"Seguimos sin una idea común de lo que es España"
No se ha perdido por las ramas de las argumentaciones académicas o de las exquisiteces que se puedan temer en un jurista de larga experiencia. No se parapeta detrás de la Constitución para evitar hablar de política sin miedo a las palabras.
Pregunta. La Constitución fue una decidida apuesta política, impregnada de pragmatismo. Me gustaría que analizara las ventajas, pero también las limitaciones, derivadas de ese pragmatismo.
Respuesta. Bueno, la ventaja del pragmatismo creo que fue la superación de la división de España en dos mitades. Creo que es una Constitución hecha entre todos y para todos. Es la primera Constitución de estas características en nuestra historia política. Y eso se ha visto muy claro en la superación de los problemas que han dividido de una manera dramática a los españoles, como lo ha sido la cuestión de la reforma política del Estado, la cuestión de monarquía o república, la cuestión de la religión. Incluso si se quiere, en la forma de la superación de la diversidad política, consustancial de España desde los siglos XVI y XVII, con la fórmula imaginativa y casi improvisada y apenas diseñada en la Constitución, respecto de la vertebración territorial del Estado, con ese invento que luego hemos llamado "Estado de las autonomías". Desde ese punto de vista, la Constitución ha sido un éxito.
ARTÍCULO 1, 1. España se constituye en un Estado social y democrático de derecho que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político
ARTÍCULO 9, 1. Los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico
ARTÍCULO 1, 2. La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado
ARTÍCULO 9, 2. Corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas
P. ¿A qué renunciamos en nuestra Constitución para lograr el consenso?
R. Creo que la Constitución de 1978 es una suma de renuncias de todos. Y no estoy seguro, más bien de lo contrario, de que quienes hayan renunciado más entonces hayan sido los partidos nacionalistas y las fuerzas nacionalistas... Yo creo que hubo renuncias por parte de la derecha tradicional, española, centralista; eso que en aquellos años se llamaba el "franquismo sociológico" hizo unas renuncias muy grandes. Por ejemplo, lo que siempre se decía de lo que estuvo "pensando" y condicionando el momento constituyente, como fue la presencia del Ejército, los valores que se le suponía y que podían condicionar el consenso constitucional. Lo cierto es que hoy tenemos unas Fuerzas Armadas encarnadas en los valores constitucionales, de las que ha desaparecido el estereotipo "africanista" que siempre se les ha supuesto.
P. Sería bueno que no se olvidara usted de las renuncias que tuvo que hacer la izquierda para lograr aquel acuerdo, ¿no?
R. ¡Sin duda! Por lo pronto, la izquierda renunció a lo que eran sus supuestos políticos fundamentales, que se centraban nada menos que en la forma política del Estado; creo que se puede ejemplificar ese acto, que tuvo mucho de simbólico, cuando Santiago Carrillo, legalizado ya el PCE, coloca la bandera española presidiendo su asamblea. Para mí, eso es significativo de la renuncia de la izquierda a muchas cosas, renuncias también a la forma en que algunos derechos y algunos valores se incorporan a la Constitución, en materias muy sensibles para esa izquierda como la educación o la enseñanza de la religión o la forma en que la Constitución establece la separacion de Iglesia y de Estado, que yo entiendo que no es exactamente la de un Estado laico.
P. Hay mucha gente que lamenta que esa generosidad de la izquierda, la renuncia a la bandera republicana concretamente, no se corresponde con el uso partidario que hoy se hace desde la derecha de la bandera española.
R. No lo veo así. Estoy de acuerdo con el sentido de su pregunta,que apunta a un problema. Ahora en nuestra convivencia política nos está empezando a emerger como un problema que a mí me preocupa, como es el que después de 25 años todavía no tengamos un consenso indiscutido sobre los símbolos del Estado, y singularmente sobre la bandera. Que la bandera española puede ser todavía un objeto de controversia y de debate o que enarbolar la bandera española sea un signo que se aprecie como una agresión, o una provocación, me resulta incomprensible, visto lo que ha sido la Constitución en esos años. Y yo aquí le haría un reproche muy severo a la izquierda, porque yo diría que no ha habido tanto una apropiación de la bandera por el PP, o por la derecha si se quiere; lo que ha habido es una dejación de la utilización de la bandera como símbolo común de todos por parte de la izquierda.
P. Y hablando de señas de identidad, ¿usted se atrevería a definir políticamente a nuestra Constitución como progresista?
R. ¡Es muy progresista! Pero eso no quiere decir que todas las políticas que se han hecho al amparo de la Constitución hayan sido siempre progresistas. Por ejemplo, el 9-2 es un artículo que apela de una manera inequívoca a los valores tradicionales de la izquierda... porque ese artículo invita a los poderes públicos a remover los obstáculos o promover las condiciones para que la libertad y la igualdad sean reales y efectivas.
P. Todo esto nos llevaría a la conclusión de que en esas benéficas exigencias de justicia social la Constitución, a la vista del país real, se ha quedado poco menos que en papel mojado, ¿no?
R. Tanto como papel mojado, no. Pero sí que es cierto que en este balance, en el que hay luces y sombras, las luces sin duda están en el lado de los derechos fundamentales; están también, en mi opinión, en el título VIII con el que se pensaba resolver, de una vez y para siempre, el problema del nacionalismo. Y en eso no se puede negar que la Constitución no ha logrado lo que se esperaba de ella. O al menos ha fracasado donde se esperaba que tuviera éxito, en la integración de los nacionalismos, y ha tenido éxito en donde se dudaba que lo tuviera, en lo que se puede identificar como la "redención de las provincias" de la que hablaban los regeneracionistas del siglo XIX y Joaquín Costa. Entonces, ¿en dónde ha estado el fracaso? No ha servido para acabar con el problema del terrorismo vasco, ni para ofrecer un cauce que sirviese a los nacionalistas vascos y catalanes para encontrarse a gusto y cómodos dentro de la Constitución. Y eso que yo pienso, en contra de lo que ellos piensan, que la Constitución es un traje cómodo, como dice Pujol. Y bueno, creo también que donde está el resultado más escaso es en el capítulo tercero, donde se consagran los derechos económicos y sociales.
P. Hay una argumentación recurrente que asegura que la Constitución es excesivamente garantista.
R. No, no puedo compartir esa idea, por otra parte muy extendida. Esa argumentación que usted señala apunta mucho, hasta qué punto la Constitución ha sido algo mas que un simple papel y ha obligado a "reorientar" determinadas ideas y actitudes. Pero no creo que haya habido hipergarantismo, sino que en realidad los poderes públicos han sido muy reticentes y muy reacios a los controles jurisdiccionales que emanan de la Constitución. Ésa es la verdad.
P. Y sin embargo, lo que no ha conseguido la Constitución es que los ciudadanos sean conscientes de sus derechos.
R. Creo que su reflexión requiere una respuesta matizada... porque nuestra Constitución ha sido viva y normativa, y los ciudadanos la han reconocido como una Constitución de sus derechos hasta el punto de que estamos a punto de conseguir que el Tribunal Constitucional muera de éxito. Pero es también muy cierto que los ciudadanos desconocen, en buena medida, lo que la Constitución es y significa y lo que les garantiza y protege... es decir, que al mismo tiempo que ha habido una constante apelación a la Constitución por parte de los ciudadanos, no ha existido un paralelo desarrollo en la cultura constitucional. Se ha hecho poca pedagogía democrática. Es responsabilidad clara de los poderes públicos y de las fuerzas políticas, que no han sabido poner a la Constitución como referente en el debate, que en estos años ha sido áspero, crispado y a veces cainita.
P. Usted advertía hace unos años de la necesidad de hacer de las normas constitucionales "normas resistentes al tiempo". Eso no parece que haya sido así, cuando surgen tantas voces que promueven su reforma, ¿no?
R. Es verdad que yo decía eso y que sigo pensando lo mismo. Sigo creyendo más en el valor de la resistencia de la Constitución, que no significa inmutabilidad. Nadie, excepto una persona que no conozca lo que dice, puede ya hablar de inmutabilidad y de las tablas de la ley. Porque la capacidad de resistencia de la Constitución también significa capacidad de evolucionar y de mutar en el tiempo, acomodándose al devenir... por ejemplo, la Constitución ha mutado, efectivamente, en lo que se refiere a la organización territorial del Estado. El Estado que hoy tenemos, que es un Estado material y funcionalmente federal, no estaba ni está en el texto de la Constitución.
P. Pero la resistencia a la que usted alude nada tiene que ver con la sacralización de la resistencia que se hace desde algunos posicionamientos. Me pregunto si no hay detrás un cierto pánico a consecuencias indeseables, a riesgos incalculables, a que se rompa la baraja si ese cambio se escenifica.
R. Es posible que detrás de este debate de reforma sí, reforma no, haya quien se encasille por miedo en la Constitución y en su formulación textual inmodificable. Y creo que ésa es una posición equivocada y, además, contradictoria con la esencia misma de la Constitución como norma jurídica que es una norma sustancialmente dinámica y, por tanto, abierta. Y lo es, sobre todo, en lo que se refiere, en el título VIII, a la organización territorial del Estado. Es una organización que ha configurado un Estado abierto, dinámico, que no definía la propia Constitución, sino que dejó su definición al proceso estatutario posterior, lo que hoy permite esa evolución sin necesidad de recurrir a reformas. Nuestra Constitución sí es muy rígida en lo que podemos identificar como "su núcleo duro". Por eso, una modificación exige un consenso igual o mayor, si cabe, que el que tuvo para ser aprobada.
P. Pero ese consenso no existe. Ni siquiera para abordar cuestiones tan pequeñas y prometidas por unos y por otros como es la reforma del Senado. No parece que podamos hablar de un balance alentador.
R. Es que no hay, no se ha conseguido en estos años, un consenso claro en torno a esta reforma y al modo en que se puede hacer. Lamentablemente seguimos sin tener una idea común y realmente compartida de lo que es España como nación, y de cómo se integra en una unidad la pluralidad constitutiva de este país desde el comienzo de toda su historia. Y es quehay miedo, hay un instinto último que induce a los políticos a rehuir situaciones en las que se sabe de antemano que no habrá entendimiento posible.
P. O sea, que el problema no es el cambio de la Constitución, sino su alcance, ¿no?
R. ¡Sin duda! Porque cuando la idea del cambio de esta Constitución, que nos ha sido y sigue siendo esencialmente válida, no incorpora la idea de su defensa, surge el natural recelo, el natural temor, que yo comparto, a abrir un proceso de reforma. No sería reforma, sino una Constitución de nueva planta. Porque el debate político dura ya bastante tiempo. Esto no viene de ahora. Ahora simplemente nos ha estallado el conflicto político y territorial, nacional y constitucional, y a lo mejor, pues ¡bienvenido el que haya estallado! y que se ponga de una vez por todas encima de la mesa, y a las claras, lo que pretende cada uno y adónde quiere llegar. Pero no nos engañemos, algunos están confundiendo deliberadamente las cosas.
P. ¿Y usted sabría explicar cuáles son las razones políticas que hay en estos momentos para la insatisfacción respecto al balance de la Constitución?
R. Pues... creo sinceramente que es una insatisfacción de las... de las élites dirigentes de las fuerzas políticas... No creo que haya un clamor social por la reforma de los estatutos de autonomía, salvo el caso del País Vasco, que ése sí que es un problema serio.
P. Lo que no se calculó es que de esa dinámica política en la que confió, la Constitución fuera a crear problemas de la envergadura de las reivindicaciones del nacionalismo vasco.
R. Eso ha sido así porque, en buena medida, los partidos nacionalistas han extremado, yo creo que hasta la desmesura, sus pretensiones. Pero quizá llegará un momento en el que tengamos que decirles... ponerles ante la alternativa de decidir que si se quieren marchar, que se marchen, pero que se marchen con todas sus consecuencias negativas, y no, como siempre pretenden, en una especie de ley del embudo: "Me voy con todas las ventajas que supone irse, pero me quedo con todo lo que me conviene".
P. Me pregunto si la Constitución y la sociedad están, tras 25 años de cohesión, para afrontar algo tan traumático.
R. Yo diría, y no sólo en el caso del País Vasco, que si realmente surge un problema grave y profundo, que afecta a la Constitución política de la sociedad, entonces la Constitución tendría que ser reformada para acomodarse a eso.
P. Pues... da la sensación de que podemos estar llegando precisamente a ese momento, ¿no?
R. Eh... yo creo que el título VIII no posibilita el derecho a la autodeterminación, porque no hay ninguna Constitución democrática que lo haga. Y menos el derecho a la segregación, a la separación. ¿Cómo podemos pensar en una modificación de la Constitución para dar cabida a la secesión del País Vasco? Se le podría dar la independencia... pero entonces no estaríamos haciendo una Constitución, sino destruyéndola.
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