El Gordo
Otro artículo sobre la Copa del América, en efecto. Sólo que, para que el lector no se llame a engaño, bueno será advertirle desde el principio lo que pienso de este asunto: que no nos lo merecemos. Así como suena. Fuerte, ¿verdad? Sin embargo, antes de ponerme verde, les ruego que me escuchen. Yo no digo que no hayamos tenido una suerte inmensa. Menos aún que no me alegre infinito por la bicoca que nos ha caído a los valencianos. Lo que digo es que, a fuer de sinceros y sin que salga de estas cuatro paredes, no nos merecemos ser sede de la Copa del América.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Personalmente, nunca he estado de acuerdo con este aserto, pero en este caso me parece que da en la diana. Imágenes pintorescas ha habido muchas en Valencia estos últimos días, desde los abuelos que se paseaban por el Mercado de Colón con unos globos azules que les habían regalado en el barquito hasta la celebración del evento a base de mascletàs y cenas de sobaquillo (no sé si con paella incluida). Pero lo más terrorífico han sido las fotos de los políticos que nos traía la prensa. Les voy a contar un pequeño experimento. Cuando éramos críos todos nos hemos entretenido decorando generosamente las fotos del diario con barbas, bigotes, quevedos y sombreros de vario pelaje (en la época franquista algunos daban rienda suelta a su impotencia ridiculizando así a los jerarcas del régimen). Pero las ciencias adelantan que es una barbaridad y ahora, bajando las imágenes de Internet y manipulándolas un poco, se obtienen efectos devastadores. Un amigo mío, que es un lince para estas cosas, se ha limitado a quitarles a los políticos el traje y la corbata y a vestirlos con camisa de cuello abierto y jersey en las fotos de la celebración (a doña Rita la dejó tal cual: no hacía falta popularizarla). O sea que no ha alterado ni sus gestos ni sus caras ni sus ademanes, simplemente ha variado el escenario trocando la solemnidad de los salones del Ayuntamiento por la barra de cualquier bar. Bueno, pues ¿saben a qué recordaban aquellas fotos?: a las escenas que dentro de unos días nos traerá el reparto de las series del Gordo y de sus secuelas en cientos de localidades españolas con ocasión del sorteo navideño.
Nuestros políticos no lo pudieron disimular: nos ha caído el Gordo. Y, entiéndanme, no les culpo por ello. Al contrario: el que no juega, no puede ganar y, según creen muchas personas, jugar a según qué números o adquirirlos en según que administraciones de lotería aumenta las posibilidades de que te toque. Así lo hicieron nuestros políticos esta vez, según reconocen unánimemente los comentaristas. Pero ello no quita para que el premio gordo de la lotería siga sin ser un mérito. A ver si nos entendemos: el que gana varios miles de euros porque antes trabajó de sol a sol, se los merece; al que le tocan, no se los merece. Parece ser que una de las razones que más han influido para avalar nuestra candidatura ha sido el régimen de vientos: vale, nuestras costas se merecen la Copa del América. Pero la sociedad valenciana, todos nosotros, no nos la merecíamos, simplemente nos ha tocado la lotería. Otra vez sin que se entere nadie: ¿qué cultura marinera, qué proyección mediterránea hemos sabido desarrollar en el último siglo o en los anteriores los valencianos? Valencia comparada con Lisboa, de donde salieron cientos de expediciones -que permitieron dibujar el mapa de la tierra- a África, a Asia y a América, parece una aldea. Comparada con Marsella o con Nápoles, donde el puerto es verdaderamente el centro de la ciudad y todo huele a mar, parece una localidad mesetaria.
Esto por lo que respecta al pasado. Luego está el futuro. No conozco a ningún empresario de importancia que comenzase cimentando su imperio en un premio de lotería. Ni Barreiros ni Lladró ni Soros ni Gates comenzaron con un capital suministrado graciosamente por la diosa Fortuna. Lo que suele ocurrir con las personas agraciadas por el Gordo es que, después de mucho brindar con champán, se lo gastan tontamente en chalets, coches de lujo y cosas por el estilo, de forma que al cabo de pocos años ellas o, como mucho, sus descendientes vuelven a ser tan pobres como eran. Es lo que nos podría ocurrir a nosotros. Que nos hiciésemos un enorme chalet de cemento desde Sagunt hasta El Saler y que nos comprásemos varias plazas de garage en Manises, tal vez hasta un AVE rutilante, pero que, pasado 2007, nos quedásemos en el fondo tan pobres y paletos como éramos.
Se está diciendo mucho estos días que la Copa del América puede cambiarle la cara a Valencia: que si el balcón del mar, que si la ampliación del metro, que si el Parque Central. Es cierto, pero parece poco, muy poco. Si nos conformamos con eso, si nos limitamos a aprovechar el premio para hacer reformas en la casa en vez de darles carrera a los hijos y poner a su disposición un capital para que monten su pequeña empresa, haremos lo que suele hacer la pobre gente de las fotos del día 22 de diciembre. Uno esperaría que Valencia, y la Comunidad Valenciana en general, aprovechasen esta ocasión caída del cielo para dejar de ser una colonia de vacaciones de Madrid con preocupaciones de interior y con tortícolis de tanto mirar el tiempo que hace en la Moncloa. Al fin y al cabo, al paso que vamos, lo que pueda pasar allí en los próximos años resulta impredecible, pero lo que tenemos por delante aquí mismo es más que esperanzador: la ocasión de retomar un rumbo histórico que se perdió, para nuestra desgracia, en el siglo XVIII, cuando nuestras naves dejaron de surcar el Mediterráneo y un pueblerinismo ominoso se instalo en las conciencias de casi todos los valencianos. Nada menos.
Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia
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