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A PIE DE PÁGINA

Nadie es más pobre que los muertos

No sé si usted ya se murió. Estoy escribiendo esto en un tren que atraviesa Francia de Montpellier a París, la letra se me complica por los traqueteos del vagón y no sé si usted ya se murió. Cuando lo vi en la clínica del cáncer, delgadísimo, sin pelo, sin fuerzas, casi incapaz de hablar, pensé

-Va a durar uno o dos días, una semana a lo sumo

y sin embargo no sé si usted ya se murió. En la cama al lado de la suya un hombre me miraba de una manera que no olvidaré, parecido a un animal aterrorizado. Detrás de usted estaba la foto del equipo del Belenenses y en ella se leía, escrito a mano: ¿por qué no vamos a ser campeones?

y aunque lleguen a ser campeones usted no lo sabrá porque se va a morir. Se va a morir a los treinta y cuatro años (pronto, ¿no?), se va a morir de cáncer, no hay un centímetro cuadrado de su cuerpo que no esté descompuesto por el cáncer, usted se va a morir, Tó, usted se va a morir. Se va a morir mientras yo, en Francia, disfruto del éxito de mi libro, de mis libros, tengo la prensa y los lectores a mis pies, el editor me trata como si yo fuese (y lo soy) la persona más preciada de este mundo, los críticos saltan de alegría, ando de apoteosis en apoteosis y usted se va a morir, Tó, se va a morir y, quizá, por el hecho de que se va a morir, piensa que puede obligarme a pensar en usted todo el tiempo, a no hacerle caso a este alboroto a mi alrededor, a olvidar que soy un genio, que fui yo, no el Belenenses, quien ganó el campeonato este año, piensa que puede ocupar mis noches con su sonrisa, su arrojo, sus dedos delgadísimos señalando un televisor pequeñito

Quizá, porque se va a morir, piensa que puede obligarme a pensar en usted todo el tiempo

-Me hace compañía

y los párpados que se cierran, exhaustos, su dignidad, su ausencia de sentimentalismo, su muerte tan próxima, Tó, su muerte aquí mismo porque usted se va a morir. Nadie es más pobre que los muertos, dijo una escritora estadounidense que también se murió joven, usted no es sólo un pobre muerto, Tó, fue también un pobre vivo, no tiene derecho a perseguir a un hombre importante como yo (quién es usted comparado conmigo, usted no es nada comparado conmigo, usted sabe que no es nada comparado conmigo), déjeme en paz, no me agobie con su deseo de vivir, sus ganas de luchar, no sea más valiente que yo (usted no es nada comparado conmigo), porque soy yo el que está vivo, Tó, y usted se va a morir, no me atormente con sus proyectos, sus planes, usted siente que se va a morir, Tó, usted se va a morir. Al salir del instituto del cáncer, después de visitarlo, sólo tuve ganas de apoyarme en una columna y quedarme allí, estúpidamente, mirando los arbustos, los árboles, las personas que entraban, su padre que sacó el pañuelo del bolsillo de los pantalones cuando la voz le tembló un poquito, su padre que se repuso enseguida, Tó, con un pudor que me dolió aún más, su padre

-Son unos días

y usted allí dentro, cerca de la ventana, muriéndose. Me dijo

-Me gustaría que leyese unas cosas que escribí

esto no en la visita al instituto del cáncer, unos días antes, por teléfono, yo

-Claro que sí

para no contradecir a un moribundo, un muchacho de treinta y cuatro años corroído por la enfermedad, yo sin la menor intención de leer nada, disculpándome, callado

-No puedo leer todo lo que me envían y, no obstante

-Claro que las leeré, Tó, claro que las leeré

intentando ser agradable con usted porque usted es pobre, porque nadie es más pobre que los muertos y usted se va a morir. Usted se va a morir y debería haber tenido la delicadeza de no arrastrarme con su muerte trayéndome a la cabeza personas que quise y que se fueron, se murieron de una muerte igual a la suya, Tó, se murieron y me dejaron y ahora le toca a usted, ¿entiende?, no aliente esperanzas, Tó, desista, no sirve de nada alentar esperanzas porque usted se va a morir, se está muriendo, usted se está muriendo y yo aquí, en el extranjero, en medio de tantos aplausos (qué victoria la mía, envídieme), volviendo al hotel, encerrándome en la habitación y viéndolo todo el tiempo frente a mí, Tó, su sonrisa, su apretón de manos sin ninguna energía, sus gestos sin fuerza y no se haga ilusiones porque se va a morir, no me abrume con sus planes (usted no tiene espacio para planes), sus proyectos (no llevará a cabo ningún proyecto), sus sueños (qué veleidad la suya, tener sueños), acabe con esas fantasías, Tó, usted se va a morir, un día más, dos días, cada vez más somnolencia, más morfina, se va a morir lejos de mí, en Lisboa, en medio de los demás cancerosos que se van a morir también, usted se va a morir. En la ventanilla del tren árboles, ríos, el sol, imagínese, calor, imagínese, un tiempo espléndido para mí, no para usted, el tiempo se terminó para usted, enseguida telefoneo a casa

-¿Tó? (y, quizás, un silencio, lo más probable que un silencio, yo)

-¿Tó?

y entonces, a mi oído

-Tó murió, ¿sabías?

-Tó murió. Voy a acabar esto, amigo, he escrito demasiado sobre su muerte sin importancia alguna, sobre su persona sin importancia alguna, sobre sus treinta y cuatro años sin importancia alguna, ¿quién era usted? ¿Por quién se toma? Yo creo que esto es una pesadilla, Tó, que no es verdad, yo creo que nada de esto es verdad, yo quiero creer que nada de esto es verdad, ¿entiende?, dígame que nada de eso es verdad, dígame que no se morirá, Tó, que no se morirá, voy a leer sus cuentos, se lo prometo, y puede ser que me gusten porque usted me cae simpático, porque (creo yo) lo quiero, porque me duele verlo morir, Tó, hágame ese pequeño favor, no se muera, dígame, con su cara delgadísima, sus ojos apagados, su boca sin color, que no se morirá, que, con un poco de suerte, Belenenses será campeón y usted tiene que vivir para verlo, tiene que verlo, Tó, el Belenenses campeón, imagínese qué alegría, Dios mío, cuando el Belenenses sea campeón.

Traducción de Mario Merlino.

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