Entre el veneno y el debate
Alain Touraine dice que la elección está siempre entre la violencia y el debate. En España quizá se puede decir que la elección está entre el debate y el veneno. Y que hay un grupo de personas, algunas de ellas políticos y periodistas, que han elegido el veneno como remedio a los males de España.
En la historia del periodismo hay momentos brillantes, como el tan aireado de la guerra de Vietnam, y momentos vergonzosos, como el menos conocido de periodistas serbios y croatas que incitaron al odio y la venganza, que propalaron informaciones falsas sabiendo que lo eran. A veces uno llora por la muerte de compañeros decentes, y otras mira para otro lado cuando meten en la cárcel a los indecentes, como los dos periodistas a los que el Tribunal de Ruanda condenó el pasado 3 de diciembre por haber animado y alentado el genocidio.
Por supuesto, aquí las cosas no llegan a esos extremos, pero tal y como están, y ante la inminencia de una nueva campaña electoral, tal vez convendría establecer pequeñas normas de convivencia, es decir, de debate, que ayuden a soslayar el veneno. Por ejemplo: procurar que los políticos hablen preferentemente de su propio partido, de sus compañeros y de sus programas, porque la información y la opinión de que disponen sobre ellos es mucho más eficiente e interesante que la que pueden proporcionar sobre sus oponentes. Y además un ciudadano puede exigir a un político que no mienta sobre sus acciones y planes, mientras que no hay manera de pedirle responsabilidades por sus mentiras respecto al contrario.
Como hace ya tiempo que a ningún político se le ocurre hacer lo que relataba esta semana en La Vanguardia Jordi Pujol a propósito de sus relaciones con Joan Reventós, quizá sería bueno que los periodistas pensáramos si merece la pena dar tanto espacio a opiniones sesgadas e informaciones claramente falsas. (Pujol contaba: "Hace muchos años, en uno de mis mítines, yo dejé caer una cosa negativa sobre Reventós y que era una deformación de la verdad. Aquella noche estuve pensando y al día siguiente le llamé: 'Joan, perdona. No se repetirá").
Si se respetaran esas normas y la campaña electoral se limitara a servir para que cada partido explicara quién es su candidato, qué quiere hacer y por qué, se estaría haciendo un buen servicio a la política. Claro que el mejor servicio sería garantizar debates televisados entre los dos protagonistas de las elecciones, Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero, dos candidatos "nuevos" sobre los que los ciudadanos no disponen de suficiente información. Seguro que si George Bush se negara a debatir con un candidato demócrata, la Casa Blanca recibiría decenas de miles de mensajes del tipo: "Les ruego que reflexionen y acepten debates televisados". (El email del Partido Popular es atencion@pp.es).
La importancia del debate televisado está respaldada por estudios sociológicos en todo el mundo, que demuestran que los ciudadanos prefieren recibir información política a través de entrevistas y debates y que el medio más utilizado es la televisión. Las tendencias están cambiando y en Estados Unidos se acaba de publicar un informe del Pew Research Center (http://people-press.org), según el cual el sector de jóvenes entre 18 y 29 años, el más difícil de alcanzar por los mensajes electorales, está abandonando los canales habituales de infomación política para acudir a "circuitos alternativos". Significa que no sólo acuden a Internet sino que, cada vez más, recurren a programas de entretenimiento, tipo comedy show. Es decir, la identificación entre política y espectáculo o entretenimiento sigue avanzando en las sociedades desarrolladas.
Pero mientras ese fenómeno llega a Europa, estudios recientes señalan que los españoles se siguen informando durante las campañas electorales de la manera más tradicional: un 55% recurre diariamente a la televisión, frente a un 25% que acude a la radio y un 20% que prefiere la prensa escrita. Es decir, que los debates en TV siguen siendo un instrumento imprescindible de formación de opinión pública. solg@elpais.
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