.
Pero sería injusto relegarle a la categoría de "paisajista pintoresco" ya que en sus fotografías se puede rastrear también cierta nostalgia romántica y una mirada impresionista que aproxima su visión paisajista a los planteamientos estéticos de Monet y a la experimentación con el mundo de las tinieblas de Whistler. Para conseguir extender sutilmente estos estratos culturales sobre sus fotografías, el artista ha recorrido muchos parajes andando y, con una paciencia oriental, ha elegido el punto y la hora, ha buscado la dirección de la luz y el efecto de las sombras, ha esperado la penumbra o el descenso de la niebla, hasta intuir el momento oportuno en el que exponer la película a la luz. El tamaño final de la imagen, el tipo de revelado y la elección del soporte completan un proceso creativo que permite que un paraje que, en un principio, no tiene por qué poseer grandes cualidades visuales se convierta, a través de la mirada estética del fotógrafo, en un auténtico paisaje, es decir, en una construcción culta y sensible.
Axel Hütte. Palacio de Velázquez. Parque del Retiro. Madrid. Del 5 de febrero al 10 de mayo.
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