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Columna
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Reus

La espléndida exposición antológica de Mariano Fortuny que se exhibe en Barcelona permite contemplar la obra de este gran pintor y además especular con los caprichos del azar y de la vida. Fortuny nació en 1838, 10 años después de la muerte de Goya, a quien parecía llamado a suceder. De origen humilde, sin formación pero dotado de un talento prodigioso, pronto adquirió renombre. Intuyó los cambios que se avecinaban en el terreno de las artes plásticas, pero por razones de subsistencia se vio obligado a plegarse a los gustos de una clientela reacia a las aventuras formales. Con el paso de los años, el éxito, algunos privilegios personales y la propia madurez, le permitieron experimentos parciales y cautelosos. Animado por ellos, se disponía a imprimir un giro radical a su carrera, cuando le sorprendió la muerte en Roma a la edad de 36 años. Es tan inútil como inevitable preguntarse qué derroteros habría tomado la obra de este pintor si sus proyectos no se hubieran visto irrevocablemente cancelados. Nuestra fe en el progreso nos impulsa a pensar que habría alcanzado más altas cimas, que habría revolucionado el arte occidental o al menos contribuido a una revolución que ya estaba en ciernes. También podemos imaginar lo contrario: que se habría vuelto cínico, acomodaticio, reiterativo. Cualquier especulación es permisible, y trivial, porque no sucederá ni una cosa ni la otra.

Fortuny había nacido en Reus, una población acomodada e inquieta, al sur de Cataluña. También eran de Reus Prim y Gaudí. El general Prim nació en 1814, luchó en España, en Marruecos y en las antiguas colonias de ultramar. En 1868 encabezó la Revolución liberal apodada la Gloriosa, presidió el Consejo de Ministros, quiso entronizar a Amadeo de Saboya y fue asesinado en Madrid de un trabucazo. Antoni Gaudí fue un arquitecto visionario cuya fama, tal vez inigualada, perdura hasta el día de hoy. Lo mató un tranvía en una calle de Barcelona cuando trabajaba en la que había de ser su obra máxima: la Sagrada Familia. Nunca sabremos cómo habrían evolucionado el arte, la arquitectura y la historia de España de no haberse producido la desaparición precipitada y extemporánea de estos tres hijos singulares de la villa de Reus.

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