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La gran marea blanca

La arriesgada aventura del capitán canario Ramón Gil terminó en el océano Atlántico, a 800 millas al oeste de Canarias. El mástil del Boston Ward, velero de 14 metros que patroneaba desde un lugar ignoto al sur del mar del Caribe y por una ruta poco transitada y vigilada, estaba roto y navegaba a un nudo por hora. El viaje con 800 kilos de cocaína a bordo se prolongó 30 días, y los tripulantes, un sueco y un italiano, estaban sin agua y exhaustos.

El pasado 31 de marzo, funcionarios de Vigilancia Aduanera abordaron la nave y detuvieron a la tripulación. El Boston Ward, muy deteriorado, se hundió cuando lo remolcaban en dirección a Canarias. "Casi les salvamos la vida. El barco y ellos estaban en condiciones penosas", relata un funcionario. Gil, de 80 años, llevaba navegando toda su vida. Es el capitán más viejo, "el medalla de oro" de los detenidos por los funcionarios de la Agencia Tributaria que combaten el imparable tráfico de la cocaína colombiana, boliviana y peruana en aguas del Atlántico.

"No somos la punta del iceberg de la 'coca', como se sospechaba, somos el iceberg", asegura Santiago Astudillo, subdirector de logística de la Agencia Tributaria

El pasado 2003, la cocaína intervenida por los servicios españoles se elevó a 44.341 kilos, 37.400 en el mar y el resto en tierra, más del 60% de la droga incautada en toda Europa. España disputa a México el tercer puesto en el ranking mundial de aprehensiones de cocaína después de EE UU y Colombia. Un dato inquietante y una evidencia más de la decidida apuesta de los clanes colombianos por colocar su droga a través de las costas españolas, convertidas en el gran almacén desde donde se distribuye a toda Europa, un continente donde aumenta su consumo. "No somos la punta del iceberg, como se sospechaba. Somos el iceberg", asegura Santiago Astudillo, 50 años, gallego y subdirector general de logística de Vigilancia Aduanera.

En los hospitales españoles el 40% de urgencias hospitalarias por drogas son a causa de la cocaína, que ya ha superado a la heroína, según César Pascual, 46 años, delegado del Plan Nacional Contra la Droga. El 34% de las demandas nuevas de tratamiento las provoca esta droga, que causa el 51% de muertes por estupefacientes. Se estima que hay entre 400.000 y 600.000 consumidores.

Gil, el octogenario marino, transportó la droga por la denominada ruta de los veleros, que arranca desde las islas caribeñas de Santa Lucía y Santa Cruz. Les suministran la cocaína con lanchas neumáticas o se la arrojan desde el aire. Las cargas no superan los 1.000 kilos y las compran organizaciones europeas. No hay rastro de los cárteles colombianos. Son traficantes clásicos, desconfiados y solitarios, que parecen contagiados por la soledad de las aguas en las que navegan.

Pero los kamikazes como éste presunto traficante están en declive. Ahora, la gran marea de cocaína que atraviesa el Atlántico desde las costas de Colombia y Venezuela hasta las rías gallegas no está en manos de las organizaciones criminales europeas que navegan por la novelesca y arriesgada ruta que tomó el Boston Ward, sino de múltiples, pequeños y atomizados clanes de colombianos. Han tomado el relevo de los Ochoa, Orejuela, Escobar, las viejas familias que sostuvieron los poderosos carteles de Medellín y Cali, desarticulados en los años noventa y reconvertidos hoy en decenas de oficinas clandestinas a las que llaman boutiques.

José García Losada, comisario general de Policía Judicial, lo explica así: "Se han fragmentado los clanes y la oferta. Los colombianos lo controlan todo. Sólo necesitan al transportista que les meta la droga en las costas de Galicia y Portugal. Después recuperan el control de la carga para distribuirla".

Control desde el principio hasta el final. Esa es la máxima que rige entre estos pequeños grupos que a menudo se unen entre sí para mover la droga y enviarla a los grandes centros de consumo: Estados Unidos y Europa. "Si el destino es EE UU trabajan con mexicanos. Si es Europa, con gallegos", asegura Astudillo, el responsable de un ejército capitaneado por el buque Petrel, que se ha convertido en la pesadilla de los narcos. El pasado año sus hombres intervinieron más de 30.000 kilos de cocaína en 15 abordajes en aguas internacionales.

Colombia tiene 102.071 hectáreas dedicadas al cultivo de la planta de la coca y, con Perú y Bolivia es el mayor productor del planeta. Pero la alianza de los traficantes y la guerrilla complica la lucha contra los carteles. El 80% de las finanzas de las FARC proceden del narcotráfico, según un informe reservado de la Policía Nacional colombiana fechado el pasado mes de junio. Doce de sus frentes están vinculados al negocio. Las guerrillas participan en la producción y comercialización. Además, extorsionan a los traficantes con el gramaje, un impuesto similar al de ETA. A cambio les facilitan seguridad y protegen sus laboratorios y cultivos. El Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las Autodefensas Unidas de Colombia también están ligados al narcotráfico.

El Gobierno de Álvaro Uribe los combate con satélites de detección, reconocimientos aéreos y aspersión de cultivos ilegales mediante cuatro aviones y seis helicópteros desde Bucaramanga, San José y Villa Garzón, localidades situadas en tres puntos distintos del país, y un dispositivo antinarcóticos formado por 18 compañías con 3.410 hombres. Pero, pese a los 4.153 detenidos en el primer semestre del año pasado, la cocaína colombiana sigue saliendo y abasteciendo el mercado estadounidense y europeo.

Viejos barcos

Los puertos colombianos de Barranquilla, Cartagena o Santa Marta, antiguos puntos de partida de la droga, están muy vigilados, y ahora la cocaína inicia su largo viaje desde aguas venezolanas, donde el control marítimo, desde que gobierna Hugo Chaves, se ha relajado. Las go fast, nombre que la policía colombiana da a las lanchas rápidas de los narcos, transportan la droga hasta los barcos nodriza encargados de atravesar el Atlántico. Cinco de los capitanes de estos barcos atrapados el pasado año por los hombres de Astudillo eran venezolanos. Treinta y ocho de los 116 detenidos en los 15 abordajes contra la cocaína en el mar eran de Venezuela.

"Colombia está haciendo más esfuerzo, por eso parten desde Venezuela. Muchos, desde la zona de isla Margarita. Los barcos salen de puerto limpios y los narcos les cargan la droga en el mar", asegura Eloy Quirós, comisario jefe de la brigada de Estupefacientes, un policía que lleva 20 años tras los alijos de cocaína.

La ruta marítima de la cocaína comienza muchas veces en la bahía de Paramaribo. Los barcos nodriza son pesqueros denominados lanchas de río, viejas embarcaciones de 30 metros de eslora, casco de madera y un gran toldo para que sus tripulantes se protejan del calor. Navegan seis días a una velocidad media de ocho nudos y nunca pasan de las 1.500 millas. La tripulación oscila entre cuatro y ocho personas y van "en condiciones penosas", según relata un funcionario de aduanas que ha participado en varios abordajes. "Suele ir un colombiano a bordo para controlar la carga", asegura José Antonio Vázquez Taín, 39 años, juez de Vilagarcía de Arousa (Pontevedra) que dirigió en 2003 las mayores redadas en el Atlántico.

Así, navegaron el pasado año hacia las costas españolas el Poseidón I (2.800 kilos de cocaína), Caridace (3.640), Nonga (3.160) y Doña Rosa (1.368). Menos el

Irene, que patroneaba un griego y estaba en buen estado, estas embarcaciones eran viejas, destartaladas y capitaneadas por venezolanos. Aunque, a veces, los narcos colombianos exhiben su poder e irrumpen en el Atlántico con mercantes de 55 metros de eslora como el South Sea I (6.460 kilos de coca), con un capitán armenio; o torpederos de la Segunda Guerra Mundial reconvertidos, como el Cork (3.271); o impecables pesqueros holandeses, como el Irene

(1.887). Grandes barcos para grandes operaciones.

Las embarcaciones de los traficantes, siempre con banderas de conveniencia, se acercan hasta al oeste de Cabo Verde, una zona a la que denominan "la autopista", y allí aguardan la llegada de los pesqueros gallegos que, conectados por radio y teléfonos satélite, se acercan al barco nodriza y cargan el alijo. "Los colombianos de aquí reciben el mensaje: qué barco gallego recogerá el alijo, las coordenadas donde se encontrarán, la frecuencia de radio y una clave. Y la comunican a la organización", explica el juez Vázquez.

Los barcos españoles que acuden en busca del nodriza llevan cuatro o cinco tripulantes, salen de Canarias y simulan que se dirigen a pescar a Mauritania. Pertenecen a las organizaciones de traficantes gallegos que en los noventa dejaron el tabaco y se pasaron a la cocaína. "Son viejos palangreros atracados en puertos gallegos o vascos. Llevan artes de pesca, pero cuando subes al barco ves que están en desuso", describe Astudillo.

Los pesqueros conducen la droga hasta 200 millas de las costas gallegas. La descargan en aguas internacionales en las lanchas semirrígidas que salen a recibirlas. "Un buen lanchero no tiene precio", dice Vázquez. Éstas llevan cuatro motores de 300 caballos e introducen la droga en las calas y playas. De ahí, la droga va a decenas de almacenes ocultos en anexos de viviendas por toda la costa. Los traficantes colombianos trasladan la cocaína en camiones a otros almacenes en el centro de España y la reparten por Europa.

Los recaderos

¿Han perdido protagonismo los clanes gallegos? "Los colombianos lo hacen todo y los traficantes gallegos lo tienen cada vez más fácil porque se limitan a transportar la cocaína y se llevan el 27% del valor de la carga. Ya no necesitan viajar a Colombia para comprarla. Tampoco tienen que venderla. Nosotros, en cambio, lo tenemos cada vez más difícil", señala el juez Vázquez, un orensano cuyas indagaciones lograron aprehender el año pasado 25.000 kilos.

Y añade un dato precupante: "Ahora, los carteles colombianos están aquí, en Galicia y Madrid. Tienen representantes de 60 o 70 organizaciones. Designan a un intermediario, un mero recadero, que es el que coordina la operación con las organizaciones gallegas y así se aseguran que si cae sabe poco de la banda. La semana que llega el barco, los responsables salen de España hacia Miami y los gallegos se van a Portugal. Luego vuelven".

García Losada, gallego y antiguo jefe de la brigada de Estupefacientes, recuerda la detención en Madrid, en 1999, del colombiano Carlos Ruiz Santamaría, El Negro, considerado el hombre fuerte del cartel de Bogotá en Europa. El Negro se fugó antes de ser juzgado por la Audiencia Nacional. Alfonso León, 40 años, su estrecho colaborador, contable y contacto con las redes gallegas, es una muestra del perfil de los embajadores de los carteles en España. "Vivía en un barrio normal de Madrid y conducía un Ford Escort. No hacia ostentaciones. Eso sí, tenía 16 teléfonos", recuerda el comisario Quirós. León declaró contra El Negro. Es el primer traficante colombiano arrepentido.

La otra cara de la moneda son los hermanos Rodrigo y Alfonso Vargas, colombianos que vivían en la Moraleja, residencia madrileña de lujo, daban fiestas para 300 personas y seguían por todo el planeta a Juan Pablo Montoya, piloto de fórmula 1. Cayeron el pasado mes de septiembre acusados de blanquear 37 millones de euros en inmuebles y obras de arte.

¿Por qué han aumentado tanto las aprehensiones en el Atlántico? ¿ Por qué los barcos de la Agencia Tributaria navegan cada vez más lejos? "Si la información es muy pobre y no sabemos quién va a ir a por la droga, atacamos al nodriza. Salimos a buscarlo. Es la forma de atraparla toda. El mundo es cada vez más pequeño. A veces, el Petrel aguarda dos meses en el Atlántico, al pairo. Hay más resultados porque la coordinación funciona como un reloj", dice Astudillo.

Los geos a bordo del Petrel abordan los barcos entre las cuatro y las siete de la madrugada. Siempre con permiso del país de abanderamiento. "Entonces puedes encontrarte a uno o dos tripulantes en cubierta. El resto descansa en los camarotes. Lo debería estudiar un psicólogo porque casi siempre detienen la máquina, el barco se para y se va la luz. Creen que así no los podremos llevar detenidos a tierra", relata el responsable de la Agencia Tributaria.

Cada vez ofrecen más resistencia para defender la mercancía, como lanzar café ardiendo a los policías cuando suben por la escalerilla o quemar el barco y la carga como hicieron el año pasado los del Flash

III. "Cuando llegamos a su altura prendieron fuego al barco, y los tripulantes, un español, cuatro colombianos y un venezolano, se tiraron al agua. Llevaban 2.000 kilos, pero sólo recuperamos 19", relata el funcionario Ignacio Regueiro. Hace varios años Astudillo fue secuestrado a punta de pistola por un marinero, Vicente Serantes, cuando abordó el Arcangelos. "Se había hecho fuerte en la sala de máquinas y cuando fui con uno de los detenidos de Cambados para hablar con él me puso la pistola en la cabeza. Le entró el síndrome de Neptuno y quería llevar el barco a Canarias. Lo hizo durante 72 horas, hasta que en un nuevo abordaje lo redujeron".

La efectividad es el argumento que se esgrime para atacar a los cargamentos de cocaína en alta mar. Cada vez más lejos. "En tierra tenemos la batalla perdida. Las dos o tres veces que lo hemos intentado hemos perdido. Además arriesgas la vida de la gente porque ellos son auténticos suicidas. Se lanzan por las carreteras sin luces y a 90 kilómetros por hora. Por eso los abordamos en el mar. Los clanes gallegos tienen una gran especialización. Avisan a su gente la noche que llega la cocaína y vigilan las carreteras de acceso a los almacenes. En pocos minutos desaparece la mercancía. Con el clima de Galicia, desde el aire no podemos hacer nada", se lamenta Vázquez.

¿Cuánta gente mueven los clanes gallegos? "Desde que en los noventa cayeron los grandes capos, como los Charlines, Oubiña, Prado Bugallo o Cordero, la mayoría en prisión, los grupos se han diversificado. Hablamos de muchos grupos. Quizá de unas 1.000 personas. Manejamos un libro de alias de unos 850 nombres", dice el juez. Se conocen a los Burro, Mulas, Peques, Panarros, Arga, pero son muchos más los que actúan. A veces lo hacen unidos. "Los carteles colombianos se han atomizado tanto que sólo necesitas un barco y varios tripulantes para entrar en una operación", explica Javier Zaragoza, 48 años, responsable de la Fiscalía Antidroga.

Enrique León, 59 años, comisario de policía en Santiago de Compostela, recuerda que hace años los capos colombianos obligaban a sus socios gallegos a enviar a un familiar a su país como garantía. "Uno de Cambados volvió lleno de piojos y lo tuvimos que desparasitar. Mataron a uno en Benavente por impago de una carga". Ahora los colombianos parecen más confiados. "Les exigen propiedades como fianza", dice el policía.

"Lleva usted una hora declarando y todavía no ha dicho la frase: 'van los caballos para Bonanza", le espetó el juez Vázquez a un detenido en su despacho. El traficante citaba una y otra vez esa frase en las charlas con sus contactos sin saber que su teléfono estaba intervenido. "Quería demostrarle que lo sabíamos todo acerca de él para que dejara de mentir", explica el magistrado. "Tenemos centenares de teléfonos intervenidos", reconoce el comisario García Losada.

Estación del crimen

Los expertos consultados coinciden en que el flujo de información que manejan es "enorme". La investigación se centra en Galicia en la rama marítima y apunta a los sospechosos que buscan un barco o un capitán para una operación. Luego los enlaces en Suramérica y los satélites norteamericanos apoyan la acción del Petrel en el mar. Al Abrente (4.000 kilos de cocaína) le colocaron un baliza para su localización. "Si llevamos cuatro meses investigando y no tenemos el barco es que nos lo han colado. Pero todo es incierto. Al South Sea lo esperábamos en agosto y llegó en octubre", reconoce el juez.

¿A dónde iban las 45 toneladas de cocaína intervenidas el pasado año por las autoridades españolas? ¿Por qué este alud de cocaína? "El consumo en España oscila entre las 16 y las 18 toneladas. Parece claro que el resto iba otros países de Europa. Somos una estación intermedia del crimen organizado", reconoce Pascual, el delegado del Plan Nacional Contra la Droga. "Al atomizarse los clanes parece que aumentan el número de operaciones", argumenta el fiscal Zaragoza para explicar esta marea de cocaína.

La batalla contra esta droga no termina en aguas del Atlántico. El último asalto tiene lugar en la Audiencia Nacional, donde se juzga a los narcos y a la que acuden con prestigiosos abogados. La República de Togo reclamó el año pasado una cesión de jurisdicción y pidió que los detenidos en el Tatiana (5.000 kilos de cocaína) fueran juzgados en su país porque abanderaba el barco. La reclamación la presentó sin éxito Rafael de Mendizábal, 76 años, ex presidente de la propia Audiencia. "Representé a Togo porque creo que jurídicamente es un tema bonito", explica.

Prado Bugallo, Sito Miñanco, y su grupo serán juzgados el próximo 2 de febrero por un alijo de 3.700 kilos de cocaína. Los defiende Luis Fernando Martínez, abogado del despacho de Federico Sáinz de Robles, ex presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General de Poder Judicial. Jueces y fiscales consultados no ocultan sus críticas a la "sorprendente" participación de estos letrados.

Los 6.460 kilos de cocaína que llevaba el <i>South Sea, </i>sobre la cubierta del navío, el pasado mes de octubre. Estaban escondidos en la proa del barco, que venía desde Suramérica.
Los 6.460 kilos de cocaína que llevaba el South Sea, sobre la cubierta del navío, el pasado mes de octubre. Estaban escondidos en la proa del barco, que venía desde Suramérica.EFE / SALVADOR SAS

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