Haciendo la calle
Cuando Marcia, la barrendera, y yo, llegamos a la altura de la Huevera de Moneo, me despedí de ella y me compré tres porras humeantes. Para llevar la dieta disociada de la Alborch hay que servir, como para la política. Por cierto, estábamos la valenciana y yo hablando de dietas y se acercó una anciana y le dijo: "Carmen, guapa, con lo inteligente que tú eres, ¿por qué no te haces del PP?". "Ay, señora", dijo Carmen, "ya me pilla muy mayor para reciclarme". Lo mismo pensaba yo cuando volví a casa. Me quité el abrigo, me desnudé y me metí en la cama otra vez con mi santo. Él se agarró a mi cintura como si yo nunca me hubiera ido. "Hijo", le dije, "me voy una noche a hacer la calle y ni te enteras". Y va el tío y me echa la pierna por encima. Qué fuerte, tía.
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