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Reportaje:

Muere Juan José Moreno Cuenca, 'El Vaquilla'

Moreno Cuenca muere de cirrosis hepática derivada de su drogadicción tras haber estado preso 28 de sus 42 años

Barcelona

Justo un mes después de cumplir 42 años y cuando le faltaban cuatro para concluir su condena, Juan José Moreno Cuenca, El Vaquilla, murió ayer en el hospital de Can Ruti, en Badalona, de una cirrosis hepática derivada de su drogadicción, en compañía de su compañera sentimental, Elisabet Fiareli. El Vaquilla había pasado 28 años, la mayor parte de su vida, privado de libertad, desde que a los 14 años fue detenido por primera vez por un robo que le marcaría para siempre. Nunca fue acusado de delitos de sangre, salvo las lesiones que produjo al atropellar a una mujer tras un tirón, cuando era menor, pero su espíritu inquieto y rebelde le llevaron a protagonizar múltiples fugas y motines carcelarios que perpetuaron su condición de preso y le dieron notoriedad.

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Efímera gloria

Reincidente compulsivo, hubiera saldado sus cuentas con la justicia por todos los delitos cometidos en la calle en 1985, pero las penas acumuladas por sus arrebatos carcelarios, incluidas algunas automutilaciones, habían prolongado la suma de sus condenas hasta 2007. El delito más sonado se produjo en abril de 1984: después de tomar como rehenes a cuatro funcionarios con un cuchillo que había escondido en un frasco de champú, dirigió un motín en la quinta galería de la cárcel Modelo y exigió como condición para negociar que les entregaran heroína y les dejaran transmitir en directo, a través de la radio, sus quejas, casi todas fundadas, por la situación en la prisión.

Cinco minutos de gloria

El juez de vigilancia penitenciaria autorizó ambas condiciones y El Vaquilla pudo hablar en directo a toda España desde la cárcel. El motín terminó bien, pero quienes lo llevaron a cabo añadieron más años a sus ya largas condenas. Moreno Cuenca, sin embargo, tuvo sus cinco minutos de gloria y a partir de ese momento el ansia de notoriedad se convertiría en el principal adversario de aquel muchacho de inteligencia vivaz nacido en el barrio de La Mina que había robado su primer coche cuando apenas alcanzaba los pedales.

Precisamente por haberse convertido en un protagonista mediático indiscutible, las autoridades penitenciarias trataron de esmerarse con este preso sobre el que estaba puesta la atención pública, pero lejos de reinsertarse, se convirtió en un paradigma de las dificultades de rehabilitación de la población reclusa en unos tiempos en que las drogas interfieren permanentemente con las vidas de los presos y las políticas penitenciarias.

La adicción a la heroína complicó terriblemente la vida de Juan José Moreno Cuenca y finalmente se la ha quitado. Pese a que logró deshabituarse y estuvo un tiempo en programa de metadona, nunca logró librarse de sus secuelas. Las jeringas compartidas habían introducido los virus del sida y de la hepatitis C en su cuerpo.

La refundición de condenas que ahora cumplía expiraba el 3 de febrero de 2007 y El Vaquilla había entrado ya en el departamento de atención especial de Quatre Camins, donde se prepara a los presos para la libertad condicional.

Aunque ya había dejado el primer grado, estaba todavía -a petición propia, según explicó ayer su abogada, Sara López- en un módulo de aislamiento. De hecho, no se encontraba bien. El 11 de octubre pasado tuvo que ser ingresado de urgencia en el hospital penitenciario, donde se le diagnosticó una cirrosis hepática causada por el virus de la hepatitis C. Fue dado de alta el día 21, pero reingresó el 4 de noviembre con un cuadro ya muy grave de fallo hepático e insuficiencia renal.

Su estado era terminal, por lo que su compañera pudo obtener la excarcelación y cumplir así el último deseo de un soñador: morir en libertad junto a la mujer que en los últimos años había llevado sosiego a su vida. Se habían conocido en 1999. Fue ella quien, sensibilizada por la historia de este indómito preso, finalmente más peligroso para sí mismo que para los demás, se puso en contacto con él por carta. Antes había estado casado con otra mujer que también se había interesado por él estando preso, Isabel Faya, pero el matrimonio había fracasado. De la relación epistolar pasaron a la personal y al vis-a-vis y Moreno Cuenca encontró en Elisabet un apoyo decisivo que, de no haberse truncado por la muerte, tal vez le hubiera llevado a la reinserción definitiva. Ella es quien se ha ocupado de su defensa y la que insiste ahora en continuar el pleito que Moreno Cuenca entabló contra dos funcionarios de la prisión de Can Brians por lesiones y vejación, mientras ellos le acusaban de insultos y amenazas.

Ese era el último juicio al que El Vaquilla debía enfrentarse el pasado 1 de diciembre, pero su estado le impidió ya asistir y tuvo que aplazars

e. La compañera de El Vaquilla ha pedido a su abogado, Jaume Sans, que prosiga la causa contra los funcionarios. No en vano Moreno Cuenca mantuvo durante toda su vida una tenaz batalla contra el sistema penitenciario, del que se consideraba una víctima y así era visto también por numerosos intelectuales que se habían interesado por su suerte, como el periodista Josep Maria Huertas Clavería, que coincidió con él en la cárcel Modelo cuando estuvo preso por un artículo sobre el Ejército: "El Vaquilla fue víctima del sistema, como los presos pobres, porque sus delitos siempre fueron de poca monta", dijo ayer. Huertas prologó y editó la biografía de El Vaquilla, titulada Hasta la libertad. Una historia "excepcional porque documenta sobre el sistema carcelario de la democracia y sobre cómo se gesta un delincuente común por causas perfectamente ademocráticas", escribió Manuel Vázquez Montalbán.

Pero quienes conocieron a El Vaquilla creen que también fue víctima del espejismo mediático. Desde que su vida inspiró la película Perros callejeros, de José Antonio de la Loma, y los medios se fijaron en él, El Vaquilla fue vulnerable a los halagos de los focos y contribuyó, con motines, fugas y algaradas, a crear un personaje, El Vaquilla, del que Moreno Cuenca nunca logró desprenderse.

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