Las mujeres muertas
Asesinamos, nosotros -los españoles-, más mujeres: de las que confiaron en nosotros o creyeron en la igualdad. No es fácil saber por qué: se combate la barbarie y no se estudia la cuestión porque seguimos en otra barbarie intelectual que hace creer que todo análisis sin insultos es una disculpa o una justificación y se convierte en "apología", con el terrorismo. Para un mal de siglos pedimos una reacción antigua: aumentar las penas. No creo que el asesino que se entrega a la Guardia Civil, el que se suicida o se tira al monte, que ya no es la libertad de antaño, se vayan a contener por una cárcel más larga. No creo que las pulseras emisoras, la vigilancia de la amenazada, las órdenes de destierro sean tampoco suficientes. Hay un latido terrible del tan estudiado juego odio-amor que lleva al asesino a "perderse", según el clásico vocablo de la copla española. Y es que vive en esa cultura. La mujer árabe de la máscara nos dice que también somos árabes: ocho siglos no pasaron así como así, y el protagonista cristiano tomó mucho del antagonista vencido. Nos dirá que la Iglesia española ha sido la perseguidora de la libertad de la mujer, su carcelera en los conventos forzados a perpetuidad, su aterradora con el mito del infierno, y que nuestras autoridades civiles y militares han seguido esa enseñanza. Y han inculcado en el hombre español esos sentimientos de honra y honor -allá los filósofos que los distingan-, esos tribunales impíos de la taberna y la calle en que se burla al cornudo; el que está en el secreto, creador de esos tribunales, ya está por encima, pero ha dejado al imitador el rasgo de la violencia. Más acá, las rápidas medidas de liberación de la mujer, que pedían los anarquistas del XIX y las feministas del XX, han ido felizmente implantándose. No del todo. Muchas sufren las palizas y los malos tratos porque no tienen dónde ir, por estar con sus hijos; y esa estancia mansa alimenta la ferocidad de su enemigo.
Las leyes de divorcio en este país se hicieron teniendo en cuenta la necesidad de ellas, la justicia real; pero no dejan de echar sobre el hombre la idea de cornudo unida a la de arruinado. No digo que sean éstas las bases de lo que ocurre: no soy estudioso del tema. Pero sí que me temo que el gran asco global del asesinato y el maltrato de mujeres nos lleva a la venganza más que al estudio de la situación y al diseño cultural con que debe plantearse.
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