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Reportaje:CIENCIA FICCIÓN

La imposibilidad del universo Matrix

LOS AMANTES DE los videojuegos de la generación ZX Spectrum recordarán, no sin cierta nostalgia, algunos de los entretenimientos virtuales de su más tierna infancia: carreras de coches, laberintos, batallas interestelares... Juegos, todo sea dicho, de escasa definición y colores irreales, pasatiempos a los que difícilmente podría aplicarse la denominación de realidad virtual.

En una sociedad como la nuestra, de increíbles contradicciones, en la que conviven fervientes abanderados de la fe (fieles a religiones encorsetadas que han dictado los cánones de comportamiento durante siglos) e incrédulos recalcitrantes (a los que su denodada pasión por encontrar Expedientes X les lleva a dudar incluso de acontecimientos reales, como el alunizaje del Apolo XI, todavía hoy en el ojo del huracán), nadie confundiría uno de esos jurásicos videojuegos por imágenes del mundo real.

Toda simulación, para resultar creíble, debe convencer al público, sin despertar atisbo alguno de duda. Ésa es, en esencia, la clave de ese monumental videojuego en el que habitan las legiones de seres humanos del universo Matrix. Un universo que, en opinión del matemático británico y escritor de ciencia ficción Stephen Baxter, se sostiene con la firmeza efímera de un castillo de naipes.

En un reciente artículo titulado The Real Matrix, Baxter analiza la verosimilitud de esa simulación global, la gran mentira que supone el universo diseñado por las máquinas de Matrix.

¿Por qué creemos a pies juntillas que el universo que habitamos es real? Quizá, como sostiene Baxter, vivimos inmersos en una simulación... ¿Cómo averiguarlo? O mejor: ¿cómo escapar? ¿Dónde están los Morfeo y sus píldoras para emerger de ese universo de pesadilla?

Para convencer a nuestros sentidos, a nuestros análisis, una simulación debería ser consistente, autocontenida (esto es, que no implique la existencia de un universo exterior, más allá) y cuyos objetos materiales, simulados con alto grado de perfección, sean indistinguibles de verdaderos objetos reales. Pero para simular un universo como el que nos rodea se requiere algo más que un mero ordenador (incluso el sofisticado simulador a bordo de la nave Enterprise, en la saga Star Trek, se quedaría a años-luz de ese objetivo).

Argumentos mecanicocuánticos, basados en el principio de incertidumbre de Heisenberg, permiten estimar la cantidad de información (o estados posibles de un sistema) disponible en un volumen finito, conteniendo cierta cantidad de materia-energía (límite de Bekenstein).

Dicho límite muestra que el número de estados posibles de un sistema es finito, y por consiguiente, da vía libre a las simulaciones perfectas, lo que en la jerga computacional se define como simulación maximal. Sin embargo, el hecho de que una simulación perfecta sea posible no implica que su consecución sea trivial. Como veremos, el coste, a escala energética, resulta prohibitivo.

El progreso de la civilización humana ha venido acompañado por un incremento inusitado en su espacio vital disponible. Así, en la era preagrícola, el alcance de un ser humano se restringía a una circunferencia de, pongamos, 10 kilómetros de radio, y a un desplazamiento en el plano vertical de un kilómetro de altura (montañas).

Baxter estima que una simulación maximal de cada uno de estos volúmenes individuales supone apenas el 0,1% de los recursos energéticos de una civilización planetaria (tipo Star Trek). Las cosas, hoy en día, se han multiplicado exponencialmente. Nuestro espacio de influencia es una esfera de un radio de 6.370 kilómetros y 10 kilómetros de altura (minas, montañas...). El coste excedería a los recursos energéticos disponibles para una civilización avanzada, capaz de utilizar toda la energía emitida por una estrella. De hecho, el universo Matrix requeriría más que eso, una civilización con extraordinarios recursos energéticos a su disposición.

Si la función del universo Matrix es contentar a las masas humanas, hacinadas en granjas para su explotación como fuentes de energía, parece que los costes de la simulación superan con creces a los beneficios que reporta el conjunto de la humanidad, lo que desmonta por completo la esencia del universo Matrix.

Volviendo a la pregunta del principio, quizá habitemos un universo ficticio, pero a qué coste. Será mejor no airear mucho esta posibilidad, no sea que enojemos a los creadores y éstos, como castigo, le den al botón Reset.

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