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Columna
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Preguntas de un tonto

El tonto soy yo, por supuesto. Y no se crean que mi declaración es un ejercicio de humildad, sino el mayor ejercicio de lucidez que he realizado jamás. Me basta con leer los periódicos o escuchar la radio -no, la televisión no la veo- para comprender que por fin han dado con el espacio natural que me corresponde: el espacio de la tontería. En lo que escucho y leo, o bien no llego o bien me instalo en la república del chascarrillo. Es natural que entre lo inabordable y lo de andar por casa me quede con lo segundo y reconozca mi condición. Primer plano de la política: ¿saben ustedes si el Gobierno ha actuado correctamente al recurrir el plan Ibarretxe ante el Constitucional? Segundo plano de la política: ¿se divorciarán Paco Vázquez y Zapatero, se casarán Gallardón y Esperanza Aguirre, con quién se morreará José Bono? Entre ambos planos, estimado lector, sólo quedará el estupor de su tontería.

Elevada al olimpo de los juristas, la política ha quedado reducida para los peatones a un reality show en el que se mezclan inquinas, chulerías y propaganda. Puede ocurrir también que ambos círculos -el elevado y el de mesa camilla- se mezclen y salga de todo ello un batiburrillo repleto de zafiedad y de desaires. Con los juristas no nos aclaramos, porque unos dicen que sí y otros lo contrario, así que imagínense lo que dirá el de a pie. En cuanto a los partidos, lejos de ofrecernos soluciones nos ofrecen noveluchas y da la impresión de que la contienda electoral se resuelve en el terreno del amor: ¿hay o no hay cama redonda? Si la hay se gana, de ahí que los partidos se esmeren sobre todo en sembrar celos y rencillas en los rivales. Incluso las propuestas propiamente políticas parecen tener ese objetivo: se sueltan para joder, y luego se apaga la luz. Y el resto es propaganda. Miren, les confesaré que además de tonto me siento confuso con esto que les ha dado ahora de lo del G-8. ¿Lo dirán de verdad?, me pregunto. Si va en serio, por qué me cuesta creerlo. Y si no es así, por qué lo dicen. Veo a Aznar dando lecciones a Europa y me pregunto: ¿será un fantoche o será que soy un acomplejado? Por el bien de mi país, prefiero que lo cierto sea lo segundo, lo que a mí respecta, pero no sé, no sé. ¡Qué crescendo nos espera de juristas, arrogancia y camas redondas!

Pero yo debo seguir preguntando desde mi quehacer de tonto. Primera pregunta: ¿hacen preguntas los tontos? Sí, pero hacen preguntas tontas, así que tengan ustedes paciencia. Miren, a mí el plan Ibarretxe no me gusta nada: ni por el contenido, ni por el procedimiento -que sí me parece un fraude- ni, sobre todo, por algo que tiene que ver con el espíritu: hay algo mezquino en todo eso. Pero lo más grave es que el lehendakari empieza a resultar más claro que sus oponentes, afanados en estruendosa cacofonía. Más parece que lo que les interesa del plan son sus virtualidades como amuleto o cual culo de cabrón en el aquelarre. Dicen de él que comete fraude de ley porque su verdadero objetivo es modificar unilateralmente la Constitución. No sería malo que los nacionalistas tuvieran el objetivo de cambiar la Constitución, pues eso significaría que algo les importaba, pero lo que no veo es cómo puede cambiar unilateralmente nada un partido con tan escasa representación en las Cortes. Quizá quieran hacerlo, pero es muy fácil impedírselo: desde las instituciones y sin darles alas.

Y pregunto, ¡al fin! : ¿distingue el plan entre ciudadanía y nacionalidad? José María Ruiz Soroa, en un estupendo artículo, mantenía que no lo hace y eso le parecía malo. Lo bueno sería la distinción entre ciudadanía y nacionalidad, distinción que "sólo es posible cuando se acepta la secularización del Estado y se le libra de la clausura cultural-nacional al reconocer que la nación forma parte de la autodeterminación individual". Y no deja de ser curioso que fuera esa misma distinción, prometida por el lehendakari y no cumplida, la que fuese denunciada como etnista y piedra de escándalo por los detractores del plan. ¿Hay algo más que confusión en la respuesta al plan? Y última pregunta: ¿habrá algún ministro que nos hable con la mesura, ecuanimidad, conocimiento de causa y claridad mostradas por Stéphane Dion en la excelente entrevista que le hacía José Luis Barbería? Ustedes dirán.

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