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Eco-sistema

La repetición es un acento característico de los tiempos actuales. La cultura mediática se fundamenta en un juego de fórmulas abreviables y predicados persuasivos repetidos hasta la saciedad. Otro tanto cabría decir de la cultura política, que a fin de cuentas no es más que una formulación pedestre de aquélla. Pero siendo la repetición un procedimiento de la retórica y un fenómeno natural del comportamiento humano, su hacer es poco estimulante y con frecuencia se sitúa en una suma de lugares comunes, desenfadados en apariencia pero profundamente terrosos y estériles. Es la manufactura del estereotipo "esa palabra repetida fuera de toda magia, de todo entusiasmo, como si fuese natural, como si por milagro esa palabra que se repite fuese adecuada en cada momento por razones diferentes" (Barthes). Según el diccionario hay múltiples maneras de redundar: anáfora, epífora, epanelepsis, ecolalia, aliteración, duplicación, epístrofe, pero también analogía, reiteración, pleonasmo, tautología... Dejemos a estos términos la magia de sus sonoridades para advertir que la repetición se expande como un fenómeno atmosférico, evitando cualquier distancia reflexiva frente a la niebla de ideas recibidas y de hechos presumidos.

Allá por los años treinta del pasado siglo, Robert Musil reconocía la estupidez como una peligrosa enfermedad del espíritu, pero también como una mengua del lenguaje, algo que le cuadra perfectamente a la repetición. Y no parece casual que ambas disposiciones constituyan la atmósfera natural de los discursos políticos, que parecen jugar sus palabras y sus papeles con la inteligencia suspendida. Ya sé que la casta política en su conjunto carece de buena reputación (aunque la estupidez y la ignorancia están igualmente repartidas en otros segmentos de la población) y su formulario aparece en todas partes sin apenas progresión, tanto moral como lingüística. Pero para que las campanas no toquen a rebato, sólo estoy pensando en determinados políticos de acusados gestos escénicos, tejano uno, italiano otro, dos ejemplos de nulidad intelectual y euforismo ordinario. La repetición anida en la organización sintagmática del discurso de estos dos sujetos, colocados con harta frecuencia en primera plana de la información por sus dislates (aunque me pregunto qué les importará el sintagma a estos especímenes de farándula). Con relación a Bush, es fácil constatar que Dios Nuestro Señor y los teleevangelistas le otorgaron grandes dosis de fe, pero escasa sabiduría narrativa. Sus discursos políticos no apelan precisamente a las estructuras lingüísticas profundas en la perspectiva chomskyana, sino a una simple disfunción de escuela primaria. Aunque es bien cierto que la gestión de un imperio no precisa subordinadas académicas, sino frases simples, teñidas de miedos y belicismo, de un vendedor de promesas. En cuanto a Berlusconi, puede jactarse de la iteración de ocurrencias, pero su gramática parda es pendenciera y populista. Ya sé que la retórica está vinculada a la tradición grecorromana, pero entre Quintiliano y el Cavaliere media un abismo platónico, para qué vamos a engañarnos. Eso sí, en sus formas anida la estrategia de un padre padrone que identifica el país con sus intereses empresariales y que se aferra a la política como a los productos made in Italy. Una sinécdoque totalitaria, que diría Barthes, aunque decididamente nos parezcan más gustosos los raviolis que las metonimias.

Puede que en el discurso político existan contenidos profundos, jerarquías de combinatorias según los semióticos, pero desde luego no pertenecen a estos individuos y a otros de tal calibre en fase de retirada, cuyo principio de permanencia en el poder consiste en persistir en el tópico, la frase manida, la reproducción de lo idéntico, caigan rayos y truenos en Bagdad, el Vaticano o la Gran Via.

Fuera del discurso político, la repetición es el ruido de fondo de los medios, creados a fin de cuentas para difundir el noble arte de la retórica persuasiva. Ahí está la publicidad con sus procedimientos normativos y estereotipados. O la televisión, territorio acotado por el espectáculo pedestre y la vacuidad de contenidos, traficando entre lo mismo y lo idéntico a lo que diversos ventrílocuos -de los programadores a los semiólogos de la serialidad- quieren vender patéticamente como movilidad.

Sin entrar a considerar esa máquina de entretenimiento uniforme, basta quedarse aristotélicamente con los programas informativos de TVE, una de las televisiones públicas más zafias, casposas y repetitivas de Europa. De la boca de Urdaci y sus cansinos ejercicios de adulación (que han conseguido superar con creces el servilismo del antiguo Sáenz de Buruaga) sólo salen repeticiones, recapitulaciones y no pocas anáforas, naturalmente al servicio del patrón. Y cuando el jefe de informativos de TVE, repetidamente acusado de manipulación informativa, ocultación y falta de pluralismo, quiere apoyar su discurso, siempre echa mano de las mismas réplicas: de Arenas, que es un maestro de la ecolalia (siempre escuchando el eco automático de una palabra con la presunción de formar ideas), o de Zaplana, que es un recurrente gramático discípulo fallero de Greimas. Prueba del nueve de que la chapuza nacional tiene su propia sintaxis.

En fin, ahí queda la repetición como insistencia enojosa de ciertos propósitos. Basta recuperar la hemeroteca reciente y cotejar las informaciones sobre el cambio político catalán. Es evidente que las columnas y crónicas políticas sobre el Gobierno tripartito no llevan adosado el espíritu pendenciero y de navaja barbera de la capital, pero la elocutio de algunas de ellas, así como del partido desalojado del poder, es igualmente combustible y resentida. Se trata de plantear una taxonomía de criterios -simples: reparto de poder, ahogamiento del PSC en el discurso del PSOE, entrega al radicalismo de ERC- a modo de inventario restrictivo y siniestro de las cosas. Con un pleonasmo de fondo: que el juego va a terminar mal antes de que tomemos conocimiento de él. Espíritu misionero no les falta para enarbolar el fantasma de la repetición (antes que de la libertad, que diría un impenitente gustador de repeticiones como Buñuel). Igual que los niños que aprenden imitando y repitiendo como una forma de encauzar sus miedos.

Domènec Font es profesor de Comunicación Audiovisual de la UPF.

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