La mujer que les pone nerviosos
Rajoy, entonces ministro de Administraciones Públicas, no podía imaginar que esta malagueña, consejera de Hacienda de la Junta de Andalucía, ahora candidata al Congreso, le iba a hacer la vida imposible en aquella reunión a la que él había ido fumándose un puro.
Y es que Magdalena Álvarez, ahora de 51 años, sabía que podía sacar de quicio al que ahora aspira a la presidencia del Gobierno impidiéndole su pasión de fumador compulsivo de puros habanos.
Discutían la financiación andaluza, en 1996, en uno de los desencuentros de la Junta y el Gobierno. Presidía Rodrigo Rato y ambos bandos se enfrentaban en un duelo de resistencia que aún no ha cesado. Cuando Rajoy sacó su puro, Álvarez exhibió el reglamento contra el tabaco y pidió el amparo de Rato, que puso cara de póquer. Rajoy desoyó las exigencias de la consejera y optó por fumar a hurtadillas. Para hacer más evidente que ya no fumaba, Rajoy dejaba descansar el habano sobre el basamento de madera de la bandera española. Y ella saltaba:
-Ministro, ¡que va usted a quemar la bandera!
Luego ella comentó: "No podía dejar que el PP exterminara del presupuesto a 365.000 andaluces fumándose un puro". Ese temple le viene de lejos. Fue una huérfana que a los 16 años ya hacía contratos de arrendamiento de las propiedades que le dejaron en herencia sus padres. Y como tenía que seguir en Málaga, estudió Económicas, y después quiso ser inspectora fiscal. En las oposiciones que hubo de pasar -tenía 24 años; sólo había cuatro inspectoras en España- se produjo esta metáfora de su carácter.
El presidente de su tribunal le dejó hablar, hasta que le avisó: "Usted no se sabe el tema". ¡Cómo! Magdalena Álvarez se puso en jarras. Dijo: "Ustedes sí que desconocen el tema, se lo saben por la academia. Y yo me lo sé de las dos maneras. Ahora lo voy a decir como lo dice la academia".
La aprobaron. Años después, cuando la hicieron directora general de Inspección Fiscal en el Gobierno socialista, le escribió el que había presidido el tribunal ante el que ella desplegó su audacia. "Me habrá perdonado usted el mal rato que le hice pasar...".
A Teófila Martínez, que dirige en el Parlamento andaluz la oposición del PP, le cogió el punto, y aunque los correligionarios de la líder popular se han empeñado en impedírselo, Magdalena sigue llamando doña Teófila a la señora Martínez, quien no soporta ese tratamiento para su nombre propio. Les dijo en una sesión parlamentaria: "¿Y por qué les molesta que la llame doña Teófila? A mí no me importa que me llamen doña Magdalena, que así me puso mi madre".
Y como se llama Magdalena, alguna vez le han preguntado si llora. Llora mucho, pero a veces se contiene. La última vez que se le puso un nudo en la garganta fue cuando presentó los cuentos felices de un republicano que enviaba desde el penal de Burgos sus relatos a sus hijos como regalo de Navidad... Y lo último que leyó, La voz dormida, de Dulce Chacón, que también narra el horror que dejó la Guerra Civil, también le puso al borde de las lágrimas.
Mañana le entregan una casa en la que iba a vivir (para siempre) en Sevilla, pero Zapatero la convocó a Madrid, sin duda para que siga poniendo nerviosos a sus adversarios políticos. En persona es una persona vivaz, desenfadada; los periodistas le reprochan que nunca les haya dado un papel: es una funcionaria, guarda secretos. Gesticula mucho, como si quisiera trasladar sus convicciones también con la mímica. Y es una mujer que en cualquier momento, si alguien está tentado de pedirle cuentas, dejará ver en su rostro su íntima convicción de que aquí las cuentas las pide -y las fiscaliza- ella.
Por algo tienen la tentación de llamarla mandatela.
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