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'Moisés y el Faraón' inicia entre vítores la temporada de la Scala

Milán se despide del teatro de los Archimboldi

Enric González

El teatro de la Scala de Milán inició el pasado domingo la temporada con Moisés y el Faraón, de Gioachino Rossini, una superproducción densa, coral y larga (más de cinco horas) que el público acogió con entusiasmo. Los 12 minutos de aplausos premiaron, sobre todo, al director, Riccardo Muti, y al sensacional coro del teatro. Era el último estreno en el exilio suburbial del teatro de los Archimboldi.

El año próximo, si los trabajos de modernización se ajustan a los plazos y no se agravan los endémicos conflictos internos en la institución, se regresará al Piermarini, el venerable edificio de la piazza de la Scala.

La catedral de la lírica italiana, y el propio Muti, arriesgaron con la elección de la obra. Moise e Pharaon ou le passage de la mer Rouge, título completo de la pieza, era la versión francesa que Rossini efectuó del Moisés que él mismo había compuesto, años antes, para el San Carlo de Nápoles. Los parisinos de la época (1827) apreciaban los temas egipcios desde la expedición napoleónica a El Cairo y reclamaban, además, grandes montajes, con decorados fastuosos, danzas y multitudes sobre el escenario. Muti y Luca Ronconi, responsable de la puesta en escena, optaron por respetar la partitura y el espíritu de la obra. El peligro era doble: por un lado, la superproducción agrandaba el margen de error; por otro, se quebraba una norma según la cual a la peculiar audiencia de los estrenos, no necesariamente melómana, convenía ofrecerle cosas breves y relativamente sencillas.

Muti y Ronconi salieron con bien del empeño. Los decorados y la escenografía resultaron brillantes (se optó por una simbología católica: un órgano de iglesia, columnas neoclásicas y hasta un obispo como testimonio silencioso) y, sobre todo, eficaces para contener el desarrollo de una historia abundante en voces y movimientos corales (en ciertos momentos había más de un centenar de personas en escena) que, en la versión francesa, había dejado de centrarse en el amor imposible de Anais, la hermana de Moisés, y Amenofis, el hijo del Faraón, para abarcar la lucha por la libertad del pueblo hebreo. El delicado momento de la partición de las aguas, el paso de los hebreos y la mortandad del ejército faraónico se resolvió con precisión técnica e imaginación.

Los cantantes pertenecían a la cantera de la Scala. El bajo ruso Ildar Abdrazakov desempeñó con nota el papel de Moisés, duro por la ausencia de arias y por su función narrativa; el barítono Erwin Schrott (Faraón) y el tenor Giuseppe Filianoti (grandísimo en su interpretación de Amenofis) crearon el momento mágico de la velada con su dueto del segundo acto. La soprano Barbara Frittoli (Anais) salió como pudo del aria culminante de la obra, la dificilísima Quelle horrible destinée, y recogió los únicos abucheos de la noche, pudorosamente sepultados bajo una ovación de sus muchos admiradores locales.

La inclusión de 27 minutos de danza en el acto tercero constituyó, tal vez, una crueldad innecesaria. Los bailes introducidos para el gusto decimonónico parisino suelen suprimirse en las adaptaciones modernas de Moisés y el Faraón. La coreografía concebida por Micha van Hoecke, con momia danzante incluida y movimientos presumiblemente inspirados en las figuras humanas de los jeroglíficos, era, además, peculiar en extremo. En opinión de Paolo Isotta, crítico del Corriere della Sera, ni las peores gimnasias fascistas fueron tan "inútiles y ridículas" como aquella coreografía. Que, por otro lado, recolectó largos aplausos y cariñosos vítores a los tres bailarines principales: Luziana Savignano (Isis), Roberto Bolle (Moisés) y Desmond Richardson (Faraón).

Como es costumbre, la noche de estreno congregó a políticos, empresarios y famosos vestidos con sus mejores galas. Pero el presidente del Gobierno, Silvio Berlusconi, prefirió no ir a la ópera y anunció que vería una película de humor en uno de sus cines, sin duda para cultivar tanto el negocio como la imagen populista.

El bajo ruso ldar Abdrazako, en un momento de <i>Moisés y el Faraón.</i>
El bajo ruso ldar Abdrazako, en un momento de Moisés y el Faraón.REUTERS
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