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ANTOLOGÍA DE BABEL | POESÍA

Atardecer

Nunca es acabamiento el atardecer

sino ordenación del ciego crepitar humano.

Su estuario dorado lleno de venas azules

como espuma fulge en las cristaleras

tras las que se oculta el sueño

y empuja hacia formas aún no nacidas.

El atardecer no es una montaña cansada

que se despeña por un cielo mudo,

sino una joven tristeza

que destila transparencia

en la que un destemplado pájaro sucesivo se estrella

y el rocío rosa de su sangre

tiembla un momento el paisaje

antes de ser inundado por la sombra.

Nunca es acabamiento el atardecer

pues la luz se adelgaza

hasta el manantial del silencio,

allí donde oídos de piedra

rasgan su velo de olvido con el filo de un nombre.

El atardecer dobla su cascada de oro

sobre el desnudo virgen

que reluce como una isla

y en algún lugar un pecho se turba con su reflejo.

Pero no es todavía la hora del amor

sino de la espina-violín del deseo

que coloca la sangre al borde.

Nunca es acabamiento el atardecer

porque el llanto del amante

es pozo en el que se ahoga

una imagen rota en resplandores.

No hay tumba para el atardecer.

Su horizonte de navío lento

junta la vida y la muerte

en la blanca tiniebla de lo que va a despertar.

Javier Lostalé (Madrid, 1942) reunió su poesía completa en La rosa inclinada (Calambur).

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