Gatopardiana
Se mueve el escenario político. Josu Jon Imaz sucederá a Xabier Arzalluz en la presidencia del PNV y Pascual Maragall ha puesto fin a una veintena larga de años de pujolato. Se trata de cambios de distinta naturaleza y es pronto aún para saber si provienen de vientos que empujan en la misma dirección; por no saber, ni siquiera sabemos en qué dirección soplan, si hacia la España plural y federada o hacia una eclosión de bantustanes sin orden ni concierto. Pero cambios son, en cualquier caso (sólo niega la evidencia un PP instalado en el fundamentalismo de lo totalmente otro), y deben ser bienvenidos después de tantos años de pura y dura agitación, en los que la política vasca y española no han conocido otra cosa que la convulsión y la bulla. Suponen, cuando menos, un cambio de talante, particularmente en el caso de Imaz, ayunos como estamos los vascos de seny. Aunque no lo sea todo, el talante personal no es cosa baladí en la actividad política. Y si bien es cierto que el plan Ibarretxe es la hoja de ruta que hoy por hoy obliga al nacionalismo vasco, su gestión puede ser muy distinta según quién esté al mando del PNV. Pienso, por ejemplo, en distinta reacción, tronante o templada, ante los obstáculos legales a los que se va a enfrentar, necesariamente, el desarrollo del plan, y en las distintas consecuencias de una manera u otra de afrontar la situación.
Y hablando de talante, estos cambios en Euskadi y en Cataluña preceden en el tiempo al que puede ser el gran cambio, el que se producirá en marzo en la presidencia del Gobierno de España. Aznar se irá, es seguro; y esto es lo más importante. Sería excelente si el sustituto fuera Rodríguez Zapatero pero ya será bueno, comparado con lo que ahora ocurre, que Aznar deje de patronear el país y con él se vaya un estilo de gobernar caracterizado por los malos modos, siempre orgulloso y a ratos mezquino, que le ha convertido en el gobernante más aislado de la historia democrática española.
Se producen, pues, cambios en el escenario político. No son los únicos. Junto a esos grandes cambios, cuyo reflejo institucional es inmediato, están teniendo lugar transformaciones menos evidentes, movimientos de fondo, más importantes incluso que los cambios en los liderazgos políticos, pero difíciles de valorar por el momento: legitimación creciente del constitucionalismo plural frente al unanimismo del PP; distanciamiento crítico de Ezker Batua respecto al proyecto de Ibarretxe; moderación en las formas de la crítica ciudadana al nacionalismo vasco; progresiva aunque lenta desmilitarización de la izquierda abertzale... Todo ello parece dibujar una imprevista alineación de planetas que anuncia un tiempo nuevo, más propicio para el entendimiento. Sin embargo, ¿por qué me viene a la cabeza la conocida sentencia de Lampedusa en El gatopardo sobre los cambios que no cambian nada? "Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi". Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. Los cambios que se están produciendo en el escenario político español y vasco configuran una nueva estructura de oportunidad política, son la ocasión para empezar a hacer las cosas de otra manera. Pero las oportunidades pueden perderse. Y, en el peor de los casos, todo puede cambiar para que, finalmente, todo siga como está.
¿Sabremos aprovechar la nueva coyuntura que estas transformaciones delinenan? Lo más negativo de nuestra situación política no es que esté encallada, no: lo malo es que está encanallada. Tanto que parece haberse perdido la capacidad, y hasta la voluntad, de discernir y aprovechar posibilidades de enmienda. La confianza y el diálogo, extrañados (en el doble sentido de expulsados y añorados) en los últimos años deben volver a ser el eje de la acción política. Para ello será preciso, antes que nada, salir cuanto antes y de una vez por todas de una situación caracterizada por el unilateralismo en las decisiones y en los proyectos. El cambio en los liderazgos de partidos e instituciones puede ser la oportunidad para que determinadas cosas dejen de estar como están. O no. En sus manos está hacer que el nuevo año sea, de verdad, un año nuevo.
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