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Reportaje:NADANDO CON LOS LOBOS MARINOS

Pequeños dragones de oscura belleza

Las dos hembras de lobo marino asoman de repente dentro del agua, sin hacerse notar, demostrando sus dotes de nadadoras consumadas. Aman el juego, giran y dan vueltas en alegres contorsiones. Una de ellas se lanza de frente como un torpedo y se detiene a unos centímetros del cristal de las gafas del buceador, mira al intruso con curiosidad y en una pirueta se desvía y pasa a su lado sin rozarlo. Las criaturas imitan las inmersiones de los dos bañistas, se alinean entre sí en sus divertidos avances, retozan, a veces tratan de comunicarse abriendo la boca. Durante una hora, el tiempo se transforma en un puro acontecimiento.

Cualquiera de los visitantes de las islas Galápagos vivirá la experiencia si lo desea y tiene ganas de aventura. Sólo hacen falta unas aletas, unas gafas y un tubo para el buceo de superficie. Y los lobos marinos, los animales más grandes de las islas, pueden aparecer en las aguas de cualquier playa y acercarse con inofensiva cordialidad. Sólo una recomendación: no tocarlos, como ellos no tocan al bañista (salvo notar a veces el ligero roce de sus bigotes), respetando así un principio que debe regir en este lugar, el de no interferencia, el de simple disfrute de la presencia constante de animales que no temen al hombre.

El niño Andrew Dibling ama estas iguanas marinas que le parecen salidas de una película de terror, y también las tortugas gigantes, cuyas cabezas antediluvianas inspiraron a los creadores de 'ET'. En su imaginación quedarán también decenas de delfines saltando junto a los pequeños pingüinos
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Resurgimiento quiteño

En el Legend, uno de los 80 barcos con licencia para organizar cruceros, el pasajero más joven, Andrew Dibling, tiene 10 años, y el más veterano, Richard Wood, 89. Las Galápagos (13 islas grandes, media docena pequeñas y un centenar de islotes situados a 960 kilómetros de la costa de Ecuador) son aptas para todas las edades. Ambos pasajeros proceden de Estados Unidos y esta mañana están listos y bien dispuestos con sus chalecos salvavidas, a las ocho de la mañana, para desembarcar en Isla Fernandina. Los turistas se dirigen hacia la costa en pangas, pequeños botes a motor, en grupos que nunca superan las 16 personas. Van acompañados de guías de la naturaleza que no les permitirán fumar, llevarse siquiera una piedra o salirse de los senderos. "Ni, por supuesto, hacer sopa de tortuga", dice uno de los monitores con un humor que también se agradece en esta reserva biológica sobrecogedora. El venerable quelonio que los piratas cargaban en los barcos a centenares, pues sobrevivía hasta un año en las bodegas sin agua ni comida, reina en las islas junto a sus compañeras las iguanas. En 1959, el Gobierno ecuatoriano decretó la protección máxima del parque nacional, que ocupa el 97% del territorio y que debe ser abandonado antes de las seis de la tarde.

Iguanas

Una vez los turistas en tierra, el espectáculo está ahí mismo, casi impercetible. Las lisas se esconden creando círculos cuando un enorme pelícano alcatraz pasa en vuelo rasante sobre el agua en busca de su pez favorito. Las fragatas o tijeretas (famosas por los sacos gulares rojos que los machos hinchan en mayo, la época de apareamiento) sobrevuelan los manglares mientras en las clarísimas lagunas formadas por la marea baja varias tortugas asoman la cabeza. A unos metros dormita un lobo marino (los machos son territoriales y conviene no acercarse, a riesgo de que emitan una especie de ladridos amedrentadores), y más allá, una hembra cuida de su cría recién alumbrada. Grupos de negras iguanas marinas escupen sin parar, y rojos cangrejos corretones y rapiñadores pueblan las rocas de lava petrificada.

No hay agresividad en el entorno, y eso desarma a los turistas, que sienten el despertar de una inocencia escondida y comprenden de pronto el porqué de la mitología de las Galápagos, uno de esos destinos a los que las agencias colocan la etiqueta de "una vez en la vida". Y por eso los 85.000 visitantes que desembarcan cada año no serán los mismos cuando se vayan, aunque ellos no lo sepan en un principio. En un intento de explicar lo que la novelista Josephine Humphreys calificó como la "genética inocencia" de los animales que no se espantan de los hombres, el guía André Degel, de 50 años y de origen belga, dice: "Las criaturas reaccionan al peligro, pero no lo tienen presente porque no han conocido grandes depredadores". Y añade con laconismo: "Las islas quedan dentro; llevan un mensaje, una energía que enseña la lección de que aprendamos a cuidar mejor nuestro planeta".

El maravilloso viaje ha comenzado en la isla de Baltra, donde se encuentra el aeropuerto. Los visitantes pisan un felpudo desinfectante y pagan 100 dólares de entrada que se reinvierten en las islas en un 75%. Junto a los puestos de souvenirs toma el sol rodeada de gente una iguana terrestre, grande, pacífica y amarilla, bastante más lustrosa que sus hermanas las iguanas marinas, que a Darwin le parecieron "horrendas". Pero dará gusto verlas, en uno de los desembarcos, perfectamente negras sobre las rocas volcánicas de su mismo color, tan góticas y amenazantes pese a que son herbívoras y beatíficas, muy cerca del agua, donde buscarán alimento.

El niño Andrew Dibling, que viaja con sus padres, ama estas iguanas marinas que le parecen salidas de una película de terror, y también las tortugas gigantes, cuyas cabezas antediluvianas inspiraron a los creadores de ET. El recuerdo de las tortugas y de las lúgubres iguanas, amontonadas y lanzando sin parar chorros de mucus a un metro de distancia, sólo será comparable en su imaginación al avistamiento de decenas de delfines saltando cerca del Legend junto a los pequeños pingüinos de Galápagos (de 35 centímetros), los únicos que anidan en el trópico, tan lejos de la Antártida. El anciano Richard Wood se queda con otras imágenes valiosas, más serenas y penetrantes. Una tortuga descansa debajo del árbol del manzanillo, de nutritivos frutos que son venenosos para el hombre. En Isabela, el lago del cráter junto a la caleta Tagus, donde Darwin ancló el Beagle, en medio de un bosque bellísimo de los perfumados árboles de palosanto. El despojado azul de las patas de los piqueros, un ave-símbolo de perfecto cromatismo. Y los flamencos de las lagunas salobres, fijados en el paisaje porque han perdido, imantados por los flujos de lava, el instinto básico de migrar.

Darwin

"He venido cuatro veces. Galápagos es el único paraíso que conozco. Y siempre uno desea volver al paraíso", dice la ecuatoriana Soraya Maldonado, de 26 años. Lejos de esta perspectiva queda la de Herman Melville, el autor de Moby Dick, insatisfecho ante unos paisajes dominados por la lava enfriada como melaza, las superficies ripiosas, los lechos de ceniza... "Poco se encuentra aquí, salvo vida reptil (...), el sonido dominante de la vida es un siseo", escribió en referencia al silbido neumático que producen las tortugas al esconder la cabeza en su caparazón.

Pero las islas de magma tienen, como pocos lugares, significado universal. "Este archipiélago forma por sí solo un pequeño mundo", escribió Charles Darwin en El viaje del Beagle, el barco con el que circunnavegó la zona entre septiembre y octubre de 1835. Su tesis evolutiva se afirmó a través de las 13 especies de pinzones. Las diferentes formas de sus picos para conseguir diversos tipos de alimentos se le presentaron como un libro abierto para su teoría sobre la selección natural. También estudió la morfología de las tortugas, una de cuyas especies da nombre a las islas porque su caparazón se asemeja a una silla de montar, galápago en español.

La supervivencia de estos enormes reptiles (junto con la aldabra de las Seychelles, las tortugas más grandes del mundo) es uno de los grandes retos del parque nacional. Y la cría en cautividad, aclimatación y reintroducción en zonas que ahora les son hostiles -debido a la presencia de gatos, cerdos, ratas, chivos, burros y otros invasores que llegaron con el hombre- supone un ambicioso y complejísimo proyecto ecológico que se puede admirar en la estación científica Charles Darwin, en Puerto Ayora.

Chivos

La ciudad, en la isla de Santa Cruz, cuenta con 12.000 habitantes (en las Galápagos viven unas 17.500 personas, el triple que en los años ochenta, señal de alarma para los ecologistas). Capital del archipiélago, se extiende en una llanura de vegetación frondosa con casitas bajas que le dan un aire tranquilo de puerto próspero. En sus calles abundan los alojamientos baratos y se pueden contratar cruceros a precios asequibles. De allí parten también excursiones al campo, a lugares como el Rancho Primicias, para ver a las tortugas, acorazadas vegetarianas, en libertad (su velocidad: menos de un kilómetro por hora).

El ejemplar más famoso se llama Jorge y vive en Puerto Ayora, en la estación científica. Viejo y solitario (puede tener más de 100 años), es el único ejemplar superviviente de una de las 13 subespecies endémicas de las Galápagos. Dos hembras consideradas genéticamente cercanas fueron rechazadas por él en el intento de reproducirlo. ¿Habrá que clonarlo?

Éste es el tipo de noticias que apasionan en las islas. Las protagonizan animales diversos. Por ejemplo, los chivos. En Isabela se lo están comiendo todo. Las tortugas desaparecen poco a poco, pues sus enemigos devoran los cactus opuntia, fuente de alimento, agua y sombra para ellas. Puede que haya 150.000 chivos y chivas en Isabela. En una primera fase, cazadores procedentes de Nueva Zelanda tratarán de abatir el mayor número posible de ejemplares desde los helicópteros. En una fase posterior, perras pastoras esterilizadas (con el fin de que no puedan criar si se escapan) serán soltadas para que agrupen a los chivos en espera de los cazadores.

Los chivos ya han sido erradicados de diferentes islas, entre ellas Española, al igual que los cerdos de Santiago, la mayor isla del mundo donde se ha alcanzado un objetivo así. Y existen planes contra las hormigas de fuego, las palomas, los perros salvajes. A veces, lograr el control biológico supone prácticas brutales y delicados equilibrios, como la introducción de la mariquita, depredadora natural de la destructiva cochinilla de Australia.

Otras veces son los propios guías los que dan la voz de alarma. En Punta Moreno (isla Isabela) ya no se puede bucear con los mansos tiburones cuando se quedan retenidos en las lagunas con la marea baja, porque se espantan. Y también se acabó con la práctica de darles agua a los cucuves, los pajaritos más amigables de las islas. Aun así, si un turista abre su botella, podrá verse sorprendido por uno de ellos posado en su hombro esperando su turno para beber. El sociable cucuve resume el clima de confianza extraordinaria de las Galápagos. Y por eso los visitantes otorgan a las islas la condición de santuario.

La iguana marina de las Galápagos es la única de su especie que entra en el mar (se alimenta de algas y puede bucear hasta 10 minutos).
La iguana marina de las Galápagos es la única de su especie que entra en el mar (se alimenta de algas y puede bucear hasta 10 minutos).JEREMY WOODHOUSE

GUÍA PRÁCTICA

Datos básicos

Habitantes de Quito: alrededor de un millón. Ecuador: 12 millones. Prefijo telefónico de Quito: 00 5932. Puerto Ayora, en las islas Galápagos: 00 5935.

Comer

- Mea Culpa (295 11 90). Palacio arzobispal. Quito. Caro, pero con una atmósfera muy cálida y espléndidas vistas a la plaza Grande. Alrededor de 20 euros.

- La Boca del Lobo (223 08 89). Calama, 284, y Reina Victoria. Quito. En la zona de moda del barrio de la Mariscal. Alrededor de 18 euros.

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Pavarotti (256 66 68). Doce de Octubre, 1821, y Luis Cordero. Quito. Buena comida italiana. Unos 15 euros.

Dormir

- Swiss Hotel (256 76 00). Avenida del Doce de Octubre, 1820, y Luis Cordero. Quito. Unos 90 euros la doble.

- La Rábida (222 17 20). La Rábida, 227, y Santa María. Unos 50 euros la doble.

Salir

- Café Mosaico (254 28 71). Manuel Samaniego, N8-95, y Antepara, en la zona de Itchimbia, Quito. Decoración estilo Nueva York. Imprescindible por sus vistas sobre la capital.

- Seseribó. Doce de Octubre y Veintimilla.

Salsódromo con mucha marcha.

- Matrioshka (227 87 58). Joaquín Pinto, 376. Para la noche gay de Quito.

Comprar

- Folklore Olga Fisch (254 13 15). Colón, E10-53. Artesanía con encanto y salas con la colección Anhalzer-Valdivieso de arqueología y arte popular y colonial. También existe un acogedor restaurante en las dependencias, El Galpón (254 02 09).

- Tianguez (295 43 26). Bajo el atrio de la plaza de San Francisco. Artesanía de calidad. Miembros de la Federación Internacional de Comercio Justo.

Islas Galápagos

En Puerto Ayora, la capital, abundan los alojamientos, desde los más baratos, apenas cinco euros, hasta agradables hoteles, como el Silberstein (52 62 77, avenida de Charles Darwin y Piqueros).

Información

- Embajada de Ecuador (915 62 72 15 y

www.viveecuador.com).

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