Malherida Serbia
El resultado de las elecciones presidenciales serbias es doblemente alarmante. Primero, porque por tercera vez en 14 meses los ciudadanos no han acudido a votar en número suficiente (la ley fija un 50% del censo) como para validar una elección cuyo boicoteo incluso preconizaban los dos partidos más señalados de la oposición democrática. Segundo, porque su inesperado vencedor moral es un ultranacionalista de la peor laya, sustituto al frente del fascista Partido Radical de Vojislav Seselj, ahora aguardando juicio en el tribunal que juzga los crímenes de guerra en la antigua Yugoslavia.
La crisis política serbia, que mostrara su rostro más tenebroso con el asesinato en marzo pasado del primer ministro reformista, Zoran Djindjic, no deja de agudizarse. A poco más de un mes de unas elecciones generales convocadas con un año de anticipación, disuelto por tanto el Parlamento, Serbia se encuentra desarbolada institucionalmente, con un Gobierno en funciones y sin presidente, una situación no prevista en la peor de las pesadillas. El aspirante más votado en los comicios presidenciales del domingo, Tomislav Nikolic, ya ha llamado a los patriotas a asestar el 28 de diciembre el golpe de gracia. Su mensaje -"nadie podrá humillar ni asustar a los serbios nunca más..."- contiene pasajes calcados de aquellos que impulsaron el imparable ascenso de Slobodan Milosevic hacia el baño de sangre yugoslavo y finalmente al banquillo de La Haya por crímenes de guerra y genocidio.
Mucho más allá del valor ceremonial del puesto que se dirimía en las urnas, las fallidas elecciones serbias representan un aldabonazo para Europa. Muestran, tres años después del derrocamiento de Milosevic, las dificultades formidables para encarrilar democráticamente un país devastado moral y económicamente. A la situación no son ajenos los reformistas, que creían haber arrojado definitivamente al ultranacionalismo a la papelera de la historia. Las luchas entre partidos y facciones, sus personalismos, la corrupción, los escándalos, las defecciones y la falta de progreso económico amenazan con devolver a primer plano a los protagonistas de una de las etapas más siniestras de Europa. Las dos ideas básicas con las que Nikolic ha obtenido su simbólica mayoría son que el Gobierno ha llevado al país balcánico un capitalismo brutal y que ha traicionado a los serbios entregando al tribunal de la ONU a los sospechosos de crímenes de guerra. El lugarteniente de Seselj ofrece a los serbios Rusia como modelo.
Serbia es una sociedad profundamente malherida. El vacío político es tanto más grave por producirse en un país en el que todo está por hacer -hace tan sólo cuatro años era bombardeado por la OTAN- después de más de una década de sanciones, guerras étnicas y envilecimiento colectivo. Si a la tercera va la vencida, es la hora de aunar esfuerzos, dentro y fuera, para lograr que Serbia pueda formar parte de la Europa previsible, sin la amenaza permanente del abismo. Los líderes democráticos tienen por delante una titánica tarea hasta el 28 de diciembre.
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